La tranquilidad del poblado de Suc Tuc, una tierra dedicada casi 100 por ciento al cultivo del maíz, es interrumpida con la agitación de Wilberth Matos Poot, uno de los 10 pobladores que fueron sometidos a exámenes de orina para detectar si su organismo tenía glifosato.

“No nos han mostrado los resultados (del examen de orina). Lo hice junto con mis cuatro hermanos”, cuenta este poblador bajo el tinglado de su casa en esta comunidad del municipio de Hopelchén. “No sé si la gente que nos lo hizo (el examen) no nos informa de los resultados para no asustarnos. Solo nos dijeron que fueron positivos”, cuenta Wilberth, un labriego de 34 años que acudió a la cita con EL EXPRESO después de que su esposa lo fuera a buscar a la fábrica de palanquetas ubicada a unos 200 metros de su predio.

En las comunidades de Ich Ek y Suc Tuc se encuentran los pozos que fueron sometidos a estudios por parte del equipo de investigadores del Instituto de Ecología, Pesquerías y Oceanografía del Golfo de México (Epomex) de la Universidad Autónoma de Campeche (UAC), encabezados por el profesor-investigador Jaime Rendón Von Osten, y en los que se detectó contaminación con glifosato, el herbicida utilizado sin ningún tipo de control para matar hierba y hacer más productivas las siembras, sobre todo los transgénicos.

EL EXPRESO acudió a las dos comunidades de Los Chenes para comprobar cómo viven y de qué tamaño es la exposición de una parte de sus pobladores al uso del glifosato: la mayoría coincide que es de uso común y que ninguna autoridad ejerce algún tipo de control al herbicida ni tampoco se ha emitido alerta alguna. Eso sí, dicen, los grandes productores simplemente “no tienen llenadera” para echarlo a las siembras, en palabras de un poblador de Ich Ek que prefirió no dar su nombre.

Suc Tuc está a unos 40 kilómetros de Campeche capital sobre la carretera estatal que conduce a la cabecera municipal de Hopelchén. Es una comunidad rodeada de cultivos, principalmente de maíz y tomate, en la que son visibles predios ya sin los techos tradicionales de huano, sino de cemento, como también las grandes extensiones de terrenos verdes pulcramente cuidados en medio de enormes árboles de ceibo que transmiten tranquilidad y armonía en medio de la elevada humedad de verano.

El silencio de la naturaleza se reproduce también entre su población. Pocos se atreven a cruzar palabras con un foráneo. En un molino ubicado a un costado de la carretera federal, el despachador no responde a los cuestionamientos. Es una clienta quien finalmente orienta a este reportero para localizar los pozos y a cuántos de los pobladores les practicaron los análisis. Así se dio con Wilberth.

Los campesinos de esta comunidad llegan a sembrar de dos, seis y hasta diez hectáreas, pero los grandes productores, como los menonitas, en sus palabras, siembran desde 50, 60 hasta 300 hectáreas. Además, se atreven a denunciar que actualmente se está sembrando de manera indiscriminada la soya transgénica, a pesar del ordenamiento de tregua para la siembra de este cultivo ordenada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).

NERVIOSISMO TRAS LOS EXÁMENES

La inquietud del poblador Wilberth Matos es evidente mientras habla con EL EXPRESO. Sabe que puede tener un problema de salud, pero no tiene a dónde acudir ni tampoco el dinero suficiente para pagar una consulta médica. “Por ser campesinos no nos hacemos análisis porque cuesta, en el Centro de Salud no dicen qué tiene uno”, relata el poblador, quien reconoce que por ahora su molestia más grande son sus rodillas.

Según sus palabras, fue hace casi un año cuando les practicaron los análisis después de que les avisaron que los pozos del poblado estaban presuntamente contaminados con glifosato. Los pobladores sometidos a análisis fueron voluntarios, relata.

“Yo acepté para desengañarme y prevenir a más gente antes que sea más tarde por alguna enfermedad. Tiene que salir uno afectado para que la gente se dé cuenta lo que está pasando”, dice a EL EXPRESO con cierta resignación al recordar que solo le informaron que los resultados fueron positivos.

De hecho, en su relato Matos Poot afirma que debido a la trascendencia del problema de contaminación arribó recientemente al poblado personal de la organización activista Greenpeace, pero que no todos han querido declarar.

Durante su charla narró que las avionetas privadas realizan diariamente el riego de grandes plantíos y que presuntamente utilizan sin restricción alguna el glifosato. “Aquí (el glifosato) lo usan los productores ya que está en el mercado, aunque con una pequeña cantidad de 2 a 3 litros por hectáreas. Pero los productores grandes lo usan por tambores porque tienen más hectáreas qué cuidar”, comentó al precisar que solo lo usan para el maíz y la calabaza, pero “nada más una vez” y no siempre, como lo hacen los productores con grandes hectáreas.

Explicó que esto es así porque un cultivo ‘tradicional’ hasta puede ‘morirse’ de tanto glifosato, en cambio, cuando son cultivos transgénicos, ya vienen protegidos y el glifosato no los daña y por eso lo usan indiscriminadamente.

El recorrido siguió al poblado de Ich Ek, ubicado a 20 minutos de Suc Tuc, no sin antes pasar una serie de reductores de velocidad. Ich Ek tiene también un paisaje verde, aunque también es notorio ver mucha siembra de maíz quemada. Ahí, Jorge Alberto Pech Marín, un labriego de 50 años, a simple vista luce sano, aunque confiesa que teme padecer cáncer, según lo que le han comentado en el poblado.

En la charla con EL EXPRESO ofrece su versión acerca de los resultados del estudio practicado por Epomex: de los diez pobladores sometidos a análisis, “cinco salieron con glifosato en la orina”, pero no ofrece más detalles al respecto.

Ataviado de una gorra de béisbol, el campesino habla abiertamente sobre la actual siembra… de soya transgénica. “En esos campos de soya transgénica –según su testimonio- se aplica (el glifosato) dos o tres veces sin ningún control. En cambio al maíz una vez que se rocía no soporta más herbicida porque mata la planta. La soya transgénica –argumenta- puede recibir el herbicida y no pasa nada porque es resistente”.

El labriego en ningún momento dudó en referirse a la siembra de la soya transgénica en estos días. Es una realidad en ese poblado, aun cuando la delegación de la Sagarpa se comprometió a verificar la tregua ordenada por la Corte Suprema.

Pech Marín comentó que antes se usaban otros herbicidas y no pasaba nada. Pero recuerda que desde hace 10 años se ha empezado a usar el glifosato y ahora con más en exceso en comparación con otros años. Por ello no le sorprende que en los estudios se haya concluido que los pozos están contaminados.

Conocedor de muchas décadas del trabajo de campo, el labriego de Ich Ek explica que no hay manera de poner un filtro a los residuos del herbicida y no contamine los pozos. “Esto va a causar un problema terrible. Las avionetas descargan a la hora que sea”, cuenta.

El temor de que pueda padecer alguna enfermedad lo lleva a arremeter contra los grandes consorcios y los menonitas, pero no ofrece pruebas de que ellos sean los que estén contaminando los terrenos. “No estamos en contra de que trabajen, pero que lo hagan con la soya huasteca, ya que si se continua con la siembra de la transgénica más adelante van haber brotes de enfermedades”, alerta.

Tras escuchar a Pech Marín, otro poblador de Ich-Ek se arma de valor y se agrega a la plática, aunque no quiere que se cite su nombre. “Los grandes empresarios lo usan excesivamente, no tienen llenadera”, dijo en alusión al glifosato.

El periplo continuaría hacia San Juan Sacabchén, pero fue suspendido abruptamente con la llegada de la lluvia. Lo único visible en esa zona era el pésimo estado de la carretera, con lodo y baches, aunque también las flotas de avionetas en ranchos privados… y con los bidones de herbicida al lado.

MAÑANA:

EL ALERTA DE LA OMS Y LA RESPUESTA DEL IMSS

Wilmer Delgado Rojas
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