“Soy todo tuyo, arteria por arteria, de entraña a flor de piel, en cuanto encierra…soy una cruz, Campeche, ora por ella…”
Con una parte de ese bello soneto, Muestra Lírica, del licenciado Humberto Herrera Baqueiro, inicio estas reflexiones acerca de un distinguido campechano cuya creatividad como literato, jurista, y educador, pero sobre todo como hombre de bien, le mereció el reconocimiento de quienes tuvimos la oportunidad de conocerlo y tratarlo. Muchos y valiosos adjetivos ha merecido este campechano talentoso que hizo del Campeche de sus amores, el de ayer, el de hoy, el de siempre, la razón misma de su existencia.
Este cantor de su tierra describió durante toda su vida el alma de su pueblo.
Con las pinceladas mágicas que en sus sonetos se entrelazaban magistrales, dibujó con versos ese espíritu de campechanía cuyo dignificante significado ha trascendido más allá de los límites de la entidad y del país.
Habló de Campeche, de sus hombres y mujeres, de su mar, selva y cielo, de sus pueblos y barrios, de sus santos patrones, de sus costumbres y tradiciones. Su obra, extensa por cierto, nos muestra en su mosaical universo la esencia prismática de este campechano cuya inteligencia lo hiciera destacar en cuanta labor desempeñara.
Su sencillez, pese a su indiscutible talento, le hizo evitar siempre los reflectores y los aplausos.
El hacer que durante su vida distinguiera a Herrera Baqueiro como abogado, maestro y literato, debiera obligarnos a no olvidar su memoria.
Justo es pues, reconocer a quien hasta el último minuto de su existencia manifestó su amor y devoción a este su Campeche que le viera nacer.
En el ayer, cuando Humberto, como el Dante, el de la Divina Comedia, cruzara en la barca de Caronte la laguna Estigia, que separa la vida de la muerte, ese adiós terreno permitió seguramente a quien por sus méritos literarios se le conociera también como el Poeta Mayor, continuar ahí en el más allá escribiendo sus versos magistrales y sus elocuentes discursos.
Seguramente en ese lugar de la eternidad junto a él, otros ilustres campechanos como Justo Sierra Méndez, Guillermo Gonzáles Galera, Perfecto Baranda Berrón, Radamés Novelo Zavala, Carlos MacGregor Giacinti, Alfredo Perera Mena, entre otros muchos, disfrutaran deliciosas y amenas charlas.
Ha pasado el tiempo y el recuerdo de este campechano que tanto amó a su tierra y cuya obra da fiel testimonio de ello, pareciera olvidarse.
Dejar que esto continúe y no hacer nada para rescatar ese hacer suyo en el que Campeche fuera la razón misma de su existencia, no seria justo.
Campechanas y campechanos, como Humberto Herrera Baqueiro, no deben jamás olvidarse, pues son parte de la memoria histórica de Campeche.
En vida, hermano: en vida. Así siempre deberían ser los homenajes. Sin embargo cuando esto no sucede así, y cuando el olvido pareciera diluir el recuerdo de quienes con sus haceres construyeron el espíritu distintivo de la tierra que los viera nacer, deberíamos recordar y valorar a quienes tanto debemos.
En especial, las nuevas generaciones deben conocer para poder así apreciar la obra que en el pasado nos legaron quienes hicieran posible el Campeche de hoy.
Para terminar, quisiera compartir parte del sentimiento tan especial de Herrera Baqueiro por su Campeche, y que dejara para la posteridad en su libro Elegías:
“Decir públicamente que soy oriundo de Campeche, es decir que soy hijo pródigo de una tierra que no se parece a las demás, de una tierra que tiene un crepúsculo propio, un cielo azul de raras transparencias, y un mar que suele detenerse para dejarse ver. Bajo este cielo purísimo donde nace la luz del día, hemos aprendido a mirar el sol de frente, a solazarnos diariamente con los crepúsculos marinos, descubriendo los misterios de la luz que se fuga en el tramonto…nacimos campechanos y hemos de morir como tales, con nuestras costumbres, con nuestras convicciones, con nuestros ideales, con la luz de los astros en los ojos y la caricia del beso marinero en la mejilla”.