JOSE SAHUI TRIAY

No puedo, aunque lo he pretendido, dejar de escribir sobre educación. El tema ha sido siempre interesante; el cambio en la educación, como en los seres humanos, es permanente. Preocupa por ello ese continuado dejar hacer, dejar pasar, que ha permitido como ahora al inicio del ciclo escolar el que aparentemente sin consecuencias para los maestros paristas de la CNTE, una considerable cantidad de planteles escolares hayan permanecido cerrados en los estados de Oaxaca y Chiapas, al igual que en Michoacán y Guerrero.

Son muchos más los maestros que en el país apoyan a la Reforma Educativa y están cumpliendo a cabalidad con sus disposiciones. Habría que no desatender ese reclamo cada vez más generalizado de cumplir y hacer cumplir esa legítima oportunidad de dar a las nuevas generaciones de mexicanos las herramientas necesarias para la construcción de su mejor futuro. Los 30 millones de alumnos en todo el sistema educativo nacional, 23 de ellos en educación Básica, merecen especial atención.

Ha sido largo el tiempo y demasiado el desgaste por el problema magisterial. Sus consecuencias han sido graves. Pese a que los reclamos del CNTE se observan cada vez más faltos de sustentos, sus protestas no solo continúan sino se radicalizan.

La Reforma Educativa, ante la crisis de calidad, era urgente y vital. Nadie desconocía sus costos y riesgos; por ello la decisión del Presidente Peña Nieto fue rotunda, habría que hacerla. Desde un primer momento se advirtió la complejidad del escenario. La aplicación de las evaluaciones a los docentes ha puesto a prueba la capacidad del Estado de hacer cumplir esa Reforma de carácter constitucional, cuya aprobación y apoyo mayoritario ha sido desafiado.

En un país como el nuestro, con 122 millones de habitantes, toda intención de realizar un proyecto requiere de una cuidadosa reflexión anticipada. Ignorar la realidad de aquello en que se pretende la ejecución de una obra, con las mejores intenciones de beneficio, sería, por la falta de un diagnóstico adecuado se receten “medicinas” que nada tengan que ver con la dolencia del paciente, aumentando sus problemas y dejando de creer en quien lo atiende. Lo más grave podría ser que ante la necesidad de curarse, en su desesperación acudan a los remedios “milagrosos” que así de la nada aparecen y ganan adeptos.

Sería como hacerle al Tío Lolo aparentar que los mexicanos no sabíamos del daño que tanto tiempo de haber dejado al sector educativo al padrinazgo de los intereses sindicales había ocasionado en cuanto a resultados de calidad.

Para nadie era un secreto, pues las políticas informativas así lo destacaban, la enorme cantidad de maestros, escuelas y alumnos que existían. Sin embargo, los resultados de eficiencia, analfabetismo, reprobación, deserción, no tenía la misma difusión.

En 1992 el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica, y Normal, cimbró a la opinión pública nacional al dar a conocer los bajos índices de calidad que se tenía. En consecuencia, desde hace 24 años medidas fueron y vinieron para resolver ese problema. Hoy precisamente ese es el espíritu vertebrador de la Reforma Educativa, su indeclinable propósito, la recomposición de un sistema cuyos resultados habían detenido sus avances de calidad. La tarea, no hay que olvidarlo, ha sido en ocasiones anteriores intentada. Pareciera tan difícil como aquella que el filósofo griego, Diógenes, cuando intentara encontrar un justo en aquellos momentos difíciles que vivía su Nación. Pese a siempre llevar prendida una linterna, para su labor, y hacerlo incluso a la luz del día, no encontró ni tan siquiera a un solo justo. Esperamos en México que el esfuerzo para hallar la calidad que tanto necesita la educación, a diferencia de lo que a Diógenes sucediera, sea por el contrario, un éxito.

Urgieron en aquel entonces, y todavía es un reclamo del magisterio nacional, cursos de actualización y mejoramiento profesional impartidos por académicos realmente compenetrados de los programas, contenidos y metodologías de la educación Básica.

En fin, cursos que respondan en cada entidad a las necesidades de sus maestros y no a decisiones cupulares centrales, que al final son rechazadas. La experiencia ha demostrado que la falta de credibilidad por hacer lo que se cree y no lo que en verdad se debe, ha ocasionado en las más de las veces falta de interés por los cursos ofertados por la SEP, desde nivel central.

Para que un proyecto sea efectivo se requiere, antes de su aplicación, conocer todo aquello que se relacione con él. En el caso de las evaluaciones, aunque ya se aplican y tienen interesantes resultados, bueno sería reconsiderar que las políticas de capacitación y actualización vayan “agarraditas” de la mano con ellas, y su retroalimentación permita, mas objetivamente, valorar no solo las pruebas presentadas, sino más importante, los resultados de los docentes en las aulas, con sus alumnos.

Existe en México una estructura académica con reconocida capacidad en estos menesteres de capacitación. ¿Qué mejor muestra de reconocimiento al profesionalismo de esas y esos muchos maestras y maestros que después de sus estudios de Educación Normal continuaron en preparación haciendo Licenciaturas, Maestrías y Doctorados, que ahora prestan sus servicios en las Normales Superiores, en la Universidad Pedagógica Nacional y en distintas Universidades del país, el invitarlos a sumarse y diseñar juntos, tanto a nivel nacional como por entidad federativa, Programas de cursos de capacitación? La responsabilidad de la educación es de todos, habría que no olvidar lo mucho que cada estado puede aportar al respecto, con el conocimiento directo de su problemática y con la capacidad técnica de poder impartir esos cursos.

Un México distinto el que comienza a perfilarse a raíz de la Reforma Educativa. La decisión del Estado de recuperar la que en justicia siempre le correspondió: la rectoría de la educación, fue trascendental. No solo una educación gratuita y obligatoria como el 3° Constitucional señala, sino una educación de calidad.

Aunque las comparaciones a veces parezcan injustas y por ello no guste hacerlas, son necesarias, para tener las medidas adecuadas para análisis menos subjetivos. En un México tan grande, geográficamente, con 122 millones de habitantes en 32 entidades, cada una con particulares características, habría que ser muy cuidadoso todo proyecto a realizar.

No son iguales los resultados educativos en esos Méxicos del Norte, Centro, y Sur-Sureste. Los dos primeros, con indicadores sobre la media nacional, o justos en ella. Por el contrario, ese otro México, de tantas carencias y con un desarrollo no comparado a los otros, casi todas sus partes presentan limitaciones en cuanto a los logros educativos. El reclamo de que estos Méxicos dejen de ser diferentes, solo puede ser contestado con los resultados de calidad que la Reforma exige y que no pueden estar al arbitrio de nadie que a ello se oponga.