Adolfo-Vargas-Espínola

Como en toda buena serie policiaca de la TV, hay que mencionar que: “Esta historia es real, sin embargo, algunos nombres y lugares han sido cambiados para proteger la identidad de sus verdaderos protagonistas”.

Efectivamente, esta es la historia de una amiga mía a quien tengo el gusto de conocer desde que era una niña y quien gracias a la amistad que tengo con su familia, me ha tocado verla en varias etapas de su vida. Hasta el último año como madre y esposa, a sus escasos 24 años de edad. Irving, su esposo, también con apenas 26 años, empezaba su carrera laboral en una empresa, misma donde al poco tiempo de haber entrado creció a un puesto medio y con ello a los beneficios que esta nueva posición tenía.

Todo era normal para esta joven pareja y para su pequeña de apenas dos años de edad, quienes decidieron mudarse a una localidad diferente a la suya para buscar mejores oportunidades y una mejor calidad de vida. Y así fue, hasta que el diagnóstico de una enfermedad se interpuso en sus planes. Un cáncer de estómago el cual para el momento en que se detectó y se intentó combatir, fue demasiado tarde.

Me detengo un momento para reflexionar sobre lo fácil que es olvidar que somos seres sumamente frágiles y que ni la salud o la vida las tenemos garantizadas. Sin importar la edad que tengamos.

Pues bien, la enfermedad de un ser querido siempre vendrá con la impetuosa necesidad de buscar los mejores servicios y opciones para que este recupere la salud, en algunos casos sin importar las consecuencias de los costos que pueda tener. Este caso no fue la excepción. La atención médica aunque breve por el inevitable fallecimiento, fue superior a un millón de pesos, más los honorarios médicos respectivos. Este esfuerzo por recuperar la salud y gasto que enfrentaron, no hubiera manera de haberse realizado de no haber existido por medio una póliza seguro de gastos médicos mayores.

Irving, a su breve edad, lleno de expectativas de vivir, nunca consideró la necesidad de adquirir un seguro, pero su empresa sí. Entre las prestaciones que tenía estaba la cobertura de un seguro de gastos médicos mayores, el cual aunque limitado, fue suficiente para enfrentar este evento. Así también su familia contaba con la protección de un seguro de vida, mismo que eventualmente también fue cobrado por Nancy, quien nuca pensó ser beneficiaria de este tipo de protección. La cantidad que cobró a raíz de este evento Irving no la decidió, ya que optó por no pensar en que él podría faltar y decidió dejar tan solo la cantidad que su empresa contrató como parte de una prestación.

Si bien es cierto que no existe cantidad de dinero que pueda reponer la pérdida de un ser querido, sí existe una gran diferencia entre dejar a una familia con cierta tranquilidad económica, a dejarla con el dolor de la pérdida y sin recursos para continuar.

Esta historia de la cual me tocó ser testigo, tiene algunas reflexiones de las cuales creo que tú y yo nos podemos preguntar:

Si sabemos y somos conscientes de nuestra fragilidad e inevitable mortalidad, ¿el día que pierdas la salud, con qué recursos y opciones contarás tú y tu familia para enfrentar una enfermedad? El día que faltes ¿de qué tamaño o cuantía quieres la protección que tu familia tenga? ¿Es tuya la responsabilidad de decidir o quieres depender de la prestación que una empresa te pueda dar?

La respuesta dependerá de ti y de tus consideraciones estimado lector, lo importante es que reflexiones y tomes alguna acción si es que este tema es importante para ti.

Si tienes dudas o comentarios, por favor házmelos llegar a mi correo, que con gusto las responderé. Y claro, si te sirvió esta información, por favor compártela.

¡Ah!… y recuerda, la lana viene y va, pero porque tú la dejas escapar.

¡Hasta la siguiente colaboración!

Adolfo Vargas
Divulgador de la Economía, y especialista en seguros y retiro.
@av_campeche
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