Cómo nos cambia la vida. Entre la gente que he conocido siempre ha destacado aquella que sigue siendo la misma: identidad en ideales y en principios desde el mismo día que la conocí.
Cada nuevos minutos con ellas me demuestran y acreditan que cada día pueden ser mejores. Muy pocos de ellos se han convertido en políticos y sigue teniendo mi respeto y cariño.
La mayoría de esa gente, los políticos y políticas, siempre se la han ingeniado para lograr un desencanto, para lograr que su pragmatismo y ambición los desdibuje, los muestre desnudos como en realidad son.
He topado con panistas que dan asco, con priistas que son aborrecibles, perredistas vendidos y pusilánimes, y toda una gama de gente que sólo me acredita que el partido no los ha convertido en lo que son sino sus ambiciones personales y su carencia de principios.
El mejor piropo que he recibido en estos días provino de un compañero de la secundaria que al encontrarnos y platicar me dijo que seguía siendo el mismo. No saben que orgulloso me sentí de ello porque si algún día dejo de ser yo y me convierto en mis ambiciones y mis debilidades no podré darle la cara a mis hijos y menos a los que confiaron en mi por ser lo que soy.
Qué sorpresas nos da la vida, pero la opinión que tengan de mi se agradece, aunque la que realmente importa es la propia y créame: todavía puedo mirarme al espejo con gusto.
Dice el refrán que nada viste más a una persona que su conducta. Viendo lo que la gente hace podemos saber qué clase de persona es: los que sólo tienen amigos para usarlos, para beneficiarse de ellos, los que los tienen para sacarles ventaja y los que sólo tienen amigos por un interés particular.
Esta descripción podría encajar perfectamente en los líderes de los partidos políticos en México el día de hoy: No hay uno ni una que no de vergüenza como son capaces de justificar lo injustificable, de dar argumentos tan banales como estúpidos para justificarse.
Los dirigentes y los militantes son los que hacen a los partidos, las prácticas de ellos son los que tienen a la sociedad harta de una obsesión por el poder, por la riqueza que poco importa si puede tenerse porque para eso está la corrupción y la impunidad que la proteja.
Han olvidado el valor de las relaciones personales en aras del interés, hemos visto como lo que antes era una vocación de servicio se torna en una vocación de servirse mientras los ciudadanos pasan a segundo plano y las ansias de poder justifican todo.
Los partidos y sus dirigentes se han convertido en más de lo mismo, más infamias y menos tolerancia. Pero los líderes se han olvidado que su primera obligación es seguirlo siendo, es hacer lo mejor para todos y que siempre prevalezca el beneficio de todos antes que el propio.
Por ello, el mejor castigo es no votar por ellos, es optar por una tercera vía, por una que alimente el sentimiento de servicio para regresar luego a ser ciudadano de nuevo.
Los políticos profesionales han desvirtuado su función y ello nos han llevado al país que hoy vemos en el que los mesías prometen lo imposible pero actúan para su beneficio personal y de su familia; donde los profesionales de la política son capaces de tratar de venderse sin menos cabo de la corrupción que los rodea, tratan de quedarse con los mayores beneficios y con todas las prebendas para ellos y sus familiares y cercanos.
Como sociedad también los hemos dejado, se los hemos permitido.
¿Nos quejamos por eso? Sí, pero ¿qué hacemos por eso? Los partidos viven de nosotros porque nosotros no les hemos acreditado que somos más que ellos, más fuertes y más poderosos con un sólo instrumento: nuestro voto, pero sólo y sí lo usamos, si salimos a votar en tropel sin importar por qué partido o si anulamos la boleta, pero siempre saliendo a votar.
Ojalá podamos librarnos de los traidores, de los sátrapas, de los mesiánicos, de todos aquellos que hoy usan el sistema de partidos para vivir a nuestras costillas y sin dar resultados.
PD
Cita Salvador García Soto en su columna de El Universal: “Quien pierda la honra pública por hacer negocios indebidos, perderá sus negocios. Nadie que haya tocado un peso público para fines personales, merece indulgencia alguna, pues los empleos y los recursos públicos pertenecen al estado y a la sociedad, no son patrimonio de nadie”. Lo dijo el gobernador frente a la secretaria de la Función Pública, Arely Gómez. Si las palabras fueran balas, esto hubiera sido una masacre a nivel federal, estatal, municipal y de los tres poderes.”