LUIS ÁNGEL RAMOS JUSTO
OFICINA DEL CRONISTA DE LA CIUDAD
En el siglo pasado fue una de las profesiones que otorgaban a las personas más prestigio y estatus social en la sociedad mexicana. De hecho, los grandes hombres y mujeres que influyeron en la historia nacional y local se dedicaron a esa labor. Desde magistrados y primeras damas de la nación, gobernadores y esposas de gobernantes, también se desempeñaron en la función de enseñanza en las aulas de clases. Por tal motivo fueron reconocidos y a la vez alabados.
Es por ello, que en nuestro país, se festeja cada 15 de mayo, el Día del Maestro en reconocimiento a aquellos docentes cuyo esfuerzo, paciencia, dedicación, compromiso y responsabilidad, lo dedican a forjar estudiantes destacados.
Según las fuentes citadas, fue en 1918 cuando se celebró por primera vez en México el Día del Maestro, a razón de una iniciativa presentada por los diputados Benito Ramírez y Enrique Viesca Lobatón, quienes propusieron al presidente Venustiano Carranza que fuera establecido un día dedicado a los maestros. La fecha coincidió con la conmemoración de la toma de Querétaro y por este motivo la iniciativa fue aprobada en 1917, y un año después se celebró por primera vez esta fecha el 15 de mayo.
Aunque no al mismo tiempo y ritmo que el centro del país, la enseñanza en nuestra ciudad capital empezó desde el hogar de las familias campechanas, donde los jóvenes locales se iniciaban en los rudimentarios conocimientos de la enseñanza y la escritura. Tiempo después “fueron los religiosos quienes se ocuparon de la educación en sus distintos niveles” (José Manuel Alcocer Bernés, El instituto Campechano; la emblemática institución de la educación superior en Campeche, 2013, pág.34).
A su llegada, los primeros frailes franciscanos que pisaron la Península de Yucatán fundaron escuelas y trataron de inculcar la alfabetización y los valores occidentales, así como la doctrina cristiana. Bajo este marco, y debido al interés de los vecinos pudientes de la Villa de San Francisco de Campeche, para que sus hijos fueran educados en centros de enseñanza superiores, los religiosos fundaron el Colegio de San José, en 1716.
La dirección de este recinto estuvo a cargo de los sacerdotes Diego Veles, como rector; Antonio Paredes, como maestro de Gramática, y al hermano Julián Pérez, para la escuela de niños. Desde entonces, y hasta 1823, con la fundación del Seminario Clerical del Arcángel de San Miguel de Estrada, los religiosos guiaron senderos de la educación.
Fue hasta 1859, con la creación del Instituto Campechano, cuando se abrazó la laicidad, entonces los primeros profesores laicos impartieron conocimientos en el Instituto de Educación Superior de Campeche. Tomás Aznar Barbachano y Juan Carbó ocuparon el cargo de rector y vicerrector, respectivamente.
Sin embargo, en 1821, cuando el Ayuntamiento de Campeche aprobó la iniciativa de fundar escuelas de primeras letras en los diferentes barrios de la ciudad, fue necesario contar con un mayor número de maestros y se exhortó a los civiles fungir como profesores para que se hacerse cargo de la primera enseñanza.
Tiempo después, con la finalidad de fortalecer la enseñanza en la capital del estado, el 7 de agosto de 1878, comenzó a funcionar la Escuela Normal de Profesores, que abrió la oportunidad para que las mujeres impartieran clases e instruyeran a la niñez campechana.
Más de una década después, en 1891 egresó la primera generación de la Normal Superior y las primeras maestras, entre ellas María del Rosario Rivas Hernández, profesora de Instrucción Primaria; Florinda Batista Espínola, profesora de Primeras Letras; y Carmen Rodríguez y Felicia Beraza.
El crecimiento de las escuelas primarias y del servicio de los maestros era evidente y para 1907 el gobernante campechano Tomás Aznar Cano, informaba que las escuelas primarias contaban con 3 mil 746 niños y mil 494 niñas, ubicados en las 71 escuelas que eran costeadas por el Estado y por los ayuntamientos, más 14 escuelas privadas.
Ya para mitad de ese siglo, la profesión del maestro fue una de las más destacadas por su convicción para inculcar en los niños los conocimientos básicos. Para darnos una idea del estatus que otorgaba dicha profesión, sólo basta saber que una mujer muy recordada por su labor en favor de la niñez, Eva Sámano Bishop, esposa del presidente Adolfo López Mateos, impartió clases en escuelas pobres de la capital del país.
Campeche no escapó a esta regla y la también esposa del gobernante campechano José López Hernández, Lilia Reyes, era muestra de profesión. Pero también hay que traer a nuestra memoria que uno de los gobernantes recordados por ganarle terrenos al mar y generar una economía con mayores recursos, Alberto Trueba Urbina, también fue un apasionado por las aulas, de hecho, según la tradición, paralelamente de gobernar el estado, impartía clases en el Instituto Campechano.
Finalmente, al recordar a los educadores que forjaron nuestro conocimiento durante la infancia, nos vienen a la mente recuerdos que ya no volverán.
Fueron los maestros quienes inculcaron en cada uno de nosotros la semilla del saber y el amor a las letras.
Coord. Luis Ángel Ramos Justo
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