Para muy pocos de quienes nacieron en esos días les resultan familiares o hasta interesantes las pláticas de quienes vivimos ese año: Mataron a Colosio, a Ruiz Massieu y empezó el año con el levantamiento zapatista.
Lo que realmente empezó en 1988 cambiaría radicalmente lo que vivimos, pero no lo que ha provocado hasta ahora toda esta calamidad de país que no puede revertir la desigualdad, la pobreza extrema, pero sobre todo la esperanza de los mexicanos por un país mejor.
La serie de Diego Enrique Osorno que se estrenó la semana pasada en Netflix nos deja a quienes fuimos testigos presenciales de esos días con una última pregunta que siempre pareciera la primera: ¿ha cambiado lo que empezó en esos días?
Sí, creo que el México de hoy es diferente al que se vivió desde 1988 y en 1994. A decir verdad, el México que hoy vivimos hay que reflexionarlo a partir de 1968 cuando la sociedad se convenció de que debía exigir sus derechos a un gobierno que paulatinamente se fue engolando de la nula o escasa participación política.
Hoy, quizá el hartazgo de tantos años, nos llevó a decidir en elecciones competidas si las opciones vigentes eran realmente eficientes en esa urgencia de hacer un país más justo.
Lo que se ha vivido desde esos años bien podría explicar el resultado de las elecciones de julio de 2018. La gente, la población, los ciudadanos estamos hartos de vivir en un país en el que haya tan pocos incentivos para dar la lucha.
Sin embargo, en el México de hoy hay evidencias claras de que vale la pena luchar, de que el esfuerzo si se corona con algunos beneficios, aunque muchas veces –la mayoría- los mexicanos estamos sujetos a los vaivenes de un país tan diferente y tan disímbolo que siempre nos exige dar un empujón adicional.
En la serie documental, los cinco capítulos nos llevan al pasado para entender este presente que aún no termina de gustarnos.
En la realidad, los mexicanos pareciésemos gente que no entiende lo que ve, que prefiere quedarse con lo que le dicen porque si ve la realidad se dará cuenta que los gobiernos que hemos tenido son un reflejo real de lo que somos como país, y lo que somos no nos gusta.
Los excesos cometidos por los 22 gobernadores en los días de Peña Nieto, se suman a los de hace sexenios como Mario Villanueva Madrid, Jorge Carrillo Olea, Sócrates Rizzo, o al jefe de la policía de López Portillo, Arturo Durazo Moreno.
En el país, sin embargo, han pasado años para entender que los políticos son empleados de los ciudadanos, pero en aras de tener privilegios los mexicanos hemos idealizado a más de uno de ellos y ese poder ha terminado por perderlos.
En los tiempos anteriores, la prensa no sólo no tenía acceso a la información sino que muchas de las denuncias terminaban acalladas por los intereses de los políticos o de los propios medios que se sometían al poder en aras de privilegios o de concesiones.
Con la aparición de las redes sociales, cada ciudadano se ve a sí mismo como su propio reportero. Nunca sabemos si la denuncia que leemos en las redes es verdadera, si quien la hace realmente tiene vocación de hacer las investigaciones o son cortinas de humo que nos hacen ver a otro lado.
Las redes sociales se han convertido en el elemento periodístico más eficiente porque muchas de las cosas que ahí se exhiben sólo se saben porque tuvieron la oportunidad de estar presentes y compartir lo que vieron aunque muchas veces no se entienda lo que se grabó y terminen en derivaciones asombrosas…
Sin embargo, lo que el documental de 1994 nos exhibe es que el EZLN no estalló su protesta meses antes, cuando aún se discutía el tratado de libre comercio, y su aparición seguro habría mandado al cesto de la basura ese acuerdo.
Las acciones parecieran bien coordinadas mientras la campaña de Colosio no despegaba y el propio presidente Salinas inyectaba una serie de dudas sobre si la decisión, esa decisión hasta entonces de un solo hombre, se sostendría.
Hoy, 25 años después, los mexicanos tenemos claro que esa decisión de un solo hombre hoy ya no opera. Que el presidente tiene mucho poder, pero no tanto como para manipular o desviar las decisiones de la sociedad e imponerle a un nuevo gobernante.
La desilusión del panismo, la ortodoxia económica y la conducción del país como lo conocemos hoy sólo acreditó en los comicios que si no es cambiada, al menos debe someterse a una revisión profunda.
Vean el documental y saquen sus propias conclusiones a partir de sus propios pensamientos, reflexiones o experiencias. Al final, la mejor opinión siempre será la propia, aunque no nos la respeten los demás.