Pedir, pedir, pedir. Lamentablemente somos unos pedinches. Es más, estamos tan acostumbrados a pedir que incluso cuando nos están dando una explicación de por qué no se puede, cerramos nuestros canales auditivos y una vez terminada la explicación, pedimos de vuelta.
Es un ciclo egoísta y perjudicial en el que nos acostumbramos a extender la mano para satisfacer una necesidad inmediata y nos olvidamos de nuestra propia búsqueda y no conformes con pedir, también nos encanta victimizarnos y justificarnos. Le echamos la culpa a la mala suerte, al compadre, al vecino, al gobierno, a la crisis, a la Selección mexicana, en fin, culpamos hasta al ratón de los dientes con tal de no aceptar nuestra participación en la “desgracia”.
Así que primero nos victimizamos, pedimos, nos justificamos y nos victimizamos otra vez. Es un ciclo perverso del que se obtiene (si tienen suerte) ayuda gubernamental, dinero, favores o incluso, “atajos burocráticos”. Pero adicional al perverso ciclo mencionado y como colofón al mismo, tenemos que no sólo no agradecemos, sino que sentimos como obligación el que nos den o nos atiendan. La gratitud es una virtud en vías de extinción.
Desde pequeños nos enseñan a dar las gracias pero creo que en el proceso de crecer dejamos de producir la enzima de la gratitud y producimos en exceso la de gandulería olvidándonos de ese buen aprendizaje. Dice el dicho que si quieres perder amistades hazles un favor.
Nuestra capacidad de independencia, de resolución de problemas y de innovación se está atrofiando por el simple hecho de extender la mano y victimizarnos, pedir y justificar. Nuestro país se sume en una parálisis que si bien se la achaco al Congreso de la Unión en su mayoría, ellos solo son una muestra representativa de lo que somos como sociedad por lo que es culpa mía también.
Un ejemplo claro en estos momentos en que nuestra ciudad es una “Venecia lunar” (o nos inundamos o nos vamos a un bache) lo tenemos en nuestro coraje por los huecos del pavimento, pero ni por asomo se nos ocurre recoger la basura de las calles para impedir que tape el alcantarillado provocando inundaciones y por consiguiente la erosión de la carpeta asfáltica. No, es sencillo sentarnos a ver cómo se hace más grande el bache y criticar en lugar de buscar una solución junto con mis vecinos. No exculpo al municipio, pero tampoco puedo sentarme a ver lo que le pasa a mi ciudad y quedarme sin actuar.
Así como nuestra gratitud se hace pequeña, así también se hace nuestra capacidad de dar. Ojo, dar sin esperar nada a cambio, no dar porque me lo pidan o me lo exijan. Nuestra capacidad de dar nuestro tiempo, nuestro trabajo, bueno, el hecho de aconsejar y acompañar ya es un logro en una sociedad que cada día se vuelve más y más retraída.
Francamente, extraño el pasear por la calle y escuchar el “vayabien” en lugar de sentir una desconfiada mirada.
Que tal si en lugar de pedir empezáramos a dar. Nuestro tiempo y nuestro esfuerzo. En unos años nuestra actitud sería otra, nuestro gobierno planearía de manera transexenal y en lugar de pedirle este estaría dándonos.
Suena utópico, pero solo lo suena porque no podemos vislumbrar a todos haciéndolo. Olvidemos a los demás, hazlo por tí, y por tus hijos, da tu tiempo y tu esfuerzo por los demás, únete a una campaña de preservación, planta árboles, platica con tus vecinos, juega en los parques con tus hijos y sobrinos, sonríe, beca a un chavo, limpia el terreno baldío, pinta bardas grafiteadas, recoge la basura de tu calle, arregla tu mofle, visita un asilo, aprende a tocar un instrumento y toca para los demás, di siempre la verdad.
No pidas y concéntrate en dar.
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http://www.facebook.com/cecilia.rivero.98 Cecilia Rivero
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