Raúl Sales Heredia

Durante décadas hemos contado con un gobierno paternalista al cual le extendemos la mano y nos da un dulce. Si bien, las políticas sociales están para ayudar a los que se encuentran desprotegidos, en pobreza e indefensión, estas deberían enfocarse al problema y no a la consecuencia. En un ejemplo absurdo, pero siguiendo con la idea del dulce, llega un niño hambriento y se le da un caramelo, el niño feliz pues no solo tiene algo en el estómago, el azúcar se convierte en glucosa y le da energía por un rato y está sabroso. Sin embargo, no hay nutrición, genera caries, sigue con hambre y vuelve a extender la mano para que se le dé otro dulce y así hasta que al pobre infante le dé diabetes.

Desde que nos convertimos en un país petrolero dejamos de preocuparnos por nuestro desarrollo o, en palabras de López Portillo en 1980, “Los mexicanos que han sufrido carencias ancestrales, ahora tendrán que aprender a administrar la abundancia”. Dos años después, estábamos en bancarrota.

Dejando de lado el saqueo desmedido de las arcas nacionales de algunos que han jurado y aún juran, mientras se muerden la lengua, servir a México; en mi opinión, se debe en parte a que nos han hecho dependientes del caramelo que nos dan con tanta “generosidad” y que aparte agradecemos como si no fuera pagado con nuestro dinero.

Es una práctica usual en campañas, es parte de un control social que se autoperpetua pues es más fácil manipular un pueblo que tiene hambre y cuando se tiene hambre no se tiene tiempo ni ganas de obtener cultura y un pueblo sin cultura es un pueblo de rodillas.

Pero parece que no pasa nada, cada tres o seis años es darle la vuelta a la hoja y escribir otra vez lo mismo pero con otro nombre y cambiar logos una y otra vez como si fuera esa imagen (que también nos costó a nosotros) la que nos diera el rostro nuevo de la esperanza de que en esta ocasión saldremos del marasmo en que nos encontramos (o nos mantienen) pero, lamentablemente, mientras sigamos dependiendo del dulce que nos dan, no entraremos a un sistema meritorio donde el que más se prepara y el que más trabaja mejorará su forma de vida y el de todas las personas  (casi casi por osmosis) alrededor suyo.

Las políticas asistencialistas a las que nos han acostumbrado es ponerle un parche al hueco por donde nos desinflamos y estamos aunque parezca extraño, premiando la necesidad pues si por alguna razón las personas que utilizaron esos recursos (no hablaré de televisores) los aplicaron correctamente para salir del problema, el siguiente año ya no podrán obtenerlo pues estarán fuera del “marco de necesidad” que se requiere para ser candidato a recibirlo. En otras palabras, mientras sigan en una situación de necesidad seguirán recibiendo, si salen… pues no.

Mientras sigamos con los parches y no revisemos la llanta completa, la carretera por la que transita, la distancia que hay que recorrer y el vehículo sobre la que se montará, seguiremos sufriendo por el accidentado viaje que lleva nuestro país.

Las políticas de asistencia social son necesarias pero quizá, solo quizá, podrían concatenarse y transitar hacia un sistema en que mientras mejor te desenvuelvas podrás optar a otra ayuda más especializada, más hacia lo que sigue en el desarrollo de un pueblo hasta que al fin, lleguemos a un pueblo que con cultura, pensamiento crítico, voz y libertad puedan modificar el futuro que se les presenta.

Asistir es ayudar al que tiende la mano a levantarse… no darle un dulce.