Ser hijo único me ha impedido saber cómo es la convivencia entre hermanos, pero al ser padre de dos muchachos me he esforzado para que uno respete al otro y sus diferencias de gustos y pensamiento sea respetado por ambos y, en consecuencia, por toda la familia.
El respeto es un principio básico que nace en casa y no tiene solamente qué ver con los miembros de la familia. El respeto, como concepto básico de aceptación y de entendimiento, es lo que moldea a una sociedad y le da características de civilización y cultura.
En México y en Campeche el respeto nos ha llevado tiempo entenderlo y aceptarlo. Lo vimos en el caso de las uniones entre personas del mismo sexo y en las decisiones políticas.
Ser priista en Campeche es como que normal por una cultura milenaria que nunca permitió que hubiera alternancia en el gobierno estatal aunque esa condición monolítica se rompió en 1997 cuando Layda Elena Sansores Sanromán encabezó un despertar ciudadano que la llevó a un triunfo no reconocido.
En esos días, la gente dejó a un lado el origen de la señora Sansores y el estigma del apellido luego del gobierno atrabiliario y caciquil de su padre y acompañantes. Ella representaba una esperanza de cambio para un Campeche que se sentía poco compensado por una Federación que, hay que decirlo, sigue sin hacerle justicia al que fue el estado motor de la economía por la extracción petrolera.
Ha costado trabajo que quienes piensa distinto en Campeche y presentan opciones válidas diferentes en política logren respeto.
La falta de crecimiento económica y de desarrollo social en la entidad ha provocado vaivenes políticos que han terminado por cambiar colores en ayuntamientos, el Congreso e incluso en la gubernatura en dos ocasiones, la segunda cuando Juan Carlos del Río se quedó en la orilla en tribunales, pero no en votos.
Escuchar lo que pasa en Carmen por la manipulación política de Juan Mendoza y la falta de solidez del alcalde en entender que el único responsable de ese ayuntamiento es él y no su financiero, lleva a perder el respeto.
Los campechanos están molestos, todos con justa razón, al saber que en Carmen su ex alcalde los timó, los defraudó y usó la Comuna como un coto familiar donde todos metían mano menos los ciudadanos; los ciudadanos están irritados al ver que en Salud se usó el dinero para el cuidado médico para viajes, compras de inmuebles para beneficio personal y no había dinero ni para fumigar para prevenir enfermedades.
Voltear a ver a la oposición política hoy en Campeche –en todo el país pareciera lo mismo- se antoja como una enorme falta de respeto a quienes los mantenemos. Seamos honestos, el PRI está repitiendo lo que siempre ha hecho. No hay grandes cambios ni de actitud ni de conducción política.
Sin embargo, el gran pero está en una oposición que no sólo se hace famosa por sus moches, por sus tribus y sus cochupos sino por líderes mesiánicos capaces de desconocer hasta a sus hermanos cuando no les dan la razón.
No sé cuánto tiempo tardará para darnos cuenta que la política hoy en México no se está traduciendo en mejores estándares de vida para la sociedad, para los ciudadanos.
Hoy, escuchar a quien se dice opción real hablar mal hasta de su hermano porque no está apoyándolo demuestra un defecto que al escuchar al aludido queda claro que Andrés Manuel es el que ha perdido el piso.
Su hermano agredido, ofendido e insultado por Andrés Manuel no sólo le dice que él es la mejor opción sino que le reconoce amor, cariño y apoyo, pero lo reconviene a encontrarse a sí mismo porque ha perdido el apoyo de todos los hermanos. Le exige que respete, que vea lo que dice y que entienda que con su discurso ya no está convenciendo al país y menos a muchos mexicanos que tienen dudas para darle su apoyo.
El respeto, me dijeron en casa, no puede imponerse. El respeto debe ganarse dándolo todos los días. Nadie merece más respeto que el que lo da, que el que es capaz de ponerse en los zapatos del otro antes de juzgarlo, de entender que la necesidad de uno a veces lleva a actos que en condiciones distintas quizá no se cometerían.
Como nunca, la ausencia de respeto a los ciudadanos y por ende de éstos a sus dirigentes y autoridades se convierte en la peor erosión para la convivencia de un país y muchos no quieren entenderlo.
Respetémonos, exijamos el mismo respeto que demos, pero sobre todo exijamos que a quienes les dimo nuestra confianza cumplan o paguen por ello.