
El cobarde asesinato del dirigente del Sindicato Único de Trabajadores al Servicio de los Poderes, Municipios e Instituciones Descentralizadas del Estado de Campeche (Sutpmidec), mejor conocido como Sindicato de los Tres Poderes, Juan Carlos González, sin hacer a un lado las demandas de justicia y de investigación a fondo, y sin minimizar el dolor de sus deudos, trae a vigencia la vieja discusión de la pertinencia de esas organizaciones anquilosadas y ancladas en el pasado mexicano.
Conocidos, en su mayoría, como líderes charros, los dirigentes de los diversos sindicatos tienen diversas características en común: tienden a arraigarse en el poder, hacen un uso discrecional de las cuotas sindicales, usan el chantaje y la presión como medidas para lograr sus fines, y están al servicio no de la base trabajadora, sino las más de las veces del poder para beneficios personales y de grupo, con escasa o nula democracia interna.
Una muestra de ello es, sin duda, Juan Carlos González, de quien se dice incrementó su patrimonio en forma evidente en el ejercicio de su cargo, utilizó su posición para escalar políticamente y se arraigó en el puesto durante al menos 12 años –fue electo en el 2008 y logró la reelección hasta el 2020.
Aunque de orígenes que se remontan a la época colonial, los sindicatos modernos nacieron a inicios del siglo pasado, sobre todo a raíz de los gobiernos socialistas que los promovieron, como los de los exgobernadores Ramón Félix Flores y Ángel Castillo Lanz, entre otros. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX los sindicatos evolucionaron al amparo del poder público. Es en esa época donde nace el término de líder ‘charro’, que hace referencia, por un lado, al hábil manejo del caballo, la reata y la ‘suerte’ y, por otro, a la alianza de los líderes sindicales con el aparato gubernamental y patronal.
Fue esa alianza la que permitió que, hoy por hoy, en plena modernidad del siglo XXI, esos dirigentes en Campeche sigan llevando a su molino los ‘logros sindicales’ y usando a la base trabajadora como moneda de cambio.
Ayer, en los funerales de Juan Carlos González, algunos dirigentes sindicales de la entidad se mostraron preocupados. Dijeron que sentían miedo, intimidación y temor de que algo parecido les ocurra por ostentar ese cargo. Sin duda, es válido. Pero es irreal.
Si los sindicatos, o sus líderes, se apegaran más a la ley, si fueran transparentes en el manejo de las cuotas, si cumplieran con su declaración patrimonial inicial y final -obligatoria o no-, si velaran por el beneficio de la base trabajadora, dejaran la ‘charreada’ en el ya lejano siglo XX, si permitieran la democracia interna… en pocas palabras, si los sindicatos dejaran de ser cotos de poder y cuotas políticas, entonces sí no habría motivo de temor entre sus liderazgos.