Vladimir de la Torre_3

Las alianzas políticas en México han tenido y tienen exclusivamente fines electorales. Si bien en un principio se utilizaron para impedir la llegada al poder de un actor o proyecto político, el tema ha derivado en algo triste: se trata de la sobrevivencia política. ¿Cuántos partidos políticos hubieran desaparecido sin alianzas políticas? La lista sería larga.

En Campeche, en la elección del 2015, excepto el PVEM y el PRI, otros ocho partidos compitieron sin alianzas. Aunque les fue un poco mejor con sus 11 candidatos a la alcaldía, en la contienda por la gubernatura el PRD, PT, Moci, Panal, PH y PES fueron humillados en las urnas. Seis partidos sumaron apenas el 7.1% de la votación.

Aunque la figura de “alianza” surge en 1930 y la de “coalición” aparece oficialmente en la Ley Federal Electoral hasta 1946, varios intentos anteriores lograron rentabilidad política en el país. El Partido Reeleccionista, el Partido Nacional Democrático y el Partido Nacional Obrero formalizaron una alianza, en 1909, para apoyar la candidatura de Porfirio Díaz. En 1934 se acordó una amplia coalición para apoyar a Lázaro Cárdenas. La mayor de todas del siglo XX, la que reunió a cinco partidos en el 2000, para apoyar a Cuauhtémoc Cárdenas, aunque terminó en tercer lugar.

La definiciones ideológicas pasaron a un plano secundario en los experimentos que impulsan los partidos políticos para aliarse. La diferencia ideológica ha muerto, la mataron. Los ciudadanos cada vez pueden identificar menos los principios que diferencian al PRI, al PAN, al PRD y Morena. Incluso acusar a los últimos de “populistas” tiene poco efecto, en un país que ha dejado de pensar ideológicamente.

Fueron los propios partidos los que borraron, de un plumazo, esas diferencias y han quedado reducidos a prestar sus siglas a sus candidatos, porque son ellos y no el partido lo que importa al electorado.

La ausencia de alianzas opositoras con posibilidades reales de triunfo, han convertido a Campeche, como a otros, en un Estado bipartidista.

En 20 años, en 7 elecciones, han sido electos 77 alcaldes, y en solo en cuatro alcaldías ha ganado un tercer partido.

El bipartidismo entre el PRI y el PAN no es un fenómeno exclusivo de Campeche, también domina en Aguascalientes, Baja California, Baja California Sur, Durango, Puebla, Sinaloa, Sonora, Veracruz, y Yucatán.

Con presencia entre el PRI y el PRD en Chiapas, Guerrero, Michoacán, Tabasco y Zacatecas, y recientemente entre el PRD y Morena en la Ciudad de México.

Aunque hay un consenso nacional para impulsar alianzas y coaliciones para 2018, lo que ha funcionado, hasta ahora, en la “fórmula mexicana”, para los partidos empoderados, ha sido la fragmentación del voto.

Tomemos el 2015 campechano nuevamente como referencia. La estrategia del PAN fue elegir a un candidato originario de Carmen, el otro bastión electoral del Estado. La idea azul fue concentrar los intereses del lugar de origen alrededor de su candidato para acumular votos.

Detectada la maniobra, el PRI-gobierno buscó, con el apoyo de otros partidos, fragmentar la plusvalía que tendría para el panista ser originario de la isla. Por primera vez, en la boleta a la gubernatura aparecían cuatro candidatos carmelitas. Al del PAN se unieron como originarios de Carmen, los candidatos del PRD, Moci y Partido Humanista. Estratégicamente le arrebataron al panista una cualidad que tendría rentabilidad electoral: ser el único candidato ante el bastión de la isla.

La lección la aprendió el PRI en el lejano 2003, cuando el PAN fue el único partido que llevó a un carmelita a la boleta. Ha sido hasta ahora la elección más reñida de Campeche.

¿El escenario nacional para 2018 tiene influencia sobre lo que ocurrirá en un contexto local? Influirá pero no será decisiva. Las alianzas, que pretenden impulsar para la presidencial del próximo año, tendrán poco eco en Campeche.

Las dirigencias de los partidos a nivel local tendrán bastante margen de maniobras, hecho bastante usual, cuando se trata de elecciones intermedias.

Además del presidente, el Congreso y el Senado, se elegirán nueve gobernadores, y será en esos estados donde querrán los partidos imponer los modelos con los que jugarán la Presidencia de la República.

A pesar de esto, el PRI pondrá toda su energía en quedarse en Los Pinos y pondrá menor esfuerzo en las contiendas por esas gubernaturas. ¿Por qué?

Hay una primera razón lógica: Porque no tiene mucho que perder.

De las nueve gubernaturas, que se disputarán en 2018, en tres gobierna el PAN (Veracruz, Puebla y Guanajuato), en tres el PRD (Tabasco, Morelos y Ciudad de México), y en solo dos, de las nueve, gobierna el PRI (Jalisco y Yucatán), y en una el PVEM (Chiapas).

Si el PRI tiene poco que perder (porque ya las tiene perdidas) y lo que mantenga o pueda recuperar será de mucha ganancia; pero las gubernaturas no serán un distractor, ni ejercerán la presión que implica la elección por la presidencia.

Después de 23 gubernaturas competidas y cero ganadas (2015, 2016, 2017) Morena buscará ganar en 2018 algunas de las nueve gubernaturas.

¿Las alianzas son garantías de triunfo? No. Las rentables alianzas del PRI con el PVEM, y las del PAN y el PRD, o la de todos los partidos de izquierda, han tenido, históricamente, más impacto en la percepción que generan, que en números reales.

En Campeche, el PRI y el PAN seguirán apostando por fragmentar el voto, esa ha sido su fórmula rentable.