

A poco más de un mes de la jornada electoral del primero de julio, las campañas han tomado un giro, que aunque previsible, llama la atención por las consecuencias que podrían generar. Como ya lo había comentado en este espacio, las campañas se caracterizarían no tanto por los aciertos, sino por sus errores. Primero, el gravoso error que Pedro Joaquín Coldwell, presidente nacional del PRI, cometió al solicitar a los directivos de la Universidad Iberoamericana, que se investigara a los estudiantes que interpelaron y cuestionaron fuertemente a Enrique Peña Nieto durante su visita a esa casa de estudios. Al mejor estilo autoritario, Pedro Joaquín Coldwell, habría dicho “me parece que es algo que corresponde investigarlo por las autoridades de esta universidad”, como si el reclamo vehemente de los estudiantes hubiera sido un delito.
Para muchos ciudadanos, esta declaración avivó el temor del regreso de un PRI autoritario, acostumbrado a no escuchar más razón que la suya; a amordazar todo punto de vista que no sea el suyo; a minimizar, sino es que a eliminar, las expresiones que no provengan de su estructura corporativa; a burlarse de quien disiente y ridiculizar y discriminar a quien no utiliza sus momificados protocolos y formas de expresión, en fin, a imponer, por la infinidad de medios de que dispone el poder, sus caprichos y voluntad convertidos luego en políticas de estado. En respuesta al peligrosamente visceral desaguisado de Coldwell, el coordinador de la campaña priísta, Luis Videgaray, salió a hacer el control de daños y reconoció, con otro tono y ánimo, que las manifestaciones contra Peña Nieto fueron un auténtico acto de pluralidad.
Luego, apenas el martes pasado salió a la luz pública una investigación en la que el ex gobernador priísta de Tamaulipas, Tomás Yarrington, fue acusado por fiscales federales de los Estados Unidos por haber aceptado dinero de los cárteles del narcotráfico a través de “varios esquemas de extorsión y soborno”, así como por haber hecho inversiones, vía prestanombres, en el estado de Texas con dinero mal habido. Sin embargo, Yarrington escribió en su cuenta de Twitter que no ha sido detenido, que no enfrenta ningún cargo criminal en los Estados Unidos y que estaba muy tranquilo. Pero apenas el miércoles pasado, una vez más, Luis Videgaray declaró en el programa de Carmen Aristegui que “hacían la más enérgica condena y un deslinde claro y completo respecto a esas actividades. No vamos a defender -dijo-a alguien que está en esta inexplicable situación”.
Estos dos ejemplos llaman la atención sobre el tono, la intención y el sentido tan asimétrico de los dos dirigentes, y ambos casos me parece que dicen mucho de lo que podría estar pasando en el PRI de hoy. En primer lugar, nos recuerda que un partido político no es un organismo todo homogéneo donde se hace una simple agregación de intereses y valores. La unidad del partido es táctica, no estratégica. Hay diferencias y desencuentros, temores pero también esperanza. Si Coldwell representa a una facción dentro del PRI, habrá muchos que ven en el regreso de ese partido al poder, la oportunidad de la revancha, el regreso de lo que Yarrington encarna, el abuso del poder, la visión patrimonial del encargo público, el uso de la extorsión y el soborno, en fin, los valores asociados al viejo, al siempre viejo PRI. Si por el contrario, Luis Videgaray representa en verdad a otra de las facciones del PRI, una nueva e interesada en el imperio de la ley, en la ética pública, en los valores democráticos y cívicos, entonces tenemos la esperanza de que el llamado nuevo PRI no defenderá a nadie que se encuentre en la inexplicable situación en que pillaron a Yarrington.
Claro, aún habría que explicar y justificar porqué ésta facción del PRI no está dispuesta a defender al ex gobernador tamaulipeco, pero sí se codea sin empacho alguno con otros ex gobernadores, como el tristemente célebre “gober precioso”.
Si todo esto es cierto, surgirá una tensión que tarde o temprano afectará lo que me parece la coyuntural unidad del partido. Tarde o temprano una de las facciones tendrá que aprender de la otra. ¿Hay esperanza de que el proceso de aprendizaje sea el de la modernidad democrática y la cultura cívica? No lo sé. Ahí está la sentencia que señala que “chango viejo no aprende maroma nueva”. ¿Será capaz de aprender el viejo PRI? La andragogía se encarga del estudio de las limitaciones educativas relacionadas con la edad y señala que el proceso de aprendizaje no se detiene, a no ser claro, que exista un deterioro neurológico. La facción que personifica Coldwell entonces tiene un enorme reto: ¿podrá aprender?
Comentarios en el twitter: @gerardomixcoatl
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