¿Qué le aportan políticos como Layda Sansores, Javier Duarte o Jorge Alberto Villareal y Jorge Luis Preciado, o el llamado Niño Verde? Desprestigio sería quizá la respuesta más común, pero si alguien caracteriza la realeza política mexicana es la campechana.

Layda se ligó a Andrés Manuel López Obrador en 1997 cuando contendió por la gubernatura de Campeche y aunque para el colectivo ella resulto la triunfadora de los comicios, esa imagen de víctima se ha ido desvaneciendo precisamente por las actitudes de quien hoy será la candidata al municipio capitalino de Alvaro Obregón.

Layda quería que el dedazo presidencial la beneficiara, como todos los demás que se salieron del PRI y fundaron el PRD al lado de personas de convicciones reales como Heberto Castillo o Ifigenia Martínez y Amalia García Medina.

Esa convicción de que la decisión de un solo hombre prevalezca pareciera no hacerles daño o hasta necesitarla. Los de Morena, como en el PRI, esperan que el “dedito mágico” de Andrés Manuel supla al presidencial pero en el camino se están convirtiendo exactamente en lo que combaten o sólo fingen combatir para llegar al poder. Nada más.

Las “encuestas” propias, realizadas por los mismos de Morena le dirán a su presidente, López Obrador, quienes serán los mejores candidatos. Ellos niegan que sea la decisión unipersonal del dirigente, pero Ricardo Monreal Ávila le puso el dedo a la manera como decidirán la gubernatura de Ciudad de México: que la encuesta propia sea validada por dos externas, para evitar suspicacias.

Andrés Manuel se ha convertido precisamente en un político común y su transformación en el priista autoritario está más evidente desde que dirige su propio partido. Sus decisiones son unipersonales y todo el que lo censure o critique lo hace sólo por órdenes de la mafia del poder o pertenece a ella.

Desde 1997 me parece que Andrés dice una cosa pero actúa de otra. No es congruente, no es determinante y sí permite que la corrupción le favorezca o lo beneficie pero lo niega. Los ejemplos son muy conocidos, pero la sociedad dice que son pocos si se comparan con los que hemos visto de los priistas en los años reciente y no tan recientes.

El tema que no se entiende es que López Obrador está construyendo su propio PRI desde Morena: él decide los candidatos, no tiene empacho en nombrar a sus hijos dirigentes, menos a sus amigos candidatos, y está dispuesto a no ver las faltas de otros si éstos se le suman y se repliegan a su proyecto y a sus deseos.

Cada uno de los pecados de sus partidos opositores ha sido redimido y justificado si lo hacen gente cercana a Morena: ahí no hay moches sino contribuciones, no hay narco político sino gente que provee un trabajo remunerador a gente sin oportunidades; tampoco se critica ni castigaría a los que roban combustible porque los de Pemex se lo roban y es una empresa del Estado pero está corrompida.

La delincuencia dejará de serlo por el simple hecho de que él llegue al poder y para ello no sólo no importa que sus seguidores sean los miembros de la mafia que le ha arrebatado la presidencia porque merecen una segunda oportunidad sino que él sí puede negociar con los gobernadores del PRI, con los viejos priistas para invitarlos a formar parte de su proyecto.

Las evidentes pruebas de la corrupción y de la tolerancia no sólo se acreditan con los Abarca de Iguala sino también con el delegado de Tláhuac, tocado por su relación con el narcotráfico de “El Ojos”.

Andrés, como Layda, están dispuestos a negociar, no le rehúyen al dinero fácil y menos a los acuerdos bajo la mesa. Layda aceptó no presentar candidato en Campeche cuando contendió Fernando Ortega y Andrés no presentó candidato común del PRD-PAN en el Estado de México para dejar ganar a Eruviel Avila en una negociación que le permitió tener su propio partido: más de 450 millones de pesos anuales.

De las reformas no hubo ninguna que Morena protestara con solidez: ni la educativa, ni la hacendaria, menos la energética. Casualmente el líder más opositor a esos cambios se enfermó cuando fueron aprobadas y sus seguidores no levantaron una manta de protesta.

Layda ya no estaría por Campeche si gana la nueva demarcación para la que fue nombrada coordinadora administrativa, un paso previo a ser su candidata.

En las próximas elecciones, la sociedad tendrá una gran dilema: votar por candidatos de partidos que no le garantizan al país no sólo un cambio de régimen sino también de prácticas políticas, pero esperemos que haya otros candidatos.