Decía Henry Kissinger que en política no interesa la verdad; lo que cuenta es lo que la gente percibe como verdad…
En esa percepción, Andrés Manuel López Obrador anunció que nombraría delegados federales especiales y que desaparecería la figura de delegados de cada una de las dependencias del que será su gobierno.
Además, anunció que descentralizará al gobierno federal y enviaría a provincia diferentes secretarias lo que no sólo se ve como una apuesta política para darle salida a los burócratas que él considera son parte del priismo-panismo enquistados en la administración pública sino también como una intención clara de abrir espacio a sus seguidores más leales.
Entendieron el mensaje: nombraría vice gobernadores que controlarían –en el mejor de los sentidos quiero creer- a gobernadores electos y mandaría sedes de secretarías para terminar de debilitarlos y controlar absolutamente programas y presupuesto federales.
El presidente de la República haciendo política para fortalecer a Morena y conformar una estructura que le permita ganar gubernaturas, dejar a su relevo en seis años además consolidar mayorías parlamentarias. La gente lo aceptó con 30 millones de votos.
Y se preguntarán: ¿quién no lo ha hecho? y si, es normal que estos pase. Sí, así ha sido siempre pero precisamente porque la cultura política del país se basó en los actos del PRI como gobierno por 80 años.
Sin embargo, sólo escuchamos reclamos airados de columnistas, de políticos de menor grado, pero ni un solo gobernador había levantado la voz para decir que lo que se veía era una flagrante violación al pacto federal, a la coordinación fiscal y un atentado a los que ganaron elecciones en las entidades para encabezar sus gobiernos.
La democracia es la misma para todos los que ganan elecciones: hay que darles su lugar, tratarlos como iguales precisamente porque el voto vale lo mismo para cada uno y precisamente por eso la urgencia del respeto entre pares. Ni uno es más que otro, más que por la responsabilidad conferida. En los hechos, alcaldes, diputados, senadores, gobernadores y presidente sólo deben diferenciarse por la responsabilidad, pues todos ellos son depositarios de la voluntad popular y el pueblo manda, según nos dicen.
En el México del siglo XX el sistema presidencialista nos acostumbró a ver a los presidentes como infalibles y el PRI acuñó eso de que es el jefe máximo del partido y desde ahí llegó la sumisión.
Por eso, en muchos estados se ha consentido el atropello de la Federación. Era inconcebible disentir. Nadie usó más su poder que Carlos Salinas: removió a 17 gobernadores.
En días en que no pocos gobernadores priistas, perredistas y panistas son oposición, se hubiera esperado que del PAN surgiera la más sólida a López Obrador, cuyo origen priista está bien documentado.
Empero, el discurso que llamó la atención la semana pasada fue el de Alejandro Moreno. No sólo en Reforma: En su columna Gran Angular, que publicó en el periódico El Universal el 8 de agosto pasado, Raúl Rodríguez Cortés, en su sección Instantáneas dice: “1. LIDERAZGO. Alejandro Moreno Cárdenas recogió ayer la alicaída bandera del PRI en el tercer informe al frente del gobierno de Campeche. En su mensaje político dijo tener puesta la mirada en un horizonte que es México entero, que lo que se ha hecho bien en Campeche se puede hacer bien en todo el país, que el priismo se recreará para el México que viene y que, con unidad, seguirá haciendo política de la buena. Arrancó la ovación del priismo ahí presente: su dirigente nacional, Claudia Ruiz Massieu, el próximo coordinador de sus senadores, Miguel Ángel Osorio Chong, y el de sus diputados, René Juárez, entre muchos otros, incluido el presidente de la Fundación Colosio, José Murat. Su convocatoria alcanzó a gobernadores de todas las fuerzas políticas…”
Sino que en Campeche, en el tercer informe de Moreno fustigó a sus críticos y dejó claro que las obras previstas por su administración se concluirán en los plazos de su gestión y acotó: “…tendremos, con la nueva administración federal, una relación política de respeto, de colaboración y de coordinación. Del tamaño de la amabilidad federal será la amabilidad estatal. Seremos recíprocos en los escenarios de diálogo y entendimiento; y tenemos los tamaños suficientes para los escenarios que requieran de toda nuestra firmeza y de todo nuestro carácter”.
Moreno vio la oportunidad de exigir para Campeche lo que se le ha negado y tener reflectores nacionales. Después de todo su futuro depende de sus resultados no de López Obrador.