Pues ya pasó una fecha más de elecciones, algunos lo vieron de manera tan frívola como si estuvieran viendo un partido de fútbol y apoyaran a su “equipo”; otros, los menos, estábamos más preocupados por la forma en que se estaba dando el proceso electoral, en la forma en que nuestra confianza disminuía en cada noticia de perturbación y coerción del libre ejercicio del voto, de camiones llenos de personas, de pago por fotografía de boleta votada a favor de su candidato, de la forma en que todos se dieron como ganadores incluso antes de tener los primeros resultados.
Pero, para variar, quien tuvo el mayor porcentaje fue, tristemente, el abstencionismo. Las razones pueden ser innumerables, podríamos decirlas todas y todas encontrarían eco en alguien. Sin embargo, el hecho de que exista un abstencionismo tan grande, significa que el voto con el que se ganó representa entre 1 ó 2 de cada 10 personas del padrón electoral; en otras palabras, la mayoría no se sentirá representada y eso puede ocasionar que no se pueda ejercer correctamente el acto de gobernar.
Así está establecido y los resultados deben de respetarse, la paz debe prevalecer y, no obstante, el reto que nos enfrentamos como país y como lo deben entender todos aquellos que gobiernan y gobernarán es que nuestra sociedad está herida, que desconfía de sus dirigentes, de sus vecinos, de su futuro. Nuestra sociedad debe cambiar y ahí es donde tenemos un problema pues las condiciones para que mejoremos, para que recuperemos nuestra confianza y salgamos de la media tabla en la que nos encontramos desde hace décadas, sería necesario dedicarle al menos dos generaciones, es decir, mucho más que 3 ó 6 años y entonces deja de ser rentable, por el contrario, se seguirán prometiendo las mismas cosas por tiempo indeterminado.
Nuestra sociedad debe evolucionar y caemos en un círculo infinito en el que para mejorar debe mejorar nuestro gobierno y para que nuestro gobierno mejore, debe mejorar la sociedad y seguimos en ese círculo infinito y seguiremos hasta que nos caiga el veinte que no necesariamente debe ser así, que la sociedad puede evolucionar sin necesidad de su gobierno, que puede participar en la mejora de sus áreas sin tener que pasar por un proceso burocrático, que no necesitamos alguien que nos diga qué hacer o cuándo hacerlo sino, solo el sentido común para encontrar el punto a mejorar, hablarlo primero con nuestro entorno cercano y actuar pues sólo las acciones atraen mientras que las palabras se pierden entre vendavales de promesas rotas.
En el momento en que nuestra ciudadanía se convierta en una extensión de nuestro compromiso con la sociedad veremos un círculo virtuoso de cambio, uno que eventualmente se reflejará en menor corrupción pues habrán menos personas que la acepten, menor impunidad pues habrá mayor exigencia, cumplimiento de plataformas electorales pues no se podrá dar ya atole con el dedo.
En estos momentos en que nos encontramos a la defensiva, dolidos y desconfiados no necesitamos ni la descalificación de los que no resultaron electos ni la soberbia de los que sí lo fueron, no es una cuestión de partidos o candidatos, es una cuestión de compromiso desde hoy. No podemos seguir con vicios que corroan la poca confianza que nos queda en las instituciones, de hecho, debemos buscar la forma de que ésta se fortalezca, quizá una forma de hacerlo sería implementar una segunda vuelta (ya sé que se ha tocado el tema hasta el cansancio pero, es una forma en que una mayoría real de soporte a quien habrá de dirigir), quizá ya es tiempo de suspender elecciones cuando el proceso se vuelva demasiado turbio y de eliminar candidaturas si los partidos cometen actos de coerción. O quizá, solo quizá, sea mejor enfocarnos en la educación, en el desarrollo económico, en lograr que exista un plato de comida segura que logre quitarnos de la cabeza los problemas del inmediato hoy, para poder pensar en las oportunidades del próximo mañana.