La insurgencia no está unificada

Internacional, Viernes 22 junio, 2012 a las 9:23 am

En esta fotografía sin fecha proporcionada por la Brigada de los Halcones de Damasco, el comandante rebelde sirio Ahmed Eissa al-Sheik posa para un retrato. (Foto AP/Ahmed al-Assi, Brigada de los Halcones de Damasco)

Agencia AP

SARJEH, Siria — El comandante insurgente Ahmed Eissa al-Sheik tiene una hoja de papel sobre su escritorio con los nombres de los muertos en su brigada. Los primeros 16 están mecanografiados cuidadosamente debajo de un verso del Corán que ensalza el martirio, mientras que otros 14 han sido escritos a mano en los márgenes porque el papel está lleno.

Al-Sheik, un islamista de larga barba negra y vestimenta militar gris, coordina el grupo Halcones de Damasco desde la alcaldía en su pueblo, el cual está bajo control de sus milicianos. La lista es un recordatorio constante de la cuenta personal de al-Sheik con el régimen sirio: 20 de los muertos son parientes suyos, entre ellos tres hermanos y su hijo de 16 años, todos fallecidos cuando combatían a las fuerzas sirias el año pasado.

Al-Sheik, uno de los comandantes más poderosos y mejor armados del norte de Siria, cuenta con más de 1.000 milicianos bajo sus órdenes, los cuales no vacilan en recurrir a las estrategias extremas cuando es necesario. Han dejado en libertad a prisioneros en automóviles cargados de bombas y luego los han hecho explotar en retenes del ejército, convirtiendo a los conductores en atacantes suicidas involuntarios.

La mayoría de sus armas provienen del saqueo, entre ellas al menos dos cañones antiaéreos, algunos misiles antitanque y un tanque, pero también adquieren armas con donativos de “empresarios honorables”.

Aunque al-Sheik, que antes de la sublevación popular administraba una tienda de comestibles, no reveló la fuente ni la cantidad, recibe suficiente dinero para pagarle a algunos de sus hombres salarios mensuales de unos 25 dólares, y de un poco más a los que tienen esposas e hijos. Sus milicianos dicen que los fondos provienen de expatriados sirios y otros árabes. Se le escuchó agradecer por teléfono a un grupo en Bahrein.

“Dios mediante, Siria no se inclinará ante nadie salvo Alá después que el régimen caiga”, dijo.

Al-Sheik es un rostro del movimiento insurgente en Siria. Hay muchos más.

Durante dos semanas en el norte del país, tres periodistas de The Associated Press contaron más de 20 grupos rebeldes, cada uno con un número de integrantes que va de 100 a más de 1.000. Llevan nombres como la Brigada de Mártires de Idlib y el Escudo de la Revolución, y aunque todos comparten un profundo odio por el régimen del presidente Bashar Assad, eso es lo único que los une.

Dicho en pocas palabras, nadie está a cargo del movimiento.

Esto ocurre en momentos en que los esfuerzos por poner fin a 15 meses de conflagración en Siria se están desplomando y el movimiento rebelde lleva ventaja en la lucha contra Assad. Algunos países han hablado de dar un posible impulso a los insurgentes en contra del régimen, y las autoridades estadounidenses incluso han mencionado la existencia de planes secretos para determinar cuáles grupos rebeldes deberían recibir armas de otras naciones árabes.

La coordinación insurgente rara vez se extiende más allá de los pueblos vecinos y nunca a nivel provincial ni nacional. Muchos insurgentes ni siquiera saben quiénes son los comandantes en poblados a dos horas de distancia.

Aunque el régimen ha actuado con brutalidad, también lo han hecho algunos de los insurgentes, otro motivo de preocupación para Occidente.

Los activistas opositores filtran la mayor parte de la información sobre los rebeldes enviada fuera del país, lo cual dificulta obtener un panorama preciso de la situación. Pero varios grupos dijeron que habían enviado a soldados capturados “a Chipre”, que en jerga insurgente significa ejecución. Tantos sirios pobres han muerto intentando llegar a esa isla que la frase “enviar a Chipre” se ha convertido en sinónimo de “ejecutar”, generalmente por fusilamiento.

Un grupo dijo que había matado a dos hermanos sorprendidos mientras colaboraban con el régimen: uno durante un interrogatorio, el otro en un pelotón de fusilamiento.

Los insurgentes sirios se han apuntado pequeñas victorias contra las fuerzas del gobierno en toda la provincia norteña de Idlib. Equipados con armas compradas, saqueadas o de fabricación casera, han destruido puestos del ejército regular y provocado que muchas carreteras estén llenas de vehículos militares quemados.

En el interior del país se mueven libremente sobre mucho más territorio de lo que se sabía, sus pistoleros barbados y camuflados encima de motocicletas que se desplazan con rapidez entre gran cantidad de poblados en los que ya no hay policías ni otras fuerzas de seguridad oficiales. Con frecuencia los niños hacen la V de la victoria cuando los ven pasar y les gritan “¡Que Dios los proteja!”

Pero el ejército sirio mantiene un asedio en muchos poblados y ciudades con tanques, helicópteros artillados y artillería pesada, armas que los rebeldes no pueden enfrentar con el arsenal que tienen.