Ah, el argot relacionado con el sexo. Qué rápido, y por qué caminos más sinuosos, viaja. En los albores del VOD (estamos hablando de una época tan remota como 2007), la frase “Netflix and chill” se utilizaba para describir literalmente lo que significa: poner el servicio de streaming y relajarse, especialmente después de un duro día de trabajo. Sin embargo, pronto empezó a adquirir una vaga connotación sexual. Ya sabes: has estado de fiesta por el centro toda la noche con un grupo de amigos, de repente solo quedan dos, tú ya le habías echado el ojo antes y estas cerca de tu piso, así que le preguntas que por qué no suben los dos y le enseñas Netflix. Seguro que ella aún no tiene cuenta. Que suba y lo ven juntos, ¿no? Tienes tantas cosas del catálogo que te gustaría enseñarle…

Aquí es donde entra Twitter, el auténtico laboratorio de memes de nuestra era. Poco a poco, la mente colmena de sus usuarios empezó a utilizar “Netflix and chill” como eufemismo inequívoco para el sexo espontáneo. O no: imagina que tienes 16 años y miedo de que tus padres te sorprendan enviando un whatsapp comprometedor. “Sta tarde stoy solo qieres venir a casa y vmos netflix?” no es comprometedor. Es perfecto.

El buscador de Twitter te arroja unos veinte resultados nuevos al minuto. Google ofrece aproximadamente 802.000 resultados. Urban Dictionary y Know Your Meme ya ofrecen, respectivamente, una plétora de definiciones y un rastreo concienzudo de sus orígenes. Oh, y en Facebook ya han propuesto un festival anual de Netflix y lo que surja. Hay incluso una app, por el amor de Dios. Está claro que, a mediados de octubre de 2015, nadie que te ofrezca subir a casa a ver Netflix y relajarse te está proponiendo realmente subir a casa a ver Netflix y relajarse. O, si lo hace, es una persona horrible.

¿Deberíamos sorprendernos? Al fin y al cabo, el ser humano ha estado utilizando las últimas novedades tecnológicas y sociales como excusas para tener sexo desde, al menos, 1675. ¿Que por qué somos tan específicos con la fecha? El periodista Devin Faraci encontró la respuesta.

Así es: en la era de la Restauración británica, todas las mujeres casadas sabían que aceptar la proposición de un caballero de dudosa reputación para “subir a casa e inspeccionar mi exquisita colección de porcelana china” era, en realidad, abandonarse a una noche de placeres extramatrimoniales. En este contexto, Netflix solo sería el último eslabón de una escala evolutiva que, en las últimas décadas, ha tendido cada vez más a utilizar lo tecnológico como reclamo.

En los años 70, la excusa solía ser tu colección de discos. En realidad, el actual repunte de popularidad del vinilo hace que esta frase siga siendo perfectamente válida, sobre todo en ciertos barrios modernos. En los 80, el secreto estaba en tu equipo de sonido: no has escuchado a Genesis hasta que los has escuchado en mi equipo, muñeca (en aquel entonces aún se utilizaba “muñeca”). En los 90, la cosa iría probablemente de Canal+. Y ya llegamos al paroxismo de la década pasada, que ofrecía múltiples posibilidades: tus Blu-rays, tu Wii, tu Kinect, tu tele de plasma inteligente… Había donde elegir. Y ahora tienes Netflix. Ahora tienes esa carta ganadora.

Porque todo el mundo sabe que los viernes estrenan series nuevas, por no hablar de los documentales. En serio: subimos, tomamos la última y vemos de qué va eso de ‘Jessica Jones’. Ya sabes. Netflix y relajarnos.

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