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A mi amigo Carlitos Moreno, donde quiera que esté…

No estoy siendo drástico cuando digo que México está en crisis. Mi generación ha convivido y ha escuchado esa dura palabra por lustros, decenios.

La crisis del 68, cuando asesinaron a los manifestantes en Tlateloco; la masacre de estudiantes del 10 de junio de 1971 el jueves de Corpus; la crisis de 1976 cuando el peso se devaluó de 12.50 a 24.75; en 1982 la nueva crisis provocó la nacionalización de la banca ante el saqueo desmedido de López Portillo y el nuevo precio del dólar a 57.18 pesos; en 1985 la crisis de los terremotos de la ciudad de México en el gobierno de Miguel de la Madrid y en 1988 vendría la caída del sistema que hizo presidente a Carlos Salinas.

Para 1994 las crisis no eran para menos luego de la euforia de ser un país miembro de la organización de las naciones millonarias: otra gran devaluación, la perdida de la mayoría en el Congreso, el levantamiento armado de Chiapas, el asesinato del Cardenal Posadas Ocampo y quizá la primera referencia al narcotráfico como autor del homicidio; de  Luis Donaldo Colosio, de José Francisco Ruiz Massieu.

Sin embargo, la mayor crisis la pasó Ernesto Zedillo y en ella no sólo hubo consecuencias económicas sino que también nació la sana distancia del PRI y la negativa del presidente de imponer candidato presidencial.

En el nuevo milenio, México vivió la crisis política del PRI al perder la presidencia de la República y de ahí surgió la alternancia en la figura de Vicente Fox, candidato del PAN que ganó la elección con un margen de casi 16 millones de votos contra 13,500 millones que logró Francisco Labastida Ochoa.

El 2000 fue visto como una oportunidad para cambiar al país, para volver a fundarlo y meter a la cárcel a todos los corruptos que habían logrado sus fortunas personales gracias a los grandes contratos y a las grandes corruptelas privilegiadas por el sistema político hasta el nuevo siglo.

Sin embargo, poco cambió: se perdió el respeto a la investidura presidencial, se perdió el protocolo oficial de la presidencia y se tuvo miedo en lograr que el país cambiara. Nació la Conferencia Nacional de Gobernadores y con ello las grandes presiones de los Ejecutivo priistas que lograron convertirse en los grandes virreyes de sus estados a los que se les vendió el partido para designar candidatos, para costear campañas y sobre todo, para imponer a sus sucesores.

La nueva crisis vino precisamente de la confabulación de los gobernadores con el narcotráfico, con los grandes capos que solicitaban protección a cambio de grandes comisiones.

En el 2006, la otra crisis fue la de Felipe Calderón y su victoria mínima ante Andrés Manuel López Obrador, a esa siguió la del virus NH1N1; la de la caída de los hipotecas basura en Estados Unidos y la decisión de combatir al narcotráfico como una decisión de gobierno.

Calderón también pasó la crisis de su partido, la de su selección de candidato presidencial y la pobre campaña de Josefina Vázquez Mota, pero la economía no sufrió grandes descalabros. No logró ser el presidente del empleo, como prometió.

En 2012 la presión de los priistas y la violencia desatada en el país llevó a postular a Enrique Peña Nieto, un gobernador joven y popular que arrasó con la Vázquez Mota, con Andrés Manuel que no se quejó de robo y que en los dos primeros años llevó al país a una esperanza de cambio al lograr las grandes reformas estructurales que por décadas el país necesitó.

Desde esos dos años cuando se dejó de combatir y hacer frente al narcotráfico, la escalada de violencia ha llegado a superar a la de los tiempos de Calderón, la resistencia por los cambios estructurales ha sido brutal y quizá lo más beligerantes actores han sido los maestros que vieron como encarcelaron a la poderosa líder que los mantenía a raya. Sin control, la reforma educativa se vio suspendida en Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Guerrero donde también el narcotráfico y la delincuencia hicieron su agosto.

Sin embargo, quizá el más poderoso escandalo para el presidente lo han representando los gobernadores de su partido. Los Duarte, Javier y César; Roberto Borge, Robert Sandoval y su fiscal Edgar Beytia; la fuga del Chapo Guzmán, su recaptura.

En fin, sería enorme la lista de las crisis que hemos padecido los mexicanos viéndolas desde las gradas. Sin embargo, sólo en el 2000 nos decidimos a votar y quizá sólo porque en 2000 hubo un buen candidato que nos desilusionó como presidente.

Y en 2018 la disyuntiva es por quien votar, pero la crisis está en todos los partidos: el PRI que se niega abrirse; el PAN que tiene candidatos para una semana; el PRD que se retuerce entre la desaparición; Morena que se niega a ser democrático y sólo hace lo que diga el dedito de Andrés. ¿Y los demás?

Vaya crisis, pero de esta sólo nos toca salir a nosotros. ¿Será?