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La intervención de Donald Trump (70) en la toma de posesión como presidente de Estados Unidos es un texto paradigmático del discurso nacional populista de derecha, con tintes fascistas, que lo ha caracterizado desde que inició la campaña presidencial.

La tesis central es que su país vive una gran crisis, que él es la garantía de que vuelva a ser grande y que para eso se debe cerrar sobre sí mismo y relacionarse con el mundo sólo desde la lógica de sus intereses.

La otra tesis es que este gobierno encabezado por multimillonarios, él es uno, y militares conservadores es la vía para que el poder acaparado por los políticos en Washington se devuelva al pueblo. ¿Así será?

Es el discurso que quiere oír sus simpatizantes. No falló a sus expectativas. Con él profundiza la división al seno de Estados Unidos. No lanza puentes sino construye abismos. Gobierna, para los suyos. Provoca resistencias.

En su visión los gobiernos anteriores a él “hicieron a otros países ricos mientras que la riqueza y fortaleza de nuestro país se han disipado en el horizonte. A partir de este día va a ser primero Estados Unidos”.

La estrategia es el proteccionismo que les va a permitir “recuperar nuestros empleos, recuperar nuestras fronteras, recuperar nuestra riqueza y recuperar nuestros sueños”. Cerrarse y hacer a los otros a un lado es el camino.

Los logros de Obama, que superó la crisis que le dejó Bush, hizo que Estados Unidos creciera, aumentó el empleo y los servicios sociales no existen. Estados Unidos vive en el desastre y la decadencia. Ese es el falso análisis del nuevo presidente.

Eso es lo que da sentido a su proyecto. En adelante “cada decisión sobre comercio, sobre impuestos, sobre inmigración, sobre asuntos extraordinarios será hecha para beneficiar a los trabajadores estadounidenses y a sus familias”.

El nacionalismo primitivo de Trump no es un caso único. Se inscribe en el discurso nacional populista, lo hay de derecha e izquierda, pronunciado por líderes políticos mesiánicos que reivindican el pasado como un tiempo mejor. Quieren que la rueda de la historia gire hacia atrás.

El tono del discurso es el de un predicador que se presenta como el redentor de la nación y el pueblo. El nacionalismo aislacionista que propone es muy semejante, hay frases iguales, al de Adolfo Hitler de 1933.

Las ideas de Trump ponen a Estados Unidos a la defensiva, todos los otros países son sus enemigos. No tiene amigos y aliados. Ellos son el bien y los demás representan el mal. El país abierto y progresista desaparece, para encerrarse en un claustro.

En esta visión México, con 3,200 kilómetros de frontera con el país que imagina Trump, es desde ya una amenaza y un enemigo. Por el discurso previo y nuestra ubicación somos en este momento una nación vulnerable. Vienen tiempos difíciles.

Twitter: @RubenAguilar