Un maestro puede ser la diferencia entre el fracaso y el éxito. Sí, así de importante es la figura de aquella persona que en un salón de clases transmite sus conocimientos. Como en todo, hay maestros que cumplen con lo mínimo indispensable y no dan un golpe más, en cambio, hay otros que se arropan en la investidura de “maestro” y se convierten en una guía que rebasa sus minutos de clase y se vuelven, por derecho propio en referencia obligada en nuestro desarrollo. Estos maestros que dominan su tema pero que saben que no saben lo suficiente y se dedican a estudiar constantemente pues el buen maestro nunca deja de ser estudiante; el maestro que no lee solo libros sino las personalidades de aquellos a los que enseña y que puede discernir las fortalezas y áreas de oportunidad de sus alumnos para mejorar siempre su desempeño; maestros que se alegran cuando sus alumnos les cuestionan pues están logrando que ellos encuentren su camino, que construyan el conocimiento, que no se conformen, que indaguen, que sean; el maestro que sin importar si está o no, dentro de un salón de clase, sigue siendo maestro cuando se encuentra a uno de los seres humanos que ayudó a formar dentro del aula y nos sonreímos por el tiempo compartido, unos con orgullo por el trabajo bien hecho, otros con la admiración adquirida.
Hay maestros que por su forma de dar clase, por el amor mostrado a la materia impartida, causan una profunda impresión en nuestras vidas y nos hacen querer emularlos o que hicieron que en nuestros cuestionamientos internos, apareciera algún consejo que no tuvo nunca, nada que ver con la materia.
Yo soy hijo de maestros, mi madre por profesión y un profundo amor y respeto a lo que implica, mi padre, sin serlo formalmente, por vocación y por compromiso social. Sí, el maestro no solo es quien estudió para serlo sino quien habiendo estudiado alguna otra cosa, se da cuenta de lo maravilloso que es contribuir a la formación de un ser humano de bien. Por eso y otras decenas de cosas, sé lo que significa preparar una clase, buscar que sea interesante, armar las dinámicas, fomentar las preguntas, investigar diferentes fuentes para poder decirle a los alumnos por donde pues el maestro, es al fin y al cabo, el facilitador de la enseñanza.
Ahora bien, así como hay maravillosos maestros, entregados, fascinados por la posibilidad de ser parte de una vida y no obstante, México sigue estando en los últimos lugares en educación de la comparativa de la OCDE, entonces, hay algo que no estamos tomando en cuenta, hay algo que se nos está escapando y quizá esté a la vista de todos pero la aplicación no esté funcionando. Algunos dirán que para eso fue la reforma educativa, quizá tengan un poco de razón y no obstante, no es suficiente, si bien los maestros son la clave, también lo es la posibilidad del uso de nuevas tecnologías, la confrontación de ideas, los entornos de aprendizaje e incluso con todo esto, México necesita mínimo una década para mejorar su nivel educativo, no es cuestión de más tiempo en un salón o un mayor número de materias, es, desde mi ingenuo punto de vista, el análisis a profundidad de que tipo de país queremos, de darle facilidad a nuestras mentes privilegiadas para que investiguen, generen proyectos y transmitan sus conocimientos. Donde se genere un entorno de aprendizaje en campus universitario donde los alumnos tengan internet ilimitado, donde puedan descargar todos sus libros de texto en sus tabletas, en la que toda idea no se mate, sino se confronte y amplíe, en la que los maestros como facilitadores puedan estar dentro de esos campus en todo momento y los alumnos puedan hablar fuera del aula.
Sí, los maestros son la pieza clave pero una pieza, por maravillosa que sea, si no tiene el rompecabezas completo, no podrá armar a nuestros futuros grandes mexicanos.
Mientras tanto… Felicidades a aquellos maestros que no ven su función como trabajo sino como razón de ser.