México es un país tan hermoso como peligroso, un país donde condenamos la corrupción pero no tomamos las acciones para impedirla, un país donde el crimen organizado calla a uno, a dos, a decenas de valientes periodistas que a pesar de todo lo que tienen en contra se atreven a alzar la voz para poner bajo el sol aquello que pocos se atreven a hacer. Javier Valdez es una de esas voces que nunca más se alzarán pero la verdad no se mata matando periodistas y la valentía de uno inspira a los demás.
La libertad de expresión no es solo hablar o escribir cuando así lo deseemos, es hacerlo con garantías de seguridad, con la firme convicción de que aquel que escribe solo se debe a sí mismo y no a intereses gubernamentales, empresariales o delincuenciales. La libertad se consigue cuando aquel que presta sus letras o su voz a quienes no la tienen, lo hacen buscando la verdad y la verdad no tiene dueño, no se tergiversa, no se vende al mejor postor; la libertad de los que opinamos es hacerlo con nuestro nombre, con nuestra firma y hacernos responsables de lo que decimos pues si tenemos la oportunidad de opinar públicamente, tenemos la responsabilidad de hacerlo sin medias tintas, sin doble juego, primero por respeto a nuestros lectores y luego, por respeto a nosotros mismos.
México es el país más peligroso para ejercer el periodismo y se deben tomar acciones para revertirlo pues los periodistas son la consciencia de la sociedad, es un dique de contención ante la corrupción y el abuso, ante la osadía y el cinismo de quienes olvidan que están para servir.
El asesinato de un periodista no solo es una pérdida irreparable, es poner a todos en un estado de inquietud en el que si dices o buscas la verdad pones en riesgo tu integridad o la de tu familia y no conformes con eso, estos seres perversos se dan incluso el lujo de ofrecer dinero a los que aún permanecen en la línea en una referencia al “plata o plomo” con los que pretenden intimidar o comprar.
Un verdadero periodista no vende su consciencia, un periodista no acepta que nada interfiera con su función social en la que escribe para él, para los demás y en el que debe informar para que su búsqueda, su opinión, su crónica, su estimación, su análisis, su narrativa, sirva para que sus lectores o escuchas tengan a la mano los elementos para formar su propia visión.
Cientos de periodistas han sido muertos en nuestro país y otros han sido comprados tratando de callar en el primer caso o de influir o distraer la percepción de la gente. Sin embargo, hay muchos otros que se plantan en solitario frente a la adversidad, ante los embates de unos y otros y su voz se escucha diáfana mientras exponen la verdad, esa que ansiamos todos, esa que necesitamos todos, esa que puede dolerle a algunos pero que está ahí y es menester ponerla bajo el sol para que nuestra sociedad sane.
Por cada voz que silencie un cañón de arma o un cañonazo de dinero, habrán voces que se levantarán ante el miedo porque así es el periodismo… Es la primera línea de defensa de una sociedad, es el vigilante del buen actuar de nuestros autoridades y aquellos que buscan la verdad suelen inmunizarse ante las formas del engaño y no temen hablar o escribir pues para eso están.
Algunos, como su servidor que emitimos una forma de ver el mundo, no nos atrevemos a llamarnos periodistas así de grande es nuestro respeto hacia una actividad en la que apenas rozamos la periferia de la misma pero que, incluso ese pequeño punto de unión nos ha dado la enorme satisfacción de compartir lo que creemos, lo que pensamos y lo que en nuestra opinión (nunca pedida) debería hacerse.
Una sociedad sana y fuerte es la que está abierta a la crítica pues solo así se pueden corregir rumbos, solo así se puede mejorar, solo así sin miedo, sin tapujos, sin medias tintas, con honestidad absoluta, en ocasiones cruda, se puede desarrollar y crecer.
La verdad no se puede callar, nunca se ha podido y… nunca se podrá.