Vivo en un barrio tradicional de nuestra ciudad, en la misma casa donde vivió mi abuelo y sus hermanas, donde creció mi padre, me casé con el amor de mi vida en la iglesia de mi barrio, frente al parque donde mi padre, en su juventud, se sentaba a leer. En esas paredes que me rodean hay historia, la historia de mi ciudad, la misma que al renovar el patio que presentaba hundimientos, se encontró una bala de cañón, mi historia, la historia de mis hijos, esas paredes que aún destilan sal del recuerdo cuando el mar, ahora lejano, bañaba su orilla ya no se sienten igual y eso es porque estando dormido, con mis tres pequeños hijos y mi mujer, un sujeto entró a mi hogar a robar, menos mal que no se llevó otra cosa más que objetos que si bien, duelen por el dinero, son solo objetos, es solo dinero y… Nada más.
En menos de un mes, entraron dos veces y si narro esto ahora es porque hace dos días, fui invitado a una reunión vecinal para tratar la seguridad de mi tradicional barrio y el otro adyacente. Personas de la tercera edad que son parte de nuestra historia viva, aquellas damas que antes se sentaban en la banqueta y te dedicaban un “vayabiem” ya no se sienten con la confianza de hacerlo, parejas jóvenes, que al igual que su servidor, regresaron a la casa de sus ancestros pues en ella están imbuidos cientos de recuerdos de su infancia, hombres, mujeres y unos cuantos niños que corrían mientras los oficiales, frente a nosotros escucharon atentamente, amablemente, con gesto serio pero empático, historias que ponían los pelos de punta pues si algo hay sagrado, es la tranquilidad de nuestros hogares.

En la reunión me di cuenta de que por mucho que pueda sentirme agraviado, no soy el único, que somos muchos los que estamos pasando por una situación similar y no, no es echarle la culpa a nuestros policías, ellos no pueden estar todo el día frente a nuestros hogares e incluso, si estuvieran, no podrían estar en los techos que unen todos nuestras casas, ni verían como se meten en los patios interiores en los que, aún, muchos de nosotros no cerramos la puerta pues estas, están dentro de nuestro hogar que hasta que nos pasa, se sentía seguro.

No escribí esto antes porque era solo mío y este espacio, aún cuando sea yo quien escribe es, en realidad, de todos ustedes y para ustedes, sin embargo, ya me di cuenta de que esto es algo que atañe a todos y cada uno de nosotros, la seguridad de nuestros hogares, la falta de trabajo que empuja a muchos al ilícito, la falta de oportunidades, los predios abandonados, las calles oscuras, pero, sobre todo, el que ya no conocemos a nuestros vecinos, estamos, como la mayoría de nuestra sociedad, viviendo entre desconocidos, divididos no sólo por paredes sino por desconfianza, por ideología política, por rivalidades tan absurdas como que se estacionaron enfrente, o que se tiró agua, o por la brecha generacional.

Sí, estamos divididos y aún no nos damos cuenta y en esa división, como vecinos, como sociedad, es cuando más desprotegidos estamos pues es fácil que un tipo se meta a una casa pero, como no es mi casa, no me interesa, así como ver a un sujeto tirando basura en el malecón y no reclamarle porque no está cerca de mi hogar o peor aún, pasar a lado de esa basura y no recogerla porque no la tiré yo.

No es sencillo vivir en la individualidad hasta cierto punto temerosa de mejor no sacar la cabeza para no exponerse. Si bien, en este escrito no pongo ideas de solución, no es porque no se tengan, tú las tienes, yo las tengo y quizá tu vecino, el de a lado las tenga aún más claras así que, hagamos sociedad, invitemos a nuestros vecinos a una taza de café y conozcamos sus problemas que les aseguro, son iguales o al menos similares a los nuestros y de manera conjunta, podemos encontrar entre todos, nuestra tranquilidad perdida.