La imagen del Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda el núcleo central de nuestra fe: todo lo que Dios nos ama con su Corazón y todo lo que nosotros, por tanto, le debemos amar. Jesús tiene un Corazón que ama sin medida.

Y tanto nos ama, que sufre cuando su inmenso amor no es correspondido.

Debemos vivir recordandolo y pensar cada vez que actuamos: ¿Qué haría Jesús en esta situación, qué le dictaría su Corazón? Y eso es lo que debemos hacer (ante un problema en la familia, en el trabajo, en nuestra comunidad, con nuestras amistades, etc.).

Debemos, por tanto, pensan si las obras o acciones que vamos a hacer nos alejan o acercan a Dios.

Tener en casa o en el trabajo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, nos ayuda a recordar su gran amor y a imitarlo en este mes de junio y durante todo el año.

Los orígenes de la fiesta

Las huellas de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús ya se encuentran en la Edad Media, en el pensamiento de algunos místicos alemanes como Matilde de Magdeburgo, Matilde de Hackeborn y Gertruda de Helfta y el beato dominico Henry Suso. Sin embargo, este culto sólo floreció en el siglo XV por Santa Margarita Alacoque y San Juan Eudes, el primero al que el obispo de Rennes concedió celebrar una fiesta en honor del Corazón de Jesús en su comunidad en 1672.

En 1765 Clemente XIII concedió a Polonia y a la Archicofradía Romana del Sagrado Corazón la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y fue en este siglo cuando se desarrolló un acalorado debate. La Congregación de Ritos, afirma que el objeto de este culto es el corazón de la carne de Jesús, símbolo de su amor, pero los jansenistas interpretan esto como un acto de idolatría. Sólo en 1856, con Pío IX, la solemnidad se extendió a la Iglesia universal y se insertó en el calendario litúrgico. Era una fiesta móvil fijada el viernes, el octavo día después del Corpus Christi, seguido por el sábado dedicado al Inmaculado Corazón de María.

Aleteia.