Raúl Sales Heredia

Me encanta mi ciudad, la disfruto de todas las formas posibles en cada ocasión que puedo, he visitado sus museos incontables veces, caminado por sus calles, comprado en sus mercados, comido en sus restaurantes, he visto la puesta de sol sentado en el malecón y no me he cansado aún de hacerlo, me he sentado en el parque de Guadalupe a leer y en el del Centro me he dedicado a perseguir rapazuelos que parece que solo quieren cansar a su padre. Me encantan sus cafés, en especial los que están  frente al mar en que puedo pasarme horas intentando ver si se mueve o sigue en el letargo que hace único a nuestro golfo dentro de otro golfo.

Mi familia, mis amigos, aquello que me conforma, mi experiencia e inexperiencia, mis dolores y mis amores, mis principios, mis finales, mucho de lo que soy proviene de esta ciudad. Pero desde que tuve el maravilloso privilegio y la atemorizante responsabilidad de ser padre, mi vida es infinitamente más rica y entretenida aunque, mis tiempos libres para las salidas nocturnas se volvieron prácticamente nulas. El viernes, por una rarísima coincidencia, pude tomarme unos minutos y salir a pasear con mi hermosa esposa a la calle 59 y la elección era simple, no sabíamos qué se nos antojaba y ahí podríamos elegir entre diferentes opciones así que, a pesar del azaroso proceso de encontrar estacionamiento, fue decisión tomada.

Caminar de la mano con la mujer que amas por una de las calles más hermosas de México (y de cualquier patrimonio de la humanidad según mi opinión) es algo increíble, pasear y decidir entre las opciones, qué comer, qué beber, si es a la luz de las estrellas con fresco de brisa marina o si es aire acondicionado y menos ruido.

Decidimos un lugar al que no habíamos ido y pedimos algo que no habíamos probado aunque sea yo el que prueba cosas nuevas (a menos que el calor sea intenso, entonces me quedo con una cerveza) mientras el amor de mi vida se decanta casi siempre por un clericot (que cambia dependiendo de la preparación, la fruta o el vino, así que ella tendría que dar luego su estrellita o tache de “los clericots de la ciudad”).

El caso es que no es primera vez que vamos a la 59, negocios cambian, otros abren, unos cierran, algunos se mantienen, crecen y mejoran, otros permanecen igual pues son exitosos así como están. Mientras nos sentábamos empecé a tararear (o washawashear) una canción de rock del negocio de enfrente y al finalizar la canción, escuchamos la trova del de atrás, luego, la salsa de donde estábamos y por último nos perdimos en la cacofonía de la competencia de música y estilos. Me puso nervioso pues no escuchaba ni una ni otra, ni podía platicar con MaJe, mi noche estaba yéndose al garete a pesar del buen servicio y los mejores cocteles.

En ese momento, mandé un tuit y es que entre tanto ruido, hubiera preferido que hubiera grupos en vivo entre calles, es decir uno en el tramo de la 8 a la 10, otro de la 10 a la 12 (aunque en ese tramo hay un gran lugar que siempre tiene música en vivo) y uno más entre la 12 y 14, uno pagado por todos los negocios, a un volumen para que sirviera de música de fondo sin ahogar la charla. No sé, ideas pueden haber muchas y el modelo de la calle 59 debería de ampliarse a buena parte del centro (ese es otro tema) y convertir nuestra bandera turística en toda una experiencia digna de los recuerdos de aquellos que nos visitan, de los propios que lo disfrutamos y de los extraños que dejarán de serlo.

Me dice un especialista en estos temas y además empresario de la C-59 que eso de la música en la calle está prohibido, que no hay acuerdos y que cada día hay menos campechanos propietarios o dirigiendo los locales de la 59. En las largas pláticas que he tenido con él, he escuchado las mejores ideas para mejorar la experiencia, el servicio y el encanto de está maravillosa ciudad colonial.

La anécdota arriba escrita es una de las miles que hay, cada uno de nosotros tiene una buena o mala experiencia pero, para nosotros a los que aquí vivimos, nos corresponde hacer mejor nuestro lugar, darle ideas a quienes llevan los negocios, quejarnos educada pero de manera firme para que se corrija una deficiencia, dar nuestra opinión acerca de lo que nos gustaría y obviamente, felicitar cuando se lo ganen, criticar cuando sea necesario y promocionar las maravillas que existen y hacerlo con los ojos abiertos pues, un turista se llevará el recuerdo de nuestro hogar y queremos que este sea con cariño y con la admiración de este pedazo de paraíso  llamado… Campeche.