La canonización de dos Papas

Estado, Domingo 27 abril, 2014 a las 12:52 pm

POR MONSEÑOR JOSÉ FRANCISCO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

En la alegría pascual, hoy Domingo de la Misericordia, la Iglesia universal se goza por un acontecimiento inédito. En la ciudad de Roma, en la Basílica de san Pedro, el papa Francisco expone toda su autoridad papal y respalda la santidad (vivencia de virtudes heroicas) de dos predecesores: Juan XXIII y Juan Pablo II.

A Juan XXIII (1958-1963) se le conoció como el “Papa Bueno”, debido a su característica afabilidad, sencillez y jovialidad. Era un hombre de campo, llano, sincero, franco. Fue Nuncio Apostólico en Francia y Patriarca de Venecia. Los títulos no lo ensoberbecían. Aún las ‘grandezas humanas’ las vivía con la simplicidad de la vida común y corriente.

Juan XXIII abrió la Iglesia al mundo. La inspiración del Espíritu Santo a convocar el Concilio Vaticano II fue de gran trascendencia. Algunos piensan que el Papa Bueno ni siquiera fue consciente de la gran importancia de ese Concilio (recordemos que él murió en las etapas iniciales), ni de los importantísimos documentos que de allí emanarían. La persona que es espiritual, se deja llevar por el Espíritu. Así lo hizo el papa Roncalli.

Por su parte, Juan Pablo II (1978-2005) irradió con su figura el mundo entero. Un Papa deseoso de llevar el Evangelio a todos los rincones del mundo. Visitó muchos países.  La caridad de Cristo le urgía, como lo escribe san Pablo. Realizó más de un centenar de viajes internacionales. Catapultó la Doctrina católica hacia muchos ambientes (él llamó a este movimiento misionero: “ir a los nuevos areópagos”).

Su figura sacerdotal fue motivadora para el resurgimiento de nuevas vocaciones a la vida presbiteral.  Un pontífice de arrojo, valentía, con claridad meridiana en su concepción del hombre, del mundo, de la Iglesia. Armonizaba la fe de un niño, la inteligencia de un sabio, la fortaleza de un atleta, el arrojo de un temerario, la profundidad de un místico, la ternura de un enamorado y la fecundidad de un padre. Por eso, al Papa Karol Wojtyla ya le llaman Juan Pablo II “El Grande”.

UNA PALABRA AL EVANGELIO

Jesús se aparece a sus discípulos. Lo hace después de resucitado, y saluda con un saludo muy especial: “La paz esté con ustedes”. Luego de ese saludo, Jesús hace un envío misionero de los discípulos: “como el Padre me envió, así los envío yo”.

 Cuando les da el Espíritu, Jesús lo hace con una metáfora muy conocida en el mundo bíblico: “sopló sobre ellos” (cf. Gn 2,7; Ez 37,7-14). El soplo, viento, aliento, pueden ser sinónimos de ‘espíritu’, tanto en la lengua hebrea como en la griega.

 El don del Espíritu por Jesús a sus discípulos es descrito de la misma forma que el don de la vida que Dios comunicó al hombre en sus orígenes, en la génesis del mundo. Y es que ahora estamos en el origen de una nueva humanidad, ante una nueva creación.

  Para que  aparezca la vida tiene que ser removida la muerte. El don del espíritu se comunica como poder contra el pecado. Este fue el poder que Jesús comunicó a su discípulos y a los sucesores de los Doce. ¡FELIZ DOMINGO!

  La resurrección es un acontecimiento estrictamente sobrenatural. Nada tiene de particular que no todos los discípulos estuviesen convencidos de ella. Juan ofrece un ejemplo concreto, el de Tomás, que se convierte en el modelo del que exige pruebas evidentes para creer. Tomás es modelo de incredulidad y de fe. Duda, primero, luego expresa: “Señor mío y Dios mío”. Esos dos títulos se reservan, en el Antiguo Testamento a Dios. La confesión de la fe de Tomás es la auténtica confesión del creyente. Y los creyentes lo hacen sin las exigencias de pruebas evidentes. Por eso Jesús les declara bienaventurados.