Uno de nuestros derechos fundamentales es la libertad de decir lo que pensamos, de escribir lo que sentimos, de expresar nuestro desagrado o nuestra admiración. Es nuestro derecho y debemos defenderlo con uñas y dientes nos cueste lo que nos cueste.
Sin embargo, como todo verdadero acto de libertad, esta termina donde empieza la de los demás y en estos días, la línea que nos separa es difusa, confusa y en ocasiones a pesar de que ahí está, hacemos como que no la vemos. En estos días todos los que tenemos “instagram” somos fotógrafos y todos los que tenemos “Twitter” somos escritores, “Facebook” es nuestro contacto con el mundo y nuestro muro a veces se vuelve el “muro de los lamentos”. Las redes sociales vinieron a cambiar el mundo y como toda herramienta, lo cambiará para bien o para mal dependiendo de quien la esgrima o para que lo haga.
Las redes sociales nos permiten comunicarnos, quejarnos y señalar aquello que vemos mal, cuestionar o halagar de manera en ocasiones empalagosa. Las redes sociales son como su nombre lo indica de la sociedad y sin embargo, la clase política la utiliza como herramienta de posicionamiento al punto de que creen que solo trabajan si se toman una foto y la suben a sus redes. También ellos tienen la libertad de hacerlo y no obstante, a veces piensan que eso es todo lo que se necesita.
La libertad de escribir existe pero, en ocasiones, se despersonaliza al punto de que no nos comunicamos si no es con la barrera protectora de la seguridad ficticia de la pantalla y el teclado.
Las redes sociales vinieron para quedarse, evolucionarán y mejorarán y nosotros debemos de hacerlo también, como seres humanos, como escritores, como fotógrafos, como sociedad.
Las redes sociales deben permanecer libres para que sean una herramienta útil, pero nosotros debemos de ser cuidadosos con la utilización de las mismas pues en ella apostamos nuestra credibilidad, nuestra reputación y dejamos expuesta nuestra educación. Las redes sociales son una herramienta y dependiendo de los principios, ética y honorabilidad de quien las utilice serán constructivas o destructivas.
Hay que señalar, quejarnos, evidenciar abusos pero también debemos ser conscientes que nuestras palabras tiradas ya no se las lleva el viento, ahora permanecen.
En un medio de comunicación acusar sin pruebas puede ser sujeto de una demanda por difamación, en redes sociales basta crear un “troll” o una cuenta “parodia” y hacer correr un rumor que destruya en lugar de construir.
Llevamos años viendo como las campañas políticas dejaron de construir y de proponer plataformas donde los candidatos compartieran su visión de estado. Hoy, es más fácil la campaña negra, la destrucción de reputación, la amplificación de los defectos y la minimización de las virtudes. Es más fácil (como siempre ha sido) destruir antes que construir.
Nuestra formación como seres humanos de bien, productivos y comprometidos se da en la casa, en la escuela, en nuestras relaciones personales. No podemos pedir que todos sean unos santos de la caridad si no empezamos en nuestros hogares y en nuestras escuelas.
La difamación, la destrucción de la reputación, el señalamiento por coraje, el ciberbullyng, el sexting, son simple consecuencia de nuestros principios y valores aprendidos en nuestra infancia y si no empezamos a platicar con nuestros niños, a usar las nuevas tecnologías en la educación, a explicarles a nuestros hijos que lo que los define no es cuantos seguidores, likes, rt y fav tengan, sino la capacidad de ser propositivos, activos, de sus principios, valores y del compromiso serio que tengan con su entorno. Hasta no conseguir eso, no estaremos formando seres humanos de bien, estaremos formando posibles ciberpersonalidades basadas en mentiras para decir mentiras.
La libertad es un privilegio, uno que debemos cuidar, amar, respetar y defender con nuestras vidas. La lìnea entre libertad y libertinaje es clara y como siempre, la ultima decisión es la nuestra.