Este 20 de noviembre los mexicanos recordamos el 105 aniversario del inicio, en 1910, de una revolución surgida de las entrañas mismas de un  pueblo cansado de una dictadura oprobiosa que por muchos años había sometido a los mexicanos.

El autoritarismo del gobierno despótico de Porfirio Díaz; su negación en aceptar que los mexicanos tenían la madurez para decidir quiénes deberían gobernarlos; las mil y una injusticias por parte de los poderosos caciques en contra de todo un pueblo en el que su silencio se iba transformando en airado y sonoro reclamo; la tozudez del dictador en no ver, ni oír todo lo que en su contra se gestaba, tuvo como consecuencia que ese volcán de resentimientos hiciera erupción el 20 de noviembre de 1910.

La historia de México, desde 1810 con su Independencia, en 1857 con la Reforma, se consolida en 1910 con una Revolución cuya fortaleza fue la convencida participación de un pueblo, que sin temor a las consecuencias represivas del gobierno Porfirista, ofrendó su vida para lograr que el sufragio se respete, y sean los votantes quienes decidan quién, o quiénes, habrían de gobernarlo.

Los avisos al dictador, de esa inconformidad cada vez más pronunciada en su contra, se desatendieron, y en consecuencia no solamente aumentaron, sino fueron más abiertos en su rechazo, más confrontativos.

La historia de los pueblos es de tiempos, de momentos. En cada acontecer  surgen liderazgos provocantes de cambios. Hace 105 años muy pocos apostaban a que Francisco I. Madero fuera el caudillo reivindicador de los de los derechos que la Dictadura había usurpado.

Nadie imaginó en ese entonces que debajo de esa imagen, tranquila en apariencia, estuviera vibrante, recio, un espíritu indomable. Esa fe que irradiaba Madero motivó y unió a un México con un resentimiento social imposible por más tiempo de controlar. Con Madero o sin él, con otros liderazgos, en mayor o menor tiempo de inicio y resultados, la Revolución habría de darse.

Si por un momento imagináramos a Díaz, con su Gabinete de lujo, con su poderoso ejército; y comparáramos al igual la figura de Madero con su escaso y modesto equipo de colaboradores, sin un ejército capaz, en apariencia,  de enfrentar al Dictador, las apuestas seguramente no serían favorables. Sin embargo, la fuerza de la fe, lo justo de su lucha, su seguridad en el triunfo, hicieron posible lo aparentemente imposible: la derrota del Dictador.

Como cuando David con tan solo una humilde honda y una pequeña piedra derribó y venció al gigantesco Goliath, Don Francisco I. Madero repitió esa dosis de valor al derrotar al poderoso y temido Dictador, y obligarlo a exiliarse del país. Un México nuevo con alentadoras expectativas surgió a la caída de Porfirio Díaz. Elecciones libres llevan a la Presidencia a quien en justicia le correspondía: don Francisco I. Madero. La Revolución habían triunfado, más habría que observar que apenas había logrado uno de sus primeros propósitos, la salida de Díaz del poder. Faltaba lo más difícil, destruir ese grande y poderoso entramado de intereses que en todo el país había construido el Porfiriato, y que todavía, desafortunadamente continuaba funcionando.

Madero había cumplido su tarea. Su ejemplo había permitido el surgimiento de una nueva generación de mexicanas y mexicanos dispuestos también a servir a México. Las semillas de libertad; de defensa de los derechos, en que Madero tanto creía, habían sido sembradas, afortunadamente, en tierra fértil.

En ese devenir inmediato del triunfo de la Revolución, la falta de experiencia política del Presidente Madero y su idealismo se conjugaron con la traición de Victoriano Huerta, y su lamentable final.

Hoy, a 105 años de ese histórico movimiento armado, la Revolución Mexicana, estamos convencidos de la importancia del no olvido a esa gesta memorable, parte sustantiva de nuestra conformación como Nación.

Cada día, esa Revolución debe alimentar el sentimiento de unidad, de respeto y de fe en México y en sus instituciones. Debe constituirse en testimonio elocuente de que no importa lo difícil del reto a enfrentar cuando de verdad existe convencimiento. Ese es el ejemplo que en 1910 nos hicieran los mexicanos de ese tiempo.