JOSE SAHUI TRIAY

Desde el principio, posiblemente por la falta de credibilidad en el manejo de sus propósitos y características, la evaluación docente despertó en un considerable sector del magisterio, particularmente en aquellos estados donde la Coordinadora Nacional de la Educación-CNTE- tiene amplia presencia, un marcado rechazo. Se argumentaba que no tomaba en consideración las particulares características de los docentes en las distintas regiones del país; que existía un desconocimiento de las metodologías que validaban esos procesos, así como de la confiabilidad en la calificación de los resultados; que no era lo mismo evaluar a un docente de una comunidad rural, al igual que a los de zonas urbanas.

Una gran parte del magisterio nacional no es de la generación de esta era tecnológica cuyos adelantos hacen que cada vez el ayer sea más inmediato. Antes, quienes no sabían leer ni escribir eran analfabetas; hoy, quienes no van al ritmo de esos incesantes cambios de un diario aprender de las mil y un formas distintas que para su aplicación ofrece la modernidad tecnológica, son también analfabetas en un escenario que exige, a todos, un lenguaje en común .

De que es necesario actualizarse, no hay duda alguna. Sin embargo, bueno hubiera sido un proceso de capacitación previa, cuyas consecuencias ahora se observan preocupantes. Aunque “ el hubiera” no existe, la aplicación en su momento de estrategias de sensibilización adecuadas hubiera tal vez permitido la aceptación convencida de los maestros a esas políticas de evaluación, tan necesarias para saber a ciencia cierta las condiciones reales del magisterio nacional, para en consecuencia tomar las medidas adecuadas. Los tiempos de los mágicos ABRACADABRAS a cuyo conjuro todo podía  hacerse realidad han quedado fuera de la aceptación social debido a una falta cada vez más pronunciada de credibilidad.

La Reforma Educativa es sin duda el único recurso posible para alcanzar con sus resultados de calidad un México que responda a los nada fáciles retos del siglo XXI: Maestros mejor calificados por la excelencia de su formación profesional y sus resultados en las aulas; con una permanente actualización y capacitación en sus conocimientos, revisión, y en su caso adecuación de planes, programas y contenidos educativos de los distintos subsistemas; evaluación periódica de resultados a efecto de corregir las fallas que se observan en los indicadores educativos.

¿Será que con tan solo lograr que todos los maestros se evalúen, y salgan bien, se logre a plenitud los objetivos fundamentales de la Reforma Educativa? Un universo tan grande y complejo como el del magisterio nacional ¿podrá a plenitud contar con un sistema de evaluación que permita considerar no solo cuántos y quiénes obtienen resultados satisfactorios, sino al igual también cuántos y quiénes requieran en determinadas disciplinas, capacitación y actualización en sus conocimientos a través de cursos en línea o presenciales? ¿Alguien podría asegurar que las evaluaciones nos permitirán resultados de calidad con los educandos en las aulas? Habría que no olvidar que años atrás Carrera Magisterial tuvo también propósitos similares con estímulos a quienes mejores puntajes obtenían de sus evaluaciones.

Carrera Magisterial seguramente habrá sido un valioso referente en la tarea de mejoramiento profesional del magisterio, que la Reforma Educativa se ha dispuesto a llevar a cabo. Si en algo hubo claridad en la justificación de los porqués de la Reforma Educativa fue en cuanto a los resultados de calidad observados. Luego entonces, como decían aquellos respetables educadores que en ese glorioso pasado de la educación mexicana dejaron la imborrable huella de su hacer: “No es lo mismo saber mucho, que saber enseñar lo mucho que se sabe”.

Nadie, incluso los más acérrimos detractores de la Reforma Educativa cuestiona el espíritu que la hizo posible: elevar la calidad educativa. Si se parte de esa premisa y lo que se cuestiona son las formas y procedimientos de algunas de sus partes, sin afectar con ella su esencia, las partes podrían en reuniones de análisis, mediante un diálogo respetuoso, llegar a acuerdos que a todos beneficien. ¿Entre quiénes? Entre todos aquellos cuya responsabilidad y presencia sea en este histórico y coyuntural momento necesario. CNTE-SEGOB, SNTE-SEP. Las actitudes de “todo o nada” son hoy, lo han sido siempre, pésimas consejeras. La tozudez y cerrazón a todo y a todos, a lo único que conduce es al descrédito. Cuando nadie cede y al final una de las partes se impone por la fuerza, con el natural desgaste que esto implica, sus consecuencias equivaldrían a una victoria “Pírrica”, casi semejante a una derrota.

México y los mexicanos no queremos más de estos enfrentamientos, se ha dicho hasta el cansancio que no existe en la Reforma Educativa intención alguna de perjudicar a algún maestro y sí, por el contrario, abrirles las oportunidades de que a una mejor preparación y resultados, más oportunidades escalafonarias de superación, con estímulos salariales. Sin embargo la falta de una política de comunicación clara y oportuna al respecto propició desde sus inicios desconcierto, temor, y con ello un rechazo de algo que en realidad buscaba mejorar las condiciones existentes del sector educativo.

A falta de precisión en esa información los opositores a la reforma aumentaron las dudas y con ello los rumores ganaron los espacios que debieron corresponder a un trabajo de comunicación de las autoridades educativas. El enunciado debe ser más claro: la evaluación no pretende que ningún docente pueda estar en riesgo de perder su empleo; por el contrario, se busca apoyar a quienes mejores resultados obtengan en sus evaluaciones y salones de clases; al igual para todos quienes requieran de actualización y capacitación para mejorar sus resultados, habrán de diseñarse y aplicarse programas específicamente diseñados para ellos.

Tal vez lo anterior, como un recurso más de los que seguramente habrán de ponerse en las mesas de diálogo que ahora se llevan a cabo, y de las que tanto se espera, las banderas del rechazo que hasta ahora todavía se enarbolan, podrían ser sustituidas con los acuerdos correspondientes, por la bandera de una Reforma Educativa enarbolada por un magisterio convencido de que solo juntos, cumpliendo cada quien sus responsabilidades, los buenos propósitos serán tangibles realidades.