Alegría. Una de las fiestas con mayor colorido en nuestra ciudad, es la Vaquería, donde los campechanos se visten con sus mejores ropas y bailan al son de las jaranas y ritmos regionales.

Alegría. Una de las fiestas con mayor colorido en nuestra ciudad, es la Vaquería, donde los campechanos se visten con sus mejores ropas y bailan al son de las jaranas y ritmos regionales.

REDACCIÓN
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Nuestra ciudad además de ser una de las ciudades Patrimonio de la Humanidad, también posee características únicas que  amalgaman  nuestra identidad y sentido de pertenencia en un solo sentir.

Haber nacido en  esta tierra repleta de leyendas, epopeyas y tradiciones que han subsistido por casi 500 años desde la fundación de nuestra ciudad, son pruebas irrefutables de las características que nos hacen únicos e inigualables.

No obstante, además de la comida tradicional, las  fiestas populares y religiosas, es el vestuario tradicional un distintivos nuestro.

Pero hablar del traje típico campechano más que un asunto complejo, resulta una tarea bastante ardua, pues es el vestido local, el que ha atravesó bastantes cambios sustanciales con el pasar de los años.

De hecho hay que mencionar que desde antes de la conquista, en el traje típico de la región sobresalían los  grabados de tipo maya, pues como se recordará cuando en 1540 los  colonizadores fundaron la Villa de San Francisco de Campeche, ya se encontraba en  el mismo territorio el cacicazgo maya de Kin Pech.

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Una vez iniciada la vida en la villa fue necesaria la convivencia con los naturales del lugar fue del todo necesaria, pues gran parte de las actividades rudas eran realizadas por este sector de población, fue entonces cuando la influencia española permeó la vestimenta mestiza, en la llamada costumbre de los cuatro “estrenos”.

Se puede decir que esta  tradición data de los siglos XVIII y XIX, cuando en aquellos años se encomendaban las tareas  domésticas a personas del sexo femenino de escasa edad quienes  en retribución obtenían alimentación y  vestido, que las patronas les  regalaban en las cuatro fechas de máxima celebración popular durante el año. (Enrique Pino Castilla, El vestido en el folklore campechano, 1984, pag. 109-110).

Estás se realizaban en cuatro fechas  importantes; el Carnaval en febrero, estreno de prendas; San Juan en junio, ‘el voltejeo’ estreno de rebozo; San Román en septiembre, ‘la feria’, estreno de ajuares; y La Purísima Concepción  en diciembre, ‘Nochebuena chiquita’ estreno de zapatos y chancletas.

Hay que mencionar que las prendas que  a través del tiempo se daban en juegos completos de estrenos, aún persisten hasta la actualidad y son;  el rosario  rematado en cruz; la cadena  salomónica;  aretes de monedas;  y  peineta de hueso u otro material.

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EL VESTUARIO FEMENINO

Ahora bien, desde  tiempos coloniales la  mujer que vivía en intramuros, vistió, al  principio el huipil y sobre éste  una  enagua o falda amplia llamada también “saya” con amplios encajes que en su mayoría traídos de Europa, pues hay que recordar el activo comercio marítimo durante el periodo colonial.

Más tarde comenzaron usar una blusa blanca con cuello cuadrado, bordado a mano con hilos negros de algodón alrededor del cuello, el pecho y las mangas. Las figuras que se bordaban estaban inspiradas en  las flores de cebolla  y calabaza; aunque  ya en el siglo pasado se bordan los símbolos del escudo de la ciudad,  murallas y barcos.

La falda llegaba  hasta los tobillos y estaba adornada de colores vistosos con encajes  blancos, flores y lazos de la misma tela de la falda y al final remataba con una arandela. Debajo de la falda se acostumbra llevar una pollera blanca o enagua.

Complementaba el vestuario un hermoso reboso de Santa María, que sustituyó la pañoleta o mantilla que anteriormente se portaba. Precisamente la tradición  de este objeto se debió a la necesidad de cubrir los hombros de las mujeres por el pudor de la época.

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Otro de los objetos que sin duda son únicos de los campechanas, son las chanclas o chancletas, confeccionadas en  suela dura y charol negro elaborado por  zapateros locales. Su  principal característica son las puntas hacia arriba, el tacón es bajo, diseñado para marcar el paso al bailar temas del folclore.

En cuanto al ajuar, esté estaba compuesto por una gruesa cadena de oro llamada ‘soguilla salomónica’, que debido a tamaño en algunas ocasiones abarcaban tres vueltas al cuello llegando hasta el ombligo. De ella pendían seis monedas antiguas de diez pesos de oro que remataban por un doblón español o una imagen pesada de oro puro.

Los aretes estaba compuestos por monedas y e}n otras ocasiones por una paloma prendida sostenida de sus alas y pico. También remataba el ajuar un rosario de coral rojo en honor a San Francisco, y un rosario negro en virtud del señor de San Román.

Finalmente, el peinado estaba compuesto por una larga trenza y moño de color vistoso. Desde luego, aquí no podían faltar las peinetas de carey, semicirculares con incrustaciones de oro, monedas antiguas y piedras preciosas.

Colorido. Bordados, rosarios, peinetas y orgullo, se mostraba en el vestido campechano.

Colorido. Bordados, rosarios, peinetas y orgullo, se mostraba en el vestido campechano.

EL TRAJE MASCULINO

Por su parte, el vestuario masculino estaba constituido por pantalón blanco, y camisa blanca abrochada con botones de oro unidos por una cadena, sombrero de jipi japa. Con el pasar del tiempo evolucionó a filipina de lino blanco con botones dorados, pantalón negro, y un cinto de seda roja ceñido a la cintura, amarrado a un costado y con extremos colgantes en deshilado.

Como calzado, los hombres utilizan botines de piel, sombrero de palma confeccionado en  Bécal, y algunas ocasiones  se sustituyen por zapatos cerrados de charol negro. Hay que apuntar que una de las mayores expresiones de la vestimenta campechana fue en La Vaquería, una fiesta de colorido y algarabía en nuestra ciudad.

Su origen histórico, se remonta a  las cofradías  y a las estancias ganaderas donde durante cada temporada de cosechas se realizaban jubilosas fiestas, ahí la música tomó un papel crucial en la celebración alegrando durante muchos años tanto a yucatecos como a campechanos.

Se sabe que ya desde la tercera década del siglo XIX, la Vaquería tomó gran importancia al grado de  verificaban los pueblos del interior. Esta danza consistía en  un baile donde las  mujeres lucían sus mejores y más vistosos trajes, con  cadenas de dos vueltas, repletas de escudos de oro y cruz.

En nuestra ciudad, uno de los antecedente de esta celebración lo tenemos en 1914, cuando el ejecutivo estatal estaba en manos del general huertista Manuel Rivera.

En aquel entonces, cuenta la tradición que los vecinos del poblado de Lerma organizaron una Vaquería en honor del  mandatario que había traído la paz a la ciudad, tras el levantamiento  del  ex gobernador Manuel Castilla Brito, quie se unió a la causa de la Revolución.

Sobre este hecho, al prensa de la época refirió que “La Vaquería organizada… en honor a Don Manuel Rivera,… terminó a las dos de la mañana  en medio del mayor orden y entusiasmo”.

Finalmente, Campeche como sitio auxiliado por la divinidad durante las distintas calamidades que atravesó desde sus orígenes como ciudad, encontró en el vestido y en las tradiciones, una forma de identificarse,  pues en su vestuario simbolizaron las características que se fueron forjando entre lo que ofreció el mar y la selva, permitiendo tener una personalidad única que le permitió enfrentarse a los problemas sin desmoronarse.