
¡¡Hola!!
En días pasados, me encontraba caminando, buscando algo que sólo en el Centro Histórico de nuestra ciudad podía conseguir. De pronto, me crucé con dos personas locales que me preguntaron por la dirección de un establecimiento. Les señalé la ubicación de éste mismo muy campechanamente: “entre la casa verde y el local azul, donde está un muchacho con gorra negra parado en la puerta”. Estarán de acuerdo conmigo que, por lo regular, nosotros los campechanos, cuando damos direcciones, lo hacemos por medio de referencias y no por número o nombres de calles, como debería de ser.
Al terminar de escucharme, estas personas me interrogaron si yo sabía si vendían en ese local tal o cual artefacto y qué precio tenía. Me sorprendió tanto que me hicieran tal cuestionamiento, que sólo pude contestar: “no sabría decirles”.
No les gustó mi respuesta, me pusieron cara de enojados, pues no los había complacido del todo con mi contestación. Quedé atónita, ya que me preguntaron como si yo fuera la empleada del establecimiento y no estuviera atendiendo bien a la clientela. No sabía si enojarme por la pregunta tan tonta me habían hecho, o reírme por la misma circunstancia.
Ya había escuchado situaciones así, y la verdad me reía al respecto. Pues no había sido la afectada directamente. Ahora que me sucedió, me quedé sorprendida.
Si hacemos un análisis general de nuestras maneras de preguntar, creo que la mayoría hemos caído en este tipo de preguntas sin sentido, en alguna situación determinada. Sé que hay ‘de preguntas a preguntas’, pero la idea es la misma: no tienen sentido común.
Me viene a la mente un ejemplo claro: cuando se está en una reunión o en una cena y, si eres mujer, empiezas a buscar las llaves del coche y agarras tu bolsa. En ese momento surge la pregunta “¿Ya te vas?”. ¡Lógico que ya se va! Si no, no estuviera arreglando todo para irse.
O cuando estamos esperando a alguien, en el lugar que fuere, apenas vemos que aparece y, sin pensarlo, decimos: “¿Ya llegaste?”… ¡Obvio! No es un holograma.
Hay decenas de preguntas que hacemos en nuestra vida diaria en las que ignoramos al sentido común. Si le pensamos bien, todos caemos en este bache; pero si recapacitamos, hasta risa nos da cuando las decimos o escuchamos.
Los usos y costumbres nos llevan a realizarlas. No sé si llamarle parte de nuestra campechanía, o de plano pensar que estamos mal. Quiero pensar que es lo primero. En cada estado de la República tenemos una manera muy arraigada de expresarnos.
¿Habrá que corregir esto? Pudiera ser. Ya depende de cada uno. Sólo hay que estar con el estado de ánimo adecuado para saber contestarlas y no caer en enojo cuando oigamos algo sin sentido. Si estamos de buenas, vaya que nos reiremos hasta el cansancio.
Sólo ‘ojo’, hay que estar muy pendientes de qué lado nos va a caer la preguntita.
Les mando un beso. Nos leemos el próximo domingo.
Ba-bye!!