Agencia AP
MEXICO (AP) — Con apenas 22 años, Isaac Hernández ha bailado desde Cuba hasta Moscú y Jackson, Misisipi, sin mencionar sus cuatro años con el Ballet de San Francisco.
La experiencia ha dejado al bailarín mexicano más aclamado internacionalmente con una interrogante: “¿Por qué es que puedo bailar en cualquier parte del mundo menos en México?”.
Aun cuando empezó su nuevo trabajo esta semana como solista para el Ballet Nacional de Holanda en Amsterdam, el nativo de Guadalajara desea cambiar la percepción del ballet en México. Pretende llevar a compatriotas a la barra con la esperanza de que se enganchen en este arte, al igual que él lo hizo siendo un niño de 8 años que daba piruetas bajo el tendedero de ropa en el patio de concreto de sus padres.
“Que un niño de ocho años diga que quiere ser bailarín de ballet en México era una locura en esa época”, dijo Hernández en una entrevista reciente con The Associated Press.
Poco ha cambiado desde entonces, aun cuando el resto de Latinoamérica ha explotado en talento dancístico en años recientes, produciendo a virtuosos como Carlos Acosta de Cuba y los argentinos Hermán Cornejo y Julio Bocca, quien ahora dirige el Ballet Nacional de Uruguay.
México, conocido por sus danzas folclóricas, ha tenido su cuota de prima ballerinas, incluidas Elisa Carrillo, una principal del Ballet de Berlín, pero que el país produzca hombres bailarines de clase mundial es algo virtualmente sin precedentes. En este país de clase mayormente trabajadora y pobre persiste la imagen de que el ballet es para las élites, y definitivamente no para los varones.
En una entrevista con una televisora mexicana el año pasado, Hernández habló sonriente de una conversación que tuvo con un taxista cuyo hijo de cinco años disfrutaba bailando al ritmo de música clásica: “Así, literalmente me dijo, ‘Yo soy macho mexicano y mi hijo no va a ser bailarín de ballet ni va a ser bailarín de ningún tipo’. Cuando yo escuché eso una sonrisa se me vino a la vida y dije, ‘Tengo media hora para cambiarle la mentalidad a ese señor’ … Que era media hora lo que duraba mi viaje”.
Hernández alega que logró su cometido.
También viaja por México para dar talleres a estudiantes en universidades y escuelas de arte.
“Eso me ha dado un sentido de la realidad y de las necesidades que tienen”, dijo. “Y una de sus necesidades más grandes es tener a alguien a quien admirar”.
Hernández, un delgado pero esculpido bailarín de 1,80 metros (5 pies, 10 pulgadas), tiene los ojos separados y una mata de rizos negros que evocan a un joven Prince, el cantante estadounidense de R&B. El sexto de 10 hermanos de una familia de bailarines, su padre Héctor bailó en México y para varias compañías de Estados Unidos, incluido el Teatro de Danza de Harlem y el Ballet de Houston, donde actuó con su madre, Laura Elena. Ambos dirigen un estudio de danza en Guadalajara.
Aunque todos sus hijos recibieron clases en el mismo patio, Isaac y Esteban son los únicos que han saltado a las alturas del mundo clásico.
Hernández se fue de casa a los 12 años para estudiar en la escuela Rock School for Dance Education en Filadelfia, donde comenzó a acumular premios y reconocimientos, incluyendo una medalla de oro en la Competencia Internacional de Ballet en Estados Unidos, considerada las Olimpiadas del ballet, a los 16 años.
Bojan Spassoff, presidente de Rock School, dijo que Hernández siempre ha sido un bailarín de fuerza y precisión, mostrando una fotografía de él durante un ensayo en la que se le ve saltando por el aire haciendo un split.
“Como un cohete”, dijo Spassoff orgulloso.
En su debut en 2009 con el Ballet de San Francisco, Hernández fue seleccionado para interpretar a Tchaikovsky con la prima ballerina Tina LeBlanc en una de las últimas actuaciones de ella. Un crítico entonces lo llamó “una cara fresca” y “un bailarín brillante”.
Aunque aún no es un astro, muchos piensan que puede llegar a serlo.
“Creo que apenas está empezando a arañar la superficie de sus habilidades como un artista dramático”, dijo Mary Ellen Hunt, una escritora y crítica de danza en San Francisco.
El éxito le llegó pese a que su carrera casi terminó cuando tenía 15 años. Por entonces estudiaba en la Rock School y al dar un salto cayó al suelo, perdiendo la sensibilidad en las piernas. Un médico le dijo que tenía la columna de un hombre de 60 años, con tres discos casi fundidos en la zona lumbar. No pudo moverse por semanas ni bailar por un año y fue tratado en el centro de rehabilitación para los Eagles de Filadelfia porque su lesión era mucho más común entre jugadores de fútbol estadounidense que entre bailarines.
“Mis mayores depresiones fueron a esa edad. Estaba perdiendo lo que me hacía feliz y realmente estaba fuera de mis manos”, dijo. “Por seis meses estuve echado en el piso. Las primeras dos semanas, sólo pude levantarme dos veces”.
Pero en el momento en que pudo volver a poner sus manos en la barra, supo que quería regresar.
“El estudio de ballet es el único sitio donde todo lo que hago tiene sentido”, dijo. “Es lo más real que conozco”.
Como parte de su campaña, Hernández ha estado haciendo presentaciones cada vez más importantes en México, comenzando en noviembre pasado en el teatro más pequeño de Bellas Artes y de nuevo la semana pasada con la gala “Despertares” en el Auditorio Nacional, de la que Spassoff fue director artístico. La presentación incluyó a bailarines de importantes compañías internacionales, como la American Ballet Theater, y mezclas de clásicos como “Don Quijote” o el “Black Swan Pas De Deux” del “Lago de los Cisnes” con números más accesibles: un baile en esquís de nieve por la compañía ilusionista Momix y el grupo estilo Las Vegas Bad Boys of Dance con música de Queen.
El propio Hernández interpretó cuatro números, incluido uno con su hermano Esteban, de 18 años, quien también está causando revuelo en el mundo de la danza mientras termina su último año en la escuela del Ballet Real de Londres. Los asistentes a la gala le dieron a la compañía una ovación de pie, respondiendo con vítores y gritos de “bravo” a cada pirueta de su compatriota.
“Es la primera vez que veo un espectáculo de este tipo. Me pareció bastante bueno”, dijo María Rosa Pérez Fernández, de 32 años, de la Ciudad de México. “Estamos a lo mejor acostumbrados a un ballet que nos daba un poco de tedio, pero está mezclando, no sé, con danza contemporánea, y hay más comunicación entre él y el público”.
Sólo programar una presentación en el Auditorio Nacional, uno de los escenarios más activos del mundo, es de por sí una hazaña. Montar una gala como esa a los 22 años es único, dijo Ted Brandsen, director artístico del ballet de Holanda.
“No es sólo un bailarín fenomenal con un gran talento aún en desarrollo, sino también una persona obviamente ambiciosa en otros sentidos”, dijo Brandsen. “Me habló a fondo de su amor por su país … Me dijo, ‘Para mí es realmente importante poder regresar y hacer estas cosas”’.
El auditorio con capacidad para 10.000 personas se redujo a 5.000 asientos, con un espectáculo lleno pero no totalmente vendido. A diferencia de las noches inaugurales en San Francisco, no hubo trajes de diseñador sino una multitud ataviada en jeans y camisas sin corbata.
“Así es como tenemos que hacerlo, poco a poco”, dijo Hernández. “No va a cambiar de hoy para mañana … se trata de despertar nuevamente el interés por la cultura y apreciar esta cosa sin sentido llamada arte”.