Raúl Sales Heredia

La suspicacia despertada por Javier Duarte al pedir licencia como gobernador de Veracruz para limpiar su nombre, nos habla de la triste credibilidad que tenemos en las autoridades, y es que la percepción generalizada es que lo hizo no para enfrentar las denuncias en su contra, sino para simplemente darse a la fuga. El tiempo nos dirá si fue una u otra, pero el caso aquí es que son muy pocos los que creen que se llevará a la cárcel a uno de los políticos que han estado señalados desde hace tiempo como parte fundamental de actos de corrupción.

Diferente hubiera sido si después de las maletas de dinero que nadie supo explicar, el ahora gobernador con licencia hubiera dejado su cargo, diferente hubiera sido si en la primera denuncia en su contra hubiera salido para limpiar su nombre. El hubiera, no existe.

Es difícil creer que se hará justicia pues los casos de impunidad son el pan nuestro de cada día y pareciera que nuestros políticos son especialistas en simular que siguen nuestras leyes mientras hacen lo contrario y lo peor, es que lo hacen ante el aplauso de un séquito de colaboradores y “groupies” que les festejan hasta los malos chistes que dicen en los lugares más inoportunos o les aseguran que la dirección que llevan sus pasos son los correctos aunque enfrente de ellos aparezca un profundo abismo. Tanta adulación en lugar de ayudarlos a ser mejores servidores les hacen creer que gracias a ellos sale el sol.

La corrupción es uno de los peores lastres de este país pero hemos convivido tanto tiempo con ella que ya es común y lo que es incorrecto a todas luces, es tan del día a día que se transforma en “normal”. Así que, para muchos de nuestros políticos que siguen la máxima de Hank en que “un político pobre es un pobre político” creen que lo primero que hay que hacer es sacar lana y pensar en como llegar al siguiente cargo y mientras hacen eso, no solo nos quiebran sino que dejan de hacer aquello que deben para dedicarse a tejer sus “conectes”, para seguir vigentes dentro de los círculos políticos en los que “no entras, te meten y no te vas, te sacan”.

Y mientras todo lo anterior sucede, la transparencia es usada como elemento discursivo pero que en la práctica no es ni prioritario ni tan sencillo y cuando se contrasta con lo que se ve, se siente la bofetada a la credibilidad.

Lo que sucedía en Veracruz no es nuevo, se sabe desde hace años, los señalamientos de corrupción, tampoco lo son. Lo que sucede en otros estados, tampoco lo es y sin embargo, no sucede nada, terminan los mandatos, se van, huyen, hacen huelgas de hambre, se exilian en París, Madrid, NY, se dan golpes de pecho y acusan de persecución pero, cuando ellos estaban, ellos perseguían, ellos no escucharon, a ellos les valió un sorbete lo que sucediera con su pueblo pues la la más nefasta ostentación de “poder” es creerse superior a los demás.

Lo que suceda con estos políticos señalados por corrupción tendrá mucho que ver con el actuar de nuestras instituciones pero, también con la dejadez de una sociedad que no hace nada, no dice nada, no actúa y permite que le pasen encima una y otra vez pues cree que si levanta la voz o señala lo que es incorrecto, lo acabarán, lo destrozarán y entonces espera a que el árbol caiga para entonces sí, hacer leña… no importa que ya estemos muertos por congelación.

La transparencia debe ser piedra angular que evite el abuso, el enriquecimiento ilícito, el absurdo de creerse superiores a los “simples ciudadanos”, la transparencia debe darle a la gente las herramientas para controlar, premiar y castigar a sus gobernantes mientras se recobra la honorabilidad, la honestidad, la credibilidad o como dice el poeta Ramos… La decencia.