Raúl Sales Heredia

Nos guste o no, el viernes tomó posesión como presidente 45 de los Estados Unidos de América el Sr. Donald J. Trump, y digo nos guste o no porque no es nuestro país y no tenemos injerencia en el asunto. No obstante, el discurso incendiario de la campaña protagonizada por el ahora presidente empezó con una acusación infundada, desagradable e intolerante; seguro recuerdan el “Cuando México envía a su gente, no envía lo mejor. Están trayendo drogas, están trayendo crimen, son violadores y algunos, asumo que son buenas personas, pero yo hablo con guardias fronterizos y eso tiene sentido común”. Nada más esa frase en boca de un candidato presidencial hubiera sido suficiente para alertarnos sobre lo que vendría, pero como en campaña se dice de todo, asumimos que solo era discurso político, así que aunque indignados, la suposición es que si ganaba, moderaría el tono y la relación bilateral de la cual dependemos ambos países (aunque digan lo contrario) seguiría igual.

Las frases siguientes: “No quiero nada con México más que construir un muro impenetrable y que dejen de estafar a Estados Unidos”; “México está ahogando económicamente a Estados Unidos”; “México no es nuestro amigo”; “No hagan negocios con México” y una que en realidad no importa pero que habla del “amor” que siente por nuestro país “México jamás volverá a ser sede de un Miss Universo”, nos debió decir que lo que nos venía encima no era un discurso de campaña sino una forma de vernos como país. El viernes, en la toma de posesión, la página de internet de la Casa Blanca dejó de tener la opción de leerse en español, ninguno de los miembros de su gabinete es latino (que es la primera minoría en los EE.UU.) y eso es la primera vez que sucede en los últimos 30 años.

El punto es que en estos días empezarán las renegociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte conformado por Canadá, Estados Unidos de América y México. Dicho tratado ha sido el rector de nuestra política económica desde hace décadas y en estos momentos en que la misma presión de una administración proteccionista de EE.UU. que ha logrado que grandes inversiones proyectadas para realizarse dentro de nuestro país se echaran para atrás para evitar problemas o un aumento en el impuesto arancelario deja a nuestro país en una situación comprometida en las negociaciones que vendrán, pues ya se vio que solo es cuestión de un “tuit” (aunque pareciera increíble) del ahora presidente para que los planes de inversión de trasnacionales de su país se modifiquen y, no conforme con eso, hasta con empresas que tienen su matriz en otros países (que al menos, no hicieron caso de la “amenaza”).

Quizá piensen que lo que haga o deje de hacer el presidente Trump es cuestión suya y de los norteamericanos y generalmente así sería hace unos cientos de años, o si el país del norte no fuera dueño del arsenal nuclear más grande del mundo o si no hubiera pasado décadas posicionándose como el país al cual acudir (algunas veces no era necesario ni pedirlo) si la democracia o la libertad de otra nación se veía amenazada. En fin, el punto es que la política proteccionista de nuestros vecinos puede poner tensión en el ambiente mundial, pero en nuestro país, donde la subida del dólar es motivo de llanto y con la interdependencia económica que tenemos junto con la visión que tiene el actual presidente, es como para temblar y, no obstante la amenaza patente, quizá sea la oportunidad de cambiar de enfoque, de dirección y si somos ambiciosos, de ponerle un alto a esa subyugación histórica que hemos tenido ante las decisiones del norte. Quizá sea momento que en el próximo grito de ¡Viva México! no hagamos referencia a lo sucedido en 1810, 1910 y ojalá lo hagamos por la decisión de buscar el mejor resultado en el TLC sin tener que ceder ante imposiciones, en el muro, en la exigencia de una disculpa, en el apoyo irrestricto a nuestros paisanos y a sus descendientes norteamericanos, en acabar con la xenofobia y en una defensa de la soberanía que no es solo el territorio o los símbolos patrios o nuestro idioma o nuestra orgullosa ascendencia. Nuestra soberanía debe basarse no en lo que fuimos o somos sino en lo que queremos ser.

En cualquier relación sana no hay arriba ni abajo, ni fuerte ni débil, solo debe existir una palabra… igualdad.