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Dice la consigna popular: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Es un tema que, por desgracia, se confirma y se ratifica casi a diario.

Dice Excélsior: “El líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador, presentó este miércoles por la noche su declaración 3 de 3, donde dice ganar 600 mil pesos al año, y no tener inmuebles o vehículos.

“En días pasados, el excandidato presidencial fue criticado por ser el único líder partidario que no había presentado dicha declaración, pese a haberse comprometido a hacerlo.

“En un video difundido en las redes, López Obrador explicó que cedió la mayoría de sus bienes a sus hijos, y afirmó que su cónyuge tiene un ingreso anual de 570 mil pesos.

“Asimismo, señaló que los ingresos que tiene es por el salario que recibe como presidente nacional de Morena, por lo que sus ingresos extras son por regalías de libros y por conferencias, aunque detalló que eso lo va a declarar a finales de este año porque “el formato habla de ingresos de 2015”.”

Sé que Andrés no es Roberto Madrazo, pero al igual que a éste no le creo, pero tampoco sirve de nada que en lo personal no le tenga fe al tabasqueño porque, a ratos, el mejor trabajo en su favor no lo hace él mismo sino sus más sólidos y acérrimos detractores desde el gobierno de la República.

Estoy convencido que de que lo que uno es se ve, queramos o no, pero salir a contarlo, a decirlo, a presumirlo, no sólo desacredita sino que exhibe y desnuda. Y así, así es.

Lo que no puede dejar de reconocerse es que Andrés Manuel es un príncipe para el “timing”. Quienes lo siguen, como la senadora Sansores, ha acreditado en lo personal su fortuna millonaria en dólares, que hizo pública cuando fue candidata y que, hasta donde hemos visto, no sólo no se redujo sino que se ha sostenido. Monrreal tampoco presume su humildad y Martí Batrés se da un tren de vida que lo evidencia.

López Obrador quedó exhibido en el tema de Carlos Ahumada, en los sobreprecios de los segundos pisos y su reloj Tiffany cuando era jefe de gobierno capitalino. Nadie olvida a René Bejarano recibiendo los fajos de billetes de manos de Ahumada y todos recuerdan a su tesorero jugando en Las Vegas. Sólo éste y Bejarano terminaron en prisión.

De acuerdo con las investigaciones, Ponce Meléndez ingresó al Reclusorio Preventivo Norte el 22 de agosto de 2011, procedente del Centro Federal de Readaptación Social número 1 “El Altiplano”, ubicado en Almoloya de Juárez, Estado de México.

El ex funcionario fue acusado por la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) por el delito de fraude genérico por más de 30 millones de pesos y condenado a 8 años.

Ponce Meléndez fue videograbado mientras apostaba en Las Vegas, Nevada, por lo que fue destituido el 2 de marzo de 2004, pero liberado en marzo de 2014 al ganar un amparo.

Nada de lo anterior ha afectado la pretensión del tabasqueño de ser candidato una y otra vez. Sin embargo, su obcecación tiene que ver también con algo que tampoco puede dejar de verse: el país no funciona, la transición política y los doce años del PAN no lograron una modificación sólida en la realidad nacional y el regreso del PRI a la presidencia tampoco ha significado lo que se ofrecía, a pesar de los dos primeros años de buenas noticias y buenos resultados políticos que se revirtieron con los escándalos de corrupción, la fuga del Chapo y la debacle petrolera.

Sin embargo, no le creo a Andrés Manuel. Salir a decir que es distinto, que es diferente, que es honesto y que no tiene propiedades cuando surge la polémica por el departamento de Angélica Rivera en Miami lo acredita como un político hábil, que sabe aprovechar las coyunturas, pero que me diga que no tiene dinero, que gana 50 mil pesos al menos, me hace recordar a otros farsantes, ambos locales, depredadores también del presupuesto y sin resultados que hayan cambiado Campeche para mejor.

La verdad es que no creo que a nadie le importe si en lo personal le creo o no a Andrés Manuel, pero lo que sí debemos de ver y creer es la actuación del aspirante, sus acciones y quienes lo acompañan. Los hechos son los que nos definen, más que los dichos y, desde mi óptica, su discurso cansa, lacera pero no propone, ni da certeza más que a la venganza y a una esperanza que no tiene ni pies ni cabeza.

Vender aviones, bajarse el sueldo o meter a la economía en una espiral de fantasía no nos hará más fuertes ni mejores como país. México necesita más que odio y deseos de cárcel para los ladrones –que la merecen-, el problema es ¿quién puede darlo?