Si en años anteriores la falta de oportunidades de empleo representaba uno de los más difíciles desafíos por resolver, ahora, por lo que se ha percibido desde el inicio de este 2015, ante el impacto de las alzas en los costos de las gasolinas; los dolorosos recortes presupuestales; la caída en barrena de los precios del petróleo, etc., pareciera que ese anhelo tan deseado de miles de mexicanas y mexicanos, de conseguir empleo, se convierta en inalcanzable realidad para una gran mayoría.

No solo son los profesionistas que ilusionados con horizontes promisorios se sienten frustrados al egresar de sus escuelas. De nada sirve un título que acredita sus estudios, pues son rechazados por un mercado laboral cada vez menos demandante y marcadamente selectivo respecto a las características, particularmente de calidad, en cuanto a sus contrataciones.

El drama de las cada vez menores oportunidades laborales no solo para los profesionistas, sino en general para todos, impacta sobremanera a quienes cada año egresan en grandes cantidades de las distintas instituciones de educación superior, tanto públicas como privadas. Habría de sorprendernos la diferencia de las oportunidades para sus ex alumnos. Esto seguramente merece una especial reflexión.

Justo es reconocer, por parte de las autoridades competentes, su esfuerzo en la búsqueda de alternativas que solucionen o al menos mejoren significativamente esta problemática. Pese a ello, los resultados no han sido los esperados. La realidad muestra un hoy de desesperanzas para esos jóvenes que se sienten abandonados y por ello frustrados por la falta de empleo. No solo carecen de trabajo, sino también les es difícil subemplearse en otras actividades, en consecuencia con salarios más bajos. De nada sirvieron sus esfuerzos de muchos años de estudio, su afán de superación, los sacrificios de sus padres, y… sus ilusiones.

Todo pareciera en ese primer encuentro con una realidad no esperada, que aquello que creían sucedería tan solo al conjuro de las mágicas palabras del abracadabra, que hacía salir un conejo de cualquier sombrero, no sucedía al igual cuando ellos creyendo en la magia de sus ilusiones juveniles, no conseguían empleo.

Pese a la fe en que sus aprendizajes servirían para un final feliz en cuanto a sus justas aspiraciones, esto no sucedía así. No había conejo, no había trabajo. Los dulces sueños se convertían en amargos despertares.

¿Qué puede hacer esa gran cantidad de jóvenes representativos de un México que creyendo en ellos apostó, e invirtió, por su mejor futuro? De golpe y porrazo sus promisorios horizontes, aquellos en que habrían de ser constructores del destino de un México mejor, desaparecían.

Ante la urgencia que un no tener propicia, la aceptación de trabajos en lo que sea se ha convertido en una alternativa de supervivencia para muchos de estos profesionistas, desaprovechados, que pudieran significar avances en el desarrollo del país.

Cada vez más la credibilidad sufre una erosión pronunciada y dolorosa en cuanto al proyecto de alcanzar una conciencia nacional solidaria ante un presente y un futuro que se muestran preocupantes.

Este ciclo escolar 2015-2016 se inicia con expectativas tan complejas, por sus objetivos y riesgos, que valdría la pena tal vez consultar, para descifrarlas, al oráculo de Delfos. Sin embargo, ante la lejanía en el tiempo y el espacio, para ello, sería conveniente una revisión a fondo de lo que representa en México la demanda real en el mercado laboral.

¿Qué tan cierto es que el sector educativo produce en sus carreras terminales lo que reclaman actualmente los ofertantes de empleos? ¿Cuáles son hoy las carreras que las instituciones de educación superior perciben, por sus currículas y competitividad de sus egresados, como atractivas al mercado laboral?; El seguimiento de egresados: ¿Dónde están, salarios, realizaciones, mejoramiento profesional, realidad de resultados, etc.?; ¿Qué tanta relación y beneficios mutuos se han dado en la vinculación escuela-empresa? ¿Han existido propuestas acerca de nuevas carreras, modificación o cambio de planes y programas por parte del sector empresarial?; ¿Cuál ha sido la respuesta, si esto hubiera sido, y qué resultados se han observado?; ¿Existen más oportunidades de contratación cuando si funciona la vinculación, o al menos se perciben ligeros atisbos de alentadoras posibilidades?

La inversión que se realiza en educación ha sido cuantiosa. La importancia de este sector lo señala como columna vertebral en la forja de un quehacer creativo, corresponsable, de unidad nacional, que permita en estos históricos coyunturales momentos que se viven, hacer que la reforma educativa se convierta en detonante de resultados de calidad; con egresados más competitivos por una mejor preparación. Buscar, y lograr, más y mejores expectativas laborales, con salarios dignos, debiera ser prioritaria tarea de las autoridades, en estrecha colaboración con el sector empresarial.