Cada día en Twitter un grupo de amigos y un servidor nos deseamos buenos días y buen café. Somos un grupo de amantes del buen café pero además, tenemos la rara condición de no sentirnos conformes con lo que estamos viviendo pero en lugar de criticar y denostar solemos componer el mundo a través de nuestras (lamentablemente escasas) sesiones grupales de café. Así como nosotros en los cafés de esta ciudad existen las conocidas mesas de café, las de los doctores, la de los poetas, la de los periodistas, la de los amigos de toda la vida, la de las amigas de cada semana. Son esas reuniones las que nos permiten intercambiar puntos de vista y crecer en el entendimiento de todo lo que nos rodea.
Sin embargo, aquí tenemos una virtud adicional, todos, sin excepción, somos conocedores renombrados de la política local, de los rumores de pasillo y de los conocidos secretos a voces. En esta ciudad todos sabemos de todo y de todos, aquí la investigación se hace en los cafés, los cruces de información, los amarres de negocios, los chismes político-sociales cruzan de boca en boca y se intercambian datos desde los más superficiales hasta los más delicados.
Los cafés son centros de operación y en este año empezaremos a ver a nuestros prepreprecandidatos entrar partiendo plaza, saludando a una mesa, a otra y luego se sentarán a platicar con unas personas que alimentarán la rumorología de quien está con quien, de amarres actuales, futuros, quienes ya se quitaron la máscara y quienes están buscando jugar en tres o cuatro bandas.
Pero el café estará presente y será el punto de encuentro cuando esto ya sea abierto… mientras, los cafés nos pertenecerán a nosotros, los que no somos, los que no estamos y no obstante, seremos a los que nos tocará vivir (y en ocasiones sufrir) lo que en esos cafés se defina. Mientras no salgan, la política de café está en nuestras manos y cambiar el mundo en los cafés seguirá siendo nuestro punto de partida.
Sin embargo, nuestras historias de café deben de salir de ese entorno a gusto donde nos reunimos, donde escribimos, donde leemos. Cambiar el mundo en el café es el inicio pero saliendo de esas puertas tenemos que actuar, tenemos que dejar de hablar de política de café y convertir el café en el inicio de la conversión ciudadana que necesita nuestra política. Debemos ser ciudadanos que a través del intercambio de ideas podamos generar acciones que cambien nuestro entorno.
¿De qué forma lo hacemos? ¿cómo lo planeamos? Pues ahí están los cafés para que juntos podamos tomar el destino de nuestro amado estado en pequeñas acciones diarias como son caminar por el Malecón con una pequeña bolsa y recoger tres basuras o botellas y tirarlas en el bote; ser corteses al manejar y ceder el paso, vigilar la aplicación de nuestro presupuesto gubernamental, denunciar abusos, evitar alentar la corrupción con la simple medida de respetar la ley y los reglamentos (eso si nos toca exclusivamente a nosotros).
Y antes de terminar esta columna junto con mi americano y de escuchar con orgullo las historias de café acerca de mi hermano Renato los dejo con algo que nos decía papá: Si no trabajamos nosotros por el país, nadie lo hará. Lo decía porque sabía que sólo a través del ejemplo se convence, se aglutina, se tocan corazones.
Que nuestras historias de café se conviertan en acciones concretas para que nuestros hijos nos recuerden con admiración, respeto y cariño… cuando se tomen un café.