Es inocente asumir que los decibeles a los que suba la elección interna por la presidencia del CEN del PRI (2019-2023) sean exclusivamente por ocupar las oficinas de Insurgentes Norte 53; hay más: la sucesión presidencial de 2024.

Sin importar cuántos sean los aspirantes, se asoma el consenso de que la elección tendrá que ser abierta a la militancia. Priistas sentados en las sombras, y a la espera, de que quienes han controlado el partido en los últimos 18 años reaccionen. La forma en la que el PRI ha reaccionado ante las derrotas ha sido diferente, un poco más irreverente tras el castigo electoral de julio pasado. En 2000, Ernesto Zedillo dejó que levantaran las vigas tiradas en el camino; en 2006, Roberto Madrazo se desahogó y denunció que “lo traicionaron”, parado sobre un montículo de escombros; ahora intentan levantar el polvo.

Cuando ganó en 2012, el PRI asumió que se quedaría en Los Pinos otros 80 años, sin poco que revisar y sin nada que corregir. Con 21 gobernadores al mando, ya entrados en confianza, “el nuevo PRI” quedó sepultado bajo un manto de corrupción y, salvo excepciones, poco quedaría para presumir.

No se le puede regatear a Manlio Fabio Beltrones que tuvo la firmeza de renunciar, primero, a la dirigencia de partido, y segundo, al grupo en el poder. Desde Humberto Moreira, Claudia Ruiz es la presidenta número 10 que ha sembrado el grupo de Enrique Peña Nieto en el CEN.
Hoy, lo acepten o no, la cúpula priista mexiquense tiene poder, pero no suficiente autoridad para imponer una nueva dirigencia, al menos no sin continuar pagando un alto costo.

La elección de 2017 en el Estado de México colocó al gobernador priista más fuerte del país en una parálisis política que lo tiene neutralizado. Más allá de su encargo oficial, Alfredo perdió su poder el día en que ganó, por la forma en que ganó.

Lo sano, lo sano y lo pertinente, es que la cúpula mexiquense tome distancia de las decisiones en el relevo de la presidencia de su partido. En los últimos seis años, no hubo una sola decisión que no pasara por sus manos; los resultados fueron perder elección tras elección.
Los aspirantes a presidir el partido tienen que pasar por muchos aros de fuego. El gobernador de Campeche, Alejandro Moreno, pintó su raya. Ha trascendido que su compañera de fórmula será la hidalguense Carolina Viggiano. Los ex gobernadores Ivonne Ortega y Ulises Ruíz esperan que le asignen a quienes los acompañaran en la aventura, o esperan que surjan de una negociación.

El ex secretario de Salud José Narro aún no se decide, y todo advierte que el coordinador parlamentario René Juárez, se quedará sentado en San Lázaro. Claudia no ha dicho que aspira, ni nadie le ha pedido que se reelija. Al final, sabe y saben que ella estaba allí, en la misma sala y en la misma mesa, el día de la elección.

Los militantes y aspirantes piden democratizar el partido, pero aún no dicen cómo. Los problemas del PRI están en la simulación y no en el logotipo, está en la forma en la que gobiernan, no en los estatutos.

Se conocerán las reglas de la elección, y se sabrá si los priistas vienen más revolucionarios que institucionales. Buscarán unidad y acordar, y algunos muy críticos se aplacarán. Si algo se sabe, es que, en el PRI, las piedras lanzadas, antes de caer, pierden el filo.

Columna publicada en Heraldo de México.