Revolucionarios. Imagen del número 19 de la revista El Legionario, titulada ‘Iniciadores de la Revolución en Yucatán’. Sentados, de izq. a der: Tirso Carpizo Montero, Adriano Carpizo Montero, Manuel Castilla Brito y Hermilo Carpizo Montero; de pie: Francisco García, ( ? ), Román Sabas Flores, Juan Zubarán Capmany y Felipe Carrillo Puerto.

Luis Fernando Álvarez Castillo

Centro INAH Campeche

Coordinador: Abel Efraín Durán Reyes

eduran@multimedioscampeche.com

A principios del siglo XX inició en México el proceso de integración de liberalismo radical contra la dictadura de Porfirio Díaz, el cual paulatinamente se dividió en dos tendencias: el de la ‘revolución po­pular’ y el de la ‘revolución demo­crático-burguesa’. La primera co­rriente estaba representada por los hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón (a la que se agregó más tar­de el movimiento agrarista liderado por Emiliano Zapata), que pregona­ba la toma del poder a través de las armas; y la segunda, dirigida por Francisco I. Madero, que tenía co­mo objetivo derrocar al régimen a través de un proceso electoral.

Madero, miembro de una de las cuatro familias más ricas del país, inició su candidatura a la Presiden­cia de la República para competir en las urnas contra Porfirio Díaz. Ha­cia junio de 1909, durante su cam­paña electoral, visitó el estado de Campeche. Tomás Aznar y Cano, úl­timo gobernador porfirista ungido para el cuatrenio 1907-1911, se puso en guardia, si bien no pudo evitar la llegada del enemigo que se presentó en un mitin en Ciudad del Carmen y en la capital de la entidad.

En Carmen, acompañado de Serapio Rendón, nacido en la Isla y radicado en Mérida, donde pro­movía el movimiento maderista, el coahuilense pronunció un vibrante discurso en el Parque Central ‘Ig­nacio Zaragoza’, y después de vi­sitar Champotón se presentó en la ciudad de las murallas, donde el anciano Tomás había hecho lo po­sible por impedir las muestras de apoyo y simpatía hacia el ‘apóstol de la democracia’. Con todo, Made­ro se presentó en un mitin nocturno en el Circo-Teatro Renacimiento.

“Los asistentes, jóvenes en su mayoría, que sentían los vientos que presagiaban el cambio, apoya­ron e hicieron suyo el discurso de Madero que vaticinaba el fin del caciquismo porfiriano. Se inicia­ron entonces las actividades de un Club de Simpatizantes de Francis­co I. Madero; Manuel Castilla Bri­to, Calixto Maldonado, Urbano Espinosa, José de Jesús Cervera y Joaquín Mucel, entre otros, inte­grarían el nuevo círculo político opositor”. (José Alberto Abud Flo­res. ‘Campeche. Revolución y mo­vimiento Social, 1911-1923’. México, INEHRM, 1992, p. 33).

José Alberto Abud considera que el “cementerio de espíritus” que Campeche pareció ser en un pri­mer momento, se convirtió en un potencial revolucionario manifies­to. La ausencia de la sociedad civil lentamente desapareció, para ma­nifestarse en una activa participa­ción. La postulación de Pino Suárez para la gubernatura de Yucatán y la creciente efervescencia política de Campeche las interpretó el poder central como una seria amenaza, e incluso llegó a prever la pérdida de ambos estados peninsulares por su adhesión al maderismo.

“La respuesta del centro fue in­mediata. Demandó la implantación de mayores y mejores medidas de control y represión para el crecien­te movimiento. Tomás, hombre de edad, acostumbrado a gobernar sin consenso, pero también sin oposi­ción, no entendió los nuevos tiem­pos ni tampoco las actividades y movilizaciones políticas que se desarrollaban en nombre de la de­mocracia. Incapaz de detener más tiempo o de desviar el curso de los acontecimientos que tomaban lugar en Campeche, y ante el irresistible acoso de don Porfirio, Aznar dejó la gubernatura”. (Ibid. p 34).

El 9 de agosto de 1910 se nombró como titular interino a José Gar­cía Gual e inició una etapa de cri­sis política y un azaroso gobierno que presenció la expansión del mo­vimiento maderista tanto en lo in­terno como en lo externo. En mayo, García entregó el poder a Gustavo Suzarte Campos, y éste tres sema­nas después (el 16 de junio) hizo lo propio con Román Sabas Flores. El 28 de julio, en coincidencia con la firma de los Tratados de Ciudad Juárez, Román resultó ser el que marcaría la transición de un régi­men a otro al entregar la guberna­tura a Urbano Espinosa.

Urbano, integrante de la nueva corriente política, terminó el 16 de septiembre de 1911 el periodo inicia­do en 1907, y de esta manera “el gru­po maderista puso la primera pie­dra en el camino hacia el ejercicio gubernamental…” (Idem). El proce­so democrático de selección quedó polarizado entre Carlos Gutiérrez MacGrégor y Manuel Castilla Bri­to, uno representante de los anti­guos privilegios, de los intereses de los señores de la tierra, y el otro integrante del grupo maderista, co­misionado por el propio Francisco Indalecio para organizar la revolu­ción en Campeche, tiempo durante el cual dirigió algunas acciones mi­litares en Champotón.

Castilla se impuso de mane­ra contundente y la presencia de Madero y Pino Suárez en su toma de posesión resultó sintomática en cuanto al apoyo que ambos ha­bían invertido a favor del primero. Desde uno de los balcones del Pa­lacio de Gobierno (balcón central de la actual Biblioteca Campeche), Francisco Indalecio felicitó a los campechanos por lo acertado de su elección; les habló del papel del ‘Héroe de Champotón’ durante la revolución, de su proyecto de go­bierno y del soporte que pensaba brindarle para lograr el engrandeci­miento de la entidad federativa que representaba.

Un breve y significativo dis­curso quedó como testimonio de aquel momento crucial en nuestra historia matria:

“Conciudadanos:

Hace cerca de dos años visité es­ta población, sembrando la semilla de la democracia. Ahora he venido a cosechar el fruto, he venido a presen­ciar la toma de posesión del ciuda­dano a quien la mayoría de los cam­pechanos ha designado para que rija los destinos de esta importante enti­dad federativa.

Para mí ha sido motivo de gran satisfacción presenciar esta cere­monia porque es lo que anhela la Revolución. Los que por tantos años sufrimos el yugo de la dictadura y ansiábamos para nuestra patria días mejores, sentimos que nuestro cora­zón palpita de regocijo, y al presen­ciar el hecho significativo de que un ciudadano libre, elegido por la ma­yoría del pueblo, vaya a ocupar el puesto de gobernador de un Estado.

Ese es el ideal que perseguíamos, que el pueblo se gobernara a sí mis­mo, por medio de mandatarios que él designara libremente. Ya hemos obtenido ese triunfo, el más precioso de la Revolución, el que dignifica al ciudadano y hace envidiable ser ciu­dadano mexicano, porque de ciuda­danos no teníamos más que el nom­bre, y los extranjeros procuraban celosamente guardar su extranjería, porque gozaba de más garantías un cónsul extranjero que la autoridad más encumbrada mexicana, porque para los mexicanos no había garan­tías, ni había ley, ni había en el go­bierno apoyo alguno.

El pueblo mexicano se había acos­tumbrado a considerar a sus gober­nantes como sus más temibles ene­migos; pero ahora, señores, debido al triunfo de la Revolución, las cosas han cambiado; los gobernantes en­carnando legítimamente las aspira­ciones del pueblo, serán sus mejores amigos y el ciudadano encontrará siempre en el gobernante la fuerza

 necesaria para hacer que se le respe­ten integralmente sus derechos polí­ticos y sus derechos de hombre, que hasta estos nos habían sido arreba­tados por el dictador.

Así como para derrocar la tira­nía no se necesitó de un solo hombre, sino de un pueblo, de todo el pue­blo mexicano que con su heroico es­fuerzo sacudió el ignominioso yugo, ahora, para proseguir nuestra obra de engrandecimiento y gloria para la patria, no basta un solo hombre, se necesita de todo el pueblo mexica­no, quien por medio de mandatarios designados por él regirá los destinos de aquella.

El actual gobernador constitu­cional, señor Manuel Castilla Brito, acaba de tomar posesión del eleva­do puesto para el que lo han desig­nado sus conciudadanos. Los que asistimos a esa ceremonia tuvimos oportunidad de enterarnos de su pro­grama de gobierno; ese programa no puede ser más que halagador. Con­densa todas las aspiraciones del pue­blo, y las expresa en términos francos y sinceros, como hablan los buenos patriotas, como hablan los hombres que piensan cumplir sus promesas.

Para realizar ese programa de go­bierno, para cumplir las aspiracio­nes en él delineadas, vuestro digno gobernante ofrece olvidar todos los odios y rencores que podrían sub­sistir de la campaña pasada, e in­vita cordial y francamente a todos los campechanos para que concu­rran con él, para que colaboren con él, para que lo ayuden a realizar la magna obra de devolver a este Esta­do la grandeza que tuvo en tiempos pasados y de la cual son vestigios ciertos los hermosos edificios que os­tenta esta ciudad, rica y próspera en otras épocas, y ahora pobre, debido a la tiranía, debido a ese pulpo de la dictadura que chupaba las riquezas nacionales.

Doblemente me ha impresionado de un modo favorable la ceremonia de hoy, porque el designado por vo­sotros para regir los destinos de este Estado ha sido uno de los que empu­ñaron las armas para derrocar a la dictadura, ha sido de esos buenos hi­jos de México que nunca le han falta­do en los momentos aciagos, cuando la patria le llamó a derramar su san­gre para conquistar sus libertades.

El acuerdo de la elección del pue­blo, que siempre es sabio cuando obra libremente, es prueba de buen augurio, es motivo de que podemos esperar de él todo lo bueno.

Para colaborar con esa obra gran­diosa, yo ofrezco igualmente que si llego a ocupar la primera magistra­tura de la nación, haré todo lo posi­ble dentro de la esfera de mis atribu­ciones, por colaborar, por ayudar a vuestro digno gobernador en la no­ble empresa que se ha impuesto, a fin de lograr el engrandecimiento de esta entidad federativa, y como esta, de todas las demás, puesto que el en­grandecimiento de cada una de ellas significa el engrandecimiento de la patria, para que México en lo suce­sivo ocupe un puesto privilegiado en las naciones civilizadas y el ciuda­dano mexicano se enorgullezca en cualquier parte del mundo de llevar ese título de ciudadano mexicano.

Para terminar, señores, os suplico que prodiguen un aplauso al señor li­cenciado Urbano Espinosa, que hoy cesó en sus funciones de gobernador interino, honradamente, cumpliendo siempre con acierto su cometido.

También quiero que aclaméis al Ejército Libertador, al que debe­mos nuestras libertades, al que de­rrocó la tiranía, así como a su ilus­tre jefe que ahora es nuestro ilustre gobernante”. (Enrique Pino Casti­lla. ‘La Revolución en Campeche, Historia política, 1909-1919’. Cam­peche, Gobierno del Estado de Campeche, 2010, p. 23).

Ya como presidente, Francisco I. Madero solo intentó realizar una transformación política, y en el pla­no económico continuó como des­de la Reforma en la consolidación del sistema capitalista. Sin embar­go, desde el inicio de la rebelión se habían alzado las masas populares, que exigieron la liquidación de los privilegios y la expropiación de los que habían despojado de sus tierras a los campesinos y se habían enri­quecido al medrar desde el poder.

Madero tardó en atender estas demandas, lo suficiente para que lo sorprendiera la muerte en manos no de los agraristas ni de las fac­ciones radicales de la Revolución, a los que pareció no entender, sino en las de los propios representantes del antiguo régimen, de aquella cla­se social con la que se identificaba y cuyas formas de producción no du­dó en sostener durante sus breves gestiones.