Cada mes de octubre todo aquel que se diga ser oriundo de este lugar celebra con orgullo las tradiciones y el folclor campechano, resultado de la mezcla de la herencia española y maya.
Desde el pasado colonial y hasta nuestros días el término de ‘campechano’, se fue forjando con cada conflicto o amenaza, creando una propia personalidad.
Rodeada de emblemáticas murallas, un recuerdo de los horrores del pasado, la ciudad y sus habitantes forjaron características únicas que los diferenciaron de las demás provincias de la Península.
Dado el carácter porteño de la Villa de San Francisco de Campeche, sus laboriosos habitantes se dedicaron a las actividades mercantiles, que a la postre ocasionaron el asedio de los piratas.
Estas circunstancias le imprimieron a los campechanos bravura y valentía que los ayudó a mantenerse de pie sin desmoronarse a pesar de los vituperios que les hicieron pasar los vándalos del mar.
Tiempo más tarde cuando la entidad vio coronado sus ideales de erigirse como Estado más de la Federación surgió la necesidad de construir un término que pudieran utilizar como bandera para promover las tradiciones locales.
Fue en este tenor cuando el talento de dos jóvenes campechanos, Enrique Novelo y Leandro Caballero, dieron los primeros pasos al proveer una identidad con el Himno Campechano cantado por primera vez el 16 de septiembre de 1899 en el Teatro Toro. Los versos y rimas abonaron al espíritu de los campechanos un carácter propio de la ciudad que se duerme junto al mar.
Cuna de liberales y heroicos patriotas desde entonces el imaginario del campechano se basó en elementos como el patriotismo y amor por la tierra que los vio nacer, pues “por su origen, antecedentes, usos y costumbres se mostraban poco inclinados a la política. Hombres de trabajo, dedicados a las duras faenas de corte de palo de tinte, de la explotación de sal y principalmente de la navegación no tenían mucho tiempo de que disponer en ocupaciones de distinta índole”. (Joaquín Baranda Quijano, Recordaciones Históricas, 1991, pág.136).
Sones, ritmos y melodías fueron parte del legado de nuestro terruño a todo el país, pues de Campeche surgieron una infinidad de talentosos artistas que con su particular estilo hicieron bailar a generaciones enteras. Los primeros de ellos, con danzones, mambos y cha-cha-chás amenizaron las veladas musicales de los salones más populosos donde los campechanos del ayer solían a pasar gratos momentos.
De esta camada surgirían las piezas más emblemáticas como; Oh Tierra Campechana, Las Torres de Catedral, La novia del Mar, Las torres de Catedral, El Pregonero, Linda tierra Mía, entre otras, que identificaron con sus letras a los campechanos en cualquier parte del mundo.
Algo que también caracteriza a los campechanos es su profunda devoción por los santos patronos, que en innumerables ocasiones prestaron su auxilio divino cuando la calamidad y la devastación hacia víctima a la ciudad. El 14 de septiembre tiene lugar la fiesta religiosa más importante en honor al Cristo Negro, baluarte de la fe de todos campechanos que llegó del mar para quedarse y prestar auxilio divino. No menos, importante, es el 4 de octubre cuando tiene cabida la fiesta en honor a San Francisco de Asís, primer patrono traído por los españoles. Cantos, murmullos, y el repicar de las campanas son parte fundamental de la celebración.
Pero también Campeche son sus usos y costumbres, entre ellas como no mencionar al aguador, aquel hombre que en una pipa tirada por una mula surtía de agua de lluvia a los hogares, pues como se recordará, en el Campeche del ayer se careció de acueductos para surtir agua, por lo que las casas señoriales contaban con su propio pozo para abastecerse del líquido.
No menos importante, es la usanza campechana que evolucionó con el transcurrir del tiempo y fue durante la tradicional Vaquería cuando el traje regional lucía su mayor esplendor. Según las fuentes; las mujeres portaban el fustán, una especie de enagua que las cubría hasta los pies, después le seguía el huipil y el reboso cubría los hombros, finalmente el vestuario era rematado con un gran collar de oro sosteniendo una cruz que colgaba.
Almenas, lienzos y murallas desde hace muchos ayeres se han mantenido como centinelas guardianes de la ciudad en diversas ocasiones. Fueron las murallas de Campeche la que la defendieron de la desolación y de las huestes enemigas que en varias ocasiones intentaron someter el espíritu aguerrido de los campechanos.
En este mes al celebrar nuestras tradiciones vale la pena recordar que Campeche somos todos los que día a día despertamos y nos esforzamos por contribuir al progreso de nuestro entorno.
Luis Angel Ramos Justo
Oficina del Cronista de la Ciudad