Así es la tradición de los Santos Reyes

Style!, Martes 6 enero, 2015 a las 3:45 pm
Ilusión. Cada 6 de enero los pequeños hacían guardia en espera de sus regalos por haberse portado bien en el año.

Ilusión. Cada 6 de enero los pequeños hacían guardia en espera de sus regalos por haberse portado bien en el año.

JOSÉ MANUEL ALCOCER BERNÉS
CRONISTA DE LA CIUDAD DE CAMPECHE

En Campeche no existía la costumbre de regalar juguetes el día de la Navidad, sino el 6 de enero. Por tanto, ese día era muy especial para los pequeños campechanos. Desde meses antes, los padres interrogaban ‘como si nada’ a sus hijos sobre lo que querrían que los Reyes les llevaran. La víspera, los niños, que habían escrito cartitas pidiendo juguetes y jurando haberse portado bien y merecerlos, hamaca la dicha misiva y también zacate para el camello, maíz para el caballo, cacahuates para el elefante y un traste lleno para los cansados animales.

La noche era de nervios; algunos niños no podían dormir, sabedores de que si no lo hacían, los Reyes no llegarían, algunos  incluso insistían en acostarse desde la tarde.  Por fin, cuando cerca de las 9 ó 10 de la noche, el sueño se apoderaba de ellos, los padres, como terroristas de la felicidad, sacaban del escondite los juguetes comprados en las casas comerciales La Navidad, La Casa Castellot, o EL Kimberley -Liverpool local-, pero también algunos comprados en casa de las fayuqueras –mujeres que traían contrabando de Chetumal los juguetes más modernos-. Los precios más modestos se podían adquirir en algunos puestos del mercado o particulares.

La noche del 5 de enero un río de gente de todos  los estratos sociales invadía  la ciudad. Visitaba tiendas, elegía regalos, y  regateaba precios; era el tradicional Paseo de Reyes, donde ricos y podres caminaban sin importar la distancia, con  alegría viendo aparadores y la  gran variedad de juguetes de distintos precios, al alcance de todos los bolsillos.

Muchos esperaban hasta el último momento, cuando se remataban los lotes a un precio  más barato. Luego volvían a sus casas  a cumplir su cometido y en el silencio de la noche depositar Los Reyes bajo las hamacas.

Para los adultos, contemplar la cara de felicidad de los niños al despertar y descubrir  sus regalos era el mejor obsequio. Toda la mañana, los chamacos podían ser vistos con los juguetes nuevos.

LA NOVENA DEL NIÑO DIOS

Todavía en pleno contento del día de Reyes, los novenarios para celebrar el nacimiento del niño Dios ya se estaban organizando. En la cuadra donde yo vivía –en el barrio de Santa Ana-, se hacían en dos o tres casas y corríamos de un lado  para poder estar en todos.

La organizadora pedía a nueve vecinas que fueran como ‘nocheras’ a su casa, esto es, que por una noche dieran los dulces, música y demás.

La novena se iniciaba con la llegada de los vecinos, niños y niñas, jóvenes, señoras, todos teníamos un lugar, los niños adelante y atrás los demás.

Se nos entregaban sonajas para acompañar los cantos y la música. Se prendía incienso en un recipiente de barro, impregnando  la casa de un olor dulzón mientras la rezadora decía los misterios del rosario, acompañada de armonio –especie de piano que se abría como caja mágica y se operaba con los pies- entonaba, entre otros.

 “El adviento santo, Una bella pastorcita, A Belén, Vamos pastores, A Belén todos, Ay con el sí, sí, sí, venid pastorcitos, Lloráis entre las pajas, Oh, precioso niño, Alegría, alegría,  A lo ro-ro niño, Ay que sí, Recojan sus sonajitas y Pajarillos canten”.

Desde luego, no todo se cantaba en la misma noche, sino a lo largo de las nueve, pero la que más nos gustaba era “Alegría, alegría, Recojan sus sonajitas”, pues significaba que el rezo había acabado y venía lo mejor: el reparto de dulces.

 Por lo general, ‘las nocheras’ se esmeraban por lucirse en su turno, así que repartían platos llenos de dulces típicos, junto con horchata, té o refrescos embotellados y, a veces, pequeños sándwiches o tamales.

Se daba a los adultos una copita de vino, incluyendo a la rezadora y la cantadora, quienes al término  del acto salían cubiertas de chales para que no les hiciera mal el sereno.

Como ellas cantaban y rezaban en varias novenas, deben de haber llegado a su casa medias agitadas luego de haber tomado varias copitas de vino. Cuando el reparto terminaba, corríamos a otra novena, volviendo a nuestras casas como a las diez de la noche, cada uno con dos o tres platos de dulces. De ahí que en Campeche digan, cuando alguien sale de algún lado con platos para llevar; ¡si no es novena…!

De las novenas, la mejor era la última, la de la patrona de la casa. AL Niño Jesús se le había estado cambiando de traje y esa noche lucía uno especial. La rezadora y la cantadora se esmeraban, ya no con música del armonio, sino con el conjunto de cuerdas contratado. Y nosotros, desde temprano estábamos preparados para entonar todas las canciones casi siempre nos parecía que el rosario se alargaba, pues entre cada misterio se incluían dos o tres canciones más. Al final llegaba la ‘coronación’. Se habían hecho versos rimados a casa señora participante, que se coreaban con la música del villancico La Bella pastorcita. Así:

“A doña María Bernés

La vamos a coronar

Con un ramo de gladiolas,

Acabadas de cortar”

La dueña de la casa se acercaba a las señoras, les daba un beso, un abrazo y un ramo de gladiolas, con una canasta de papel, decorada con papel de china de coloras y repleta de dulces (merengues, budines, dulce de pan, de papaya, manjar blanco, cocadas, arroz con coco, suspiros, rosquitas de canela, chancletas, empanadas rellenas de camote, guayaba o queso y bien me los sabes).

Entre cantos y al compas de las sonajas, se coronaba a cada nochera y el ritual de agradecimiento de la patrona se repetía. En muchas ocasiones, los jóvenes de la casa armaban el baile y las fiesta se extendía hasta altas horas de la noche.

ROBO Y RESTITUCIÓN DEL NIÑO JESÚS

La última de las fiestas resultaba el robo del Niño Dios. Mientras se bailaba el último día del novenario la gente conversaba, un grupo se ponía de acuerdo para ‘robarse al Niño’, que sería devuelto a su casa en 2 de febrero, Día de la Candelaria.

La entrega daba pretexto a otra fiesta, pues la gente se congregaba en la casa del ‘ladrón’, quien le había mandado hacer ropa y comprado ‘prendas’ (joyas). Él o sus cómplices  contrataban además a un grupo musical y a una ‘cantadora’ para que contara cómo, cuándo y quiénes eran los malhechores. Una vez reunida la gente, los ladrones y sus cómplices se dirigían a la casa de la dueña del Niño, con estrellas de papel de china, velas o veladoras, farolitos, voladores y luces de bengala. En el trayecto cantaban villancicos como “A Belén y Alegría, alegría”.

Al llegar a la casa, que por tradición debía estar obscura y cerrada como señal del duelo por el Niño perdido, la procesión, con la madrina o el padrino  delante con el niño en brazos, se detenía y con música de ‘Pajarillos canten’ y letra especial para la ocasión, se narraba el hecho. Así:

“Doña Lugarda un grito pegó

¿Dónde está mi Niño?,

¿Quién se lo robó?,

Eutimio Bernés lo tiene,

Y se lo viene a devolver… ”

 Al final, se pedía abrir las puertas para que el Niño regresara a su casa. Se prendían velas y dejaba la entrar a la procesión, para recibir al Niño y ponerlo en su lugar.

Se repartían dulces y antojitos y los jóvenes iniciaban el baile en la sala. Con este acto concluían las fiestas navideñas en Campeche, pero la gente ya se estaba preparando para otra festividad próxima a celebrarse: el Carnaval, pero esa… es otra historia.

Tradición. Agua bajo la hamaca, zacate, y cacahuates eran parte de los preparativos que cada niño hacia para esperar a los Reyes Magos.

Tradición. Agua bajo la hamaca, zacate, y cacahuates eran parte de los preparativos que cada niño hacia para esperar a los Reyes Magos.