A finales del 2005, la localidad colombiana de Santa Marta se conmocionó con la macabra historia de un joven que aseguraba a las autoridades haber entregado a su hermano menor en sacrificio a una secta satánica.

Según los medios de aquella época, los 20 miembros de la supuesta secta lo torturaron hasta morir para después beber su sangre.

Héctor Henríquez Cabana, de 15 años, fue hallado muerto en la mañana del 29 de agosto del 2005 en un solar. El estudio forense arrojó que su cuerpo presentaba tres heridas con arma blanca en el cuello, cinco en el pecho y una en el brazo izquierdo.

Su hermano Rafael, de 19 años, capturado por este hecho, dijo a los investigadores que su familiar había sido víctima de un “ritual diabólico” realizado en una playa de Santa Marta.

Con base en su testimonio, que cambió tres veces durante el proceso, la Fiscalía capturó y logró que un juez en primera instancia condenara al ginecólogo Marlon Martínez Hurtado, de 33 años -supuesto líder de la secta- y a César Rojano Rodríguez -integrante- a 30 años de prisión.

Mientras tanto, Nelson González Gelvis, uno de los presuntos secuestradores de Héctor, fue absuelto, y Rafael, que se acogió a sentencia anticipada, recibió 19 años de cárcel. Sin embargo, pagó solo 12 años debido a su buen comportamiento y los estudios académicos que cursó dentro del centro reclusorio.

Recuperó su libertad en el 2017. Hoy, a sus 37 años, acepta las decisiones judiciales que se tomaron en su contra por su reconocimiento de culpa; sin embargo, ni él ni sus familiares quedaron conformes con el veredicto final en el que la Corte Suprema de Justicia que desvirtuó que el asesinato de Héctor se hubiera tratado de un supuesto sacrificio.

El Tiempo habló con la familia afectada y con otros de los implicados en la tragedia. María Isabel Henríquez y su esposo, el pastor evangélico Hernando Linero, tíos de Rafael, consideran que aunque se aplicó un castigo merecido sobre su sobrino -que fue uno de los principales responsables en la muerte de Héctor-, no se aplicó la justicia de forma correcta.

Para el líder religioso, no hay dudas de que al menor lo sacrificaron en un ritual de una secta que él mismo se encargó de denunciar en su momento.

“Es infortunado que esta historia tan dolorosa e impactante haya terminado con un desenlace errado respecto a las causas que lo originaron. Había pruebas técnicas y evidencias que revelaban que se trató de una muerte producto del satanismo, pero a los jueces les resultó más conveniente descartar cualquier hipótesis en ese sentido y atribuirlo a una riña entre hermanos que nunca existió”, manifestó Hernando Linero.

Sobre la relación de los dos hermanos, sus tíos niegan que tuvieran problemas personales. “Tenían diferencias como cualquier familia que vive en una misma casa, pero Héctor quería mucho a Rafael y viceversa, sin importar que sus personalidades fueran totalmente opuestas”, detalla la tía. Basado en sus creencias y lo que dice haber investigado tras el crimen, relaciona la muerte de Héctor con la parábola de la biblia de Caín y Abel.

“Aquí sucedió lo mismo, Rafael para obtener un rango mayor en la secta a la que pertenecía entregó a su hermano de alma pura sin medir las consecuencias de su acto. Cuando quiso reaccionar ya era demasiado tarde”, explica Linero.

El pastor manifiesta que a su casa llegaron a ofrecerle dinero para que se retiraran las acusaciones en contra de los miembros de la secta que estaban privados de la libertad en aquel entonces.

Asesinado para beber su sangre

La Fiscalía encontró suficientes evidencias y testimonios para dar validez al relato de Henríquez Cabana en el que contaba que para ingresar a una secta llamada ‘Hermandad Andretti Generación’ firmó un contrato en el que debía someterse a una prueba de desprendimiento, que consistía en entregar a un ser querido en sacrificio.

De acuerdo con la tesis que se manejó, el ginecólogo Martínez -conocido con el alias de Cristopher Andretti- era el líder de la secta. Él vivía en El Rodadero y era dueño de la clínica Bagar.

Rafael Henríquez narró que su hermano Héctor fue llevado a la playa de Los Cocos, cerca de la desembocadura del río Manzanares. Allí lo ataron de pies y manos para luego apuñalarlo.

Además, contó, otro joven que estaba en el lugar también fue golpeado con una roca para que perdiera la conciencia y así asesinarlo con los mismos fines que a su hermano, para beber la sangre de ambos.

“Cuando vi que lo iban a matar, yo intenté ayudarlo porque él me pedía ayuda, pero me agarraron por el cuello y no me dejaron ayudar. Fue cuando Donis (uno de los miembros de la secta) empezó a apuñalarlo”, detalla Rafael en su entrevista con la Fiscalía en el momento de los hechos.

Rafael aseguró que Marlon Martínez lo llevó en una camioneta hasta un parque donde lo amenazó para que no delatara a los miembros de la secta.

No obstante, la defensa del ginecólogo aseguró que su cliente estuvo esa noche en su clínica y que la camioneta a la que se refieren, para el día de los hechos, ya había sido vendida.

La Fiscalía relacionó al profesional de la salud con este hecho, teniendo en cuenta que las heridas del cadáver denotaban sistematicidad y precisión con el propósito de desangrar a la víctima.

¿Psicopatía?

El caso fue apelado y el Tribunal Superior de esa ciudad absolvió a dos de ellos: a Martínez Hurtado y a Rojano. Luego, la Fiscalía demandó ante la Corte Suprema la decisión del Tribunal, alegando que cometió errores al analizar las pruebas, las cuales demostraban que las dos personas que fueron absueltas eran responsables del homicidio por su pertenencia a la secta.

Finalmente, la Corte ratificó la absolución de los dos supuestos miembros de la secta por esta muerte y determinó que el crimen no ocurrió en un sacrificio, como lo sostenían Fiscalía y Procuraduría, sino que fue cometido por el hermano de la víctima, por una supuesta rivalidad familiar.

La sala plena se basó en un análisis psicológico a Rafael, en el que se le hallaron “rasgos de una personalidad impulsiva, hábil, maliciosa y desconfiada”. Según el informe, “estas son características que puede tener un psicópata (…), sin embargo, se ilustra a la autoridad que a estas personas con un trastorno de personalidad psicopático se les permite comprender y entender todo tipo de información, incluso cuando cometen ilicitudes y vulneran normas”.

En septiembre del 2005, la Fiscalía ordenó la captura de Alfonso Antonio Salas Correa, alias Foncho, quien vivía hace muchos años en el sector, por ser, supuestamente, el líder de la secta.

Alfonso Salas estuvo 15 meses en la cárcel acusado de haber participado en el ritual, pero su abogado consiguió desvirtuar los señalamientos que existían en su contra y recobró la libertad recibiendo, además, una millonaria indemnización por daños y perjuicios por parte del Estado.

Salas, quien continúa viviendo en la misma casa que hace 18 años, le dijo a El Tiempoque nunca entendió por qué lo involucraron en este caso, pero que pudo demostrar su inocencia.

“Rafael me tenía rabia y no sabía por qué. Lo único cierto es que se inventó una historia extraña en la que me puso como un supuesto líder satánico y me llegó a pedir hasta 20 millones de pesos para quitarme estos señalamientos”, manifestó Salas.

Y si bien afirma que desconoce las actividades en las que se encontraba involucrado Rafael, también cree en la hipótesis de que fue un acto propio de satánicos. No obstante, reitera que nunca ha sido parte de este tipo de congregaciones.

Otro que corroboró la participación activa de Rafael en la secta fue Gustavo Adolfo Redondo Suárez, quien en esa época tenía 17 años y también estuvo privado de la libertad aproximadamente durante 3 años al aceptar ser la persona que sacó de su casa a Héctor y lo entregó a los supuestos líderes satánicos que lo asesinaron en el ritual.

Gustavo, quien en la actualidad vive en Perú, en sus declaraciones entregadas el 31 de agosto de 2005, admitió pertenecer a un grupo de satanistas, pero en Bogotá, donde secuestraban a niños y los ‘marcaban’ para iniciarlos en el culto. También mataban gatos y bebían su sangre.

Sobre lo ocurrido el 28 de agosto del 2005, detalló que, a las 10 de la mañana, en la esquina del parque San Miguel, se comprometió con Rafael para llevar a Héctor hasta la línea, cerca del barrio San Martín, donde se encontraría con dos individuos.

Al día siguiente del crimen, cuando se encontró con Rafael, le preguntó qué había pasado. “Él me abrazó y me dijo en voz baja: ‘me mataron a mi hermano’…”. Así se lo contó Gustavo a las autoridades.

No obstante, en el testimonio que rindió el 6 de septiembre de 2005, Redondo Suárez cambió algunos detalles y hasta calificó a Rafael Eduardo Henríquez Cabana como un alto jerarca de la secta satánica.

Margarita Suarez, tía de Gustavo, con quien compartía la misma vivienda, señala que a la fecha todavía no tiene claridad y certeza de lo que pasó con Héctor.

“Las veces que hablé con él después de lo que sucedió siempre me dijo que no había matado a nadie y que era inocente de lo que se le acusaba. De todas formas, fue judicializado por un juzgado de menores y yo personalmente por mi tranquilidad preferí no conocer detalles ni averiguar si eran cosas del diablo u otro motivo”, argumenta Suarez.

Por su parte, Rafael Henríquez Cabana, quien vive en Santa Marta y se dedica a oficios varios, no quiso volver a referirse a este hecho. Sin embargo, según informó su familia, está casado y tiene dos hijos pequeños.

Agencias.

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