
Soy en opinión de algunos conocidos un ingenuo utópico que cree que las cosas van a cambiar. Soy en mi opinión personal, un utópico que cree que las cosas van a cambiar.
Vivir en la utopía no está tan mal, vivo en un mundo en el que aún hay esperanza, en que siempre existe alguien que tiende la mano y no lo hace para pedir, vivo en mi utópica realidad porque quiero que mi hijo sea siempre parte de mi mundo feliz. Sí, estoy quebrado y debo tarjetas de crédito y el préstamo del banco para la casa; sí, estoy pasado de peso y tengo una hipertensión leve; sí, aunque deje de fumar aún tengo un antojo enfermizo cada vez que veo a alguien encender un cigarrillo. No obstante, siempre percibo el lado positivo de la gente, hasta de esos anquilosados seres soberbios que persisten en su error hasta que ellos mismos se lo creen y pervierten su ego creyendo ser la última gota de sabiduría de un desierto de ignorantes.
Hasta de ellos veo la mejor parte, que generalmente suele ser el no tenerlos cerca o poder sonreírles y alejarme.
Pero no soy ingenuo, crédulo o material de timo.
Me queda claro que mi utopía no es compartida por muchos aunque quieran hacerlo. Sé que nadar con la corriente es fácil, hasta descansado, pero te quitan todo poder de decisión en el futuro, te quitan toda opinión propia y peor aún, pierdes la capacidad de exigirte.
Esa capacidad de exigirnos es la que se nos está atrofiando, parece que nuestra misión es solo hacer lo “suficiente” o lo que nos piden. Nunca damos ese adicional.
Vivimos, como dice un amigo mío, en la cultura del “melate” en ese estado mental en el que queremos un golpe de suerte para enriquecernos y mandar al diablo todo, dejar de trabajar y dedicarnos a rascarnos el ombligo con un alto grado de concentración. El problema, es que “el melate” se convierte en diezmos, en mordidas, en la micha pa’ti y la micha pa’mi. El problema es que en esa búsqueda de “beneficio” personal perjudican no solo a sus familias sino a ese sueño guajiro de vivir de nuestras rentas y concentrarnos en nuestro ombligo. Su mundo de riqueza mal habida, de flojera extrema, de transa, de soberbia, de mentira, de “aquí solo yo tengo la razón”. Ese mundo que crean… enturbia y ennegrece mi mundo feliz.
Pero los utópicos nos estamos multiplicando y cada día nuestros mundos se acercan haciéndolos cada vez más brillantes. Mi utópico mundo es consecuencia de ver el amor que se profesaban mis padres, ese respeto mutuo entre seres humanos, ese valor que le daba mi padre al consejo de mi madre. Mi utópico mundo es consecuencia de vivir en una familia honesta e integra, que tiene el valor de la palabra como algo sagrado. Mi utópico mundo es consecuencia de que quiera ver a mi hijo en un México mejor, en una casa amorosa, donde respete a todos por su calidad de seres humanos y no porque sus intereses, estatus, raza o religión lo definen.
Pero recuerden que ver lo bueno significa que damos la oportunidad de enmendarse, no de que estemos cegados. Vemos lo malo, lo perjudicial, es nuestra intención cambiarlo, queremos un país mejor y para eso queremos mejores funcionarios, trabajadores, servicios y respeto. Queremos leyes bien diseñadas y consensuadas. Queremos a la mejor gente en el mejor lugar.
Vemos lo bueno porque damos oportunidades pero si se atreven a creer que las oportunidades son eternas o cíclicas (llámese anuales, trianuales o sexenales) o que por darlas nos están viendo la cara…
Bueno… No digan que Yo soy el ingenuo.
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