LUIS ÁNGEL RAMOS JUSTO
OFICINA DEL CRONISTA DE LA CIUDAD
A lo largo de la historia y del tiempo, la ciudad fue y es al mismo tiempo el blanco de acción de los diferentes discursos y plataformas políticas que se han traducido en obras públicas y que, a fin de cuentas, marcan el paso de un gobernante.
Destruir, ampliar, remodelar y edificar novedosas construcciones en aras del progreso, es un discurso que siempre estuvo vigente en los programas sexenales gubernamentales a lo largo de todo el siglo XX.
Esta situación tuvo su clímax en el sexenio de José Ortiz Ávila, quien en pro de un ‘impulso modernizador’ acabó con la vieja ‘fachada’ de la ciudad. Por paradójico que sea, hoy el gobierno en turno le devuelve el golpe: recupera lo que derribó y derriba lo que construyó como el epítome de la modernidad y del progreso.
MOMENTOS DE CAMBIO
Al revisar las páginas de la historia local es posible identificar momentos claves que marcaron la pauta de desarrollo de los espacios públicos con los que hoy cuenta nuestra urbe.
De hecho, en la historiografía local se pueden identificar tres momentos ‘modernizadores’ que intentaron hacer entrar a Campeche en la corriente progresista de la época.
El primero de ellos fue implementado por el jefe político y comandante militar, Francisco de Paula y Toro, quien en 1830 construyó varias importantes obras públicas que romperían con el viejo esquema colonial imperante.
El segundo frenesí modernizador fue guiado por Joaquín Baranda y los treinta años de gobernantes adeptos a la ideología Barandista, quienes cambiaron en definitiva el paisaje urbano con el chillar del tranvía, la destrucción de lienzos de muralla, y la proliferación de servicios básicos para la vida citadina.
El último impulso nacería en el siglo XX, bajo el mandato del general José Ortiz Ávila (1961-1967), quien como gobernante materializó nuevas construcciones a la par de ciudades latinoamericanas, en especial Brasil. (Programa Campeche-México en 1963, AGEC).
Así tuvieron su origen el Palacio de Gobierno, el recinto legislativo, el Parque Moch Cohuó; las plazas de las Américas, de la República, de las Murallas; así como las fuentes de la Nacionalización Eléctrica, del Progreso y de los Pescadores. Esta última es el tema central de este artículo.
UNA ESTRUCTURA MODERNA
Toda ciudad, apunta el filósofo e historiador franco-polaco Bronislaw Baczko, “es una proyección de los imaginarios sociales sobre el espacio. Su organización espacial le otorga un lugar privilegiado al poder de explotar la carga simbólica de las formas”(Zanker Paul, ‘Augusto y el poder de las imágenes’, 1992, pag.39).
En este sentido, con más de cuatro décadas de existencia en la ciudad, la Fuente del Progreso fue el símbolo del movimiento progresista del gobierno campechano.
Pero para entender las razones que hicieron posible su construcción es necesario situarnos a inicios de los años sesentas, cuando el gobernador en turno impulsó una política de transformación que pretendía visualizar a Campeche como una de urbe a la moda.
Para ello, era necesario romper con el viejo esquema colonial y anteponerle el estilo funcionalista, puesto de moda por la ciudad de Brasilia. Pero adecuar la capital campechana a este nuevo modelo implicaba un gran desafío, pues gran parte de los edificios construidos pertenecían a esta vertiente.
Entonces en el esmero por buscar un elemento innovador dentro del mismo esquema colonial, Ortiz Ávila visualizó una nueva ciudad donde el centro de la actividad citadina se trasladara a un punto central de fácil acceso para todos.
Para ello fue de suma importancia la construcción de la nueva sede de los Tres Poderes. Este moderno recinto se ubicaría fuera del área amurallada, donde “se pretendía lograr edificar un agrupamiento administrativo que facilitara los trámites al ciudadano e hiciera más eficiente las labores de los servicios públicos en Campeche”. (Miguel Messmacher, Campeche Análisis Ecónomico-Social, 1967. pag.291).
Para la complicada tarea, el gobierno estatal concertó los serviciosprofesionales del arquitecto capitalino Joaquín Álvarez Ordóñez.
El joven constructor y sus ayudantes iniciaron la edificación de la nueva cara de la ciudad a partir del segundo semestre de 1961.
A la par de las sedes administrativas, sobre el tramo del entonces llamado Circuito Baluartes, entre los baluartes de San Carlos y Santa Rosa, se edificó la monumental Fuente del Progreso.
Esta estructura, al igual que el resto de las obras de Ordóñez, se realizó con un sistema de concreto armado, columnas de acero y varillas.
Aunque muchos de nosotros lo ignoremos, su peculiar fisonomía hace referencia a la ciudad amurallada. Tiene sus cuatro muros inclinados y remata en la almena. La utilización del elemento agua es la representación hacia el futuro en una espiral ascendente al progreso.
UN SITIO EN DECADENCIA
Por muchos años el monumento presentó problemas, pues debido a que desde su construcción nunca se dotó de un sistema de abastecimiento de agua, lo que ocasionó que desde los años ochentas tuviera que llenarse constantemente con pipas.
Tiempo después su mantenimiento costaba mucho al Ayuntamiento, pues debido a la problemática antes expresada, varias cuadrillas de trabajadores tenían que dedicarse constantemente a las labores de limpieza del monumento.
El curioso igenio del campechano también hizo alarde de su picardía y por mucho tiempo apodaron a esa estructura como ‘el cigüeñal’, por su peculiar forma.
Pero con el tiempo las cosas cambian y con ello también el valor de los monumentos ubicados en el primer cuadro de la ciudad.
En este contexto, apenas el pasado martes las autoridades anunciaron el derrumbe de esa estructura ‘modernizadora’ de hace más de 50 años, para dar paso a la construcción del viejo trazado de los lienzos de muralla.
Hoy, la historia, cíclica, vuelve. Las magnas obras del general y licenciado José Ortiz Ávila no pasaron la prueba de la Historia. Su ‘impulso modernizador’, tan criticado en ese entonces e incluso ahora, hoy es derribado al revalorarse lo que ese gobernante decidió echar abajo.
La Fuente del Progreso es una prueba de que la Historia siempre regresa a juzgar nuestro pasado.
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