
Aún sonaban los voladores de la asamblea nacional del PRI por lo bien que le salió al presidente Peña Nieto, cuando Emilio Lozoya se encargó de recordarle que en su administración, antes de terminarla, tendrá que recoger las varas.
Decía Gil Gamés en su columna de Milenio algo que bien puede atribuirse al gabinete y que le dedicó a Lozoya Austin: “Estos funcionarios públicos nunca fueron pobres, tampoco hombres y mujeres arrinconados por la vida, mucho menos pertenecen a la cultura del esfuerzo que a veces pretende compensar el sudor con el dinero rápido que limpia un pasado de carencias, un Cloralex del alma, un Suavitel del corazón”.
Y es que los escándalos por enriquecimiento desvergonzado de los gobernadores y su gabinete no tienen para cuando parar. Ivonne Ortega, la ex gobernadora de Yucatán, presumía en una entrevista su origen humilde como tratando de justificar todo lo que dañó al erario yucateco cuando tuvo la oportunidad de ser su jefa del Ejecutivo.
Sin embargo, la repetición aquí de quienes han traicionado la confianza ciudadana pareciera ocioso: la gente lo sabe y no lo olvida y quizá por ello el PRI tiene una necesidad urgente de proponer candidatos que destierren esa percepción.
Sin embargo, la sociedad está más que harta de todos los partidos políticos; sí, de todos.
Y es que cuando las cosas del dinero se ventilan no hay funcionarios público que se salve: todos son iguales, viven de nosotros, abusan de sus cargos y no nos representan como sociedad y como gobernados. No entienden que son nuestros mandantes.
Las cosas no están para reirse. En 2018 hay elecciones presidenciales, nueve gubernaturas y miles de cargos más entre alcaldes, diputados locales, regidores, etc., etc.
La gran incognita es si esa animadversión por los partidos se reflejará en una copiosa votación o, por el contrario, se inhibirán los sufragios y será la manera de que los ciudadanos digan: ¡Basta!
Sin embargo, los ciudadanos deben de entender una simple cosa: los gobiernos administran nuestros impuestos, hacen obras, generan empleo, y los padeceremos o disfrutaremos al menos tres o seis años.
Empero, el gran dilema que tenemos los que nos dedicamos al periodismo es señalarle al ciudadano cuando un gobierno es malo, cuando no funciona, cuando le falta, pero también cuando los que quieren gobernar les mienten y tratan de usar el desprestigio del adversario como el privilegio propio.
Hoy, para nadie con cinco centavos de cerebro, los comicios de 2018 serán un parteaguas en la vida democrática nacional porque, hay que decirlo, la transición falló y el regreso del PRI a Los Pinos fue una historia que lo mismo repitió los viejos vicios que las malas prácticas políticas y económicas.
¿Por quién votar?, se preguntará el lector.
Votar es un ejercicio personal, privado, secreto y confidencial para el que no debemos permitir coacción, presión o condicionamiento y que conlleva una enorme resonsabilidad social. No basta con decir yo no voté por él o ella o presumir su abstención y hasta promover el voto blanco, el voto nulo o hacer de la boleta el manifiesto del por qué no votó.
Este 2018 será un año determinante para que el país pueda meterse de lleno a la modernidad y a la confianza, pero no permitamos que haya candidatos que nos mientan, que nos engañen.
Se vale votar por el que más nos convenga, por el que más nos convenza, por el que representa una clara diferencia, pero no vale votar por quien sabemos que sólo trata de engañarnos, que no sabe aceptar las reglas y que por más que reniegue del sistema político se sabe parte de él, vive de él y participa sin aceptar sus reglas.
Los mexicanos todos hemos sido maltratados, vejados y humillados cuando se trata de los resultados de un buen gobierno y unas instituciones muchas veces inoperantes, pero somos un país de gente inteligente y trabajadora.
Sin embargo, las cosas de dinero siempre nos cambian, nos generan expectativas y ponen a prueba nuestras convicciones, nuestro principios.
Para nadie es secreto las malas artes del Partido del Trabajo que se alío con el PRI para no perder su registro, pero después cambió de partido y se alió con Morena para los comicios del Estado de México y le ha prestado sus siglas a todos los perredistas –legisladores en general- que se han salido de ese instituto político y ahora operan para Morena.
Las del partido Verde son épicas: con Fox y el PAN y con el PRI más recientemente; Movimiento Ciudadano le dio albergue a Layda Sansores y ésta le pidió a la dirigencia usar sus recursos en Campeche para apoyar a Morena que la postula a un municiopio viejas delegaciones- de la capital del país.
Las de los panistas con los perredistas: cero resultados y ningún programa común donde se han unido y menos honradez en los gobiernos.
Los demás no merecen ni mención porque dependen de los otros para lograr su subsistencia. ¿Por quien votar? El martes: Morena ¿opción real?