El autismo es el resultado de un trastorno neurológico que afecta el funcionamiento del cerebro y que típicamente aparece durante los tres primeros años de vida. El autismo y sus comportamientos asociados se dan  en 1 de cada 59 individuos, aunque es cuatro veces más frecuente en los niños que en las niñas. Es la tercera incapacidad más común de desarrollo, aún más común que el Síndrome de Down.

Se lo denomina comúnmente como Trastorno del Espectro Autista o TEA porque existe una gran variabilidad de síntomas entre los individuos que lo padecen. No obstante, hay una serie de características comunes.

Según informa Autism Society, la persona con autismo se caracteriza por presentar deficiencias en la comunicación verbal y no verbal, en las interacciones sociales y en las actividades de juego. Además, pueden presentar movimientos repetitivos (sacudir la mano o balancear el cuerpo), apego a objetos y resistencia a cualquier cambio de rutina. En algunos casos, muestran agresividad.

Además, las personas con Trastorno del Espectro Autista pueden padecer más trastornos. Aproximadamente el 10% de los niños con TEA tiene un trastorno genético, neurológico o metabólico adicional, como pueden ser la epilepsia, Trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), Esclerosis tuberosa, discapacidad intelectual o ansiedad.

Desde 2013, el Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales recoge el Síndrome de Asperger y el autismo bajo el paraguas de Espectro de Desórdenes de Autismo. No obstante, tradicionalmente el Aspeger estaba contemplado como un trastorno distinto al autismo. De hecho, quien acuñó el término en 1934, Hans Asperger, lo definía como un trastorno de las habilidades de comunicación y relación social en niños extremadamente inteligentes.

Además, ambos trastornos se suelen englobar bajo la etiqueta de Trastornos Generalizados del Desarrollo; pero existe mucho desacuerdo entre los profesionales acerca de su clasificación, dado que el hecho de que esta se haga de manera correcta puede influir enormemente en el diagnóstico y, por tanto, las pautas a seguir por las familias podrían ser contraproducentes o inútiles.

Pese a que no se conocen las causan exactas del autismo, las investigaciones sugieren que tanto los genes como los factores ambientales pueden estar implicados. Un mito muy extendido acerca del autismo y sus trastornos derivados es el de que está relacionado de alguna manera con la vacuna triple vírica (sarampión, parotiditis y rubeola). No hay ninguna evidencia científica de que así sea; de hecho, la investigación publicada por la prestigiosa revista PNAS fue retirada y refutada por la propia publicación, al demostrarse que el autor de la misma falseó sus resultados con el objetivo de ganar prestigio profesional.

Agencias.